OTROS - Cine: Sueños en la caverna - "Los increíbles" alex oviedo

Hace unos días, mi sobrino Hugo me contó emocionado que había ido “al cine grande” a ver “Los increíbles” —recalcó lo de cine grande, en comparación con la pequeñez de su televisor—. En su rostro se vislumbraba la emoción y esa especie de sorpresa que produce una sala oscura en la que de pronto comienzan a proyectarse imágenes. Sólo volviendo a ser un poco crío se puede disfrutar de la fantasía de una sala de cine, de la magia de ver a los personajes desarrollar sus historias en una pantalla plana..

Recuerdo, con la nostalgia de persona que comienza a tener más pasado que futuro, una película de Walt Disney titulada “Robin Hood”, en la que Robin era un zorro pícaro pero romántico, que acababa enamorándose de Lady Marian. Cada personaje tenía el aspecto de un animal, cercano a los gustos humanos: de ahí que el gallo fuese un trovador y Little John, ese amigo fiel de Robin, un oso bonachón y entrañable. De igual forma, el príncipe Juan era un león joven y desagradable, y sus esbirros una serpiente, un lobo gordinflón o unos buitres tontorrones. No sé cuántas veces fui al cine a ver esta película, acostumbrado como estoy a repetir de todo aquello que me gusta. Sólo recuerdo la emoción que me embargaba cada vez que entraba en la sala y se apagaban las luces para dar comienzo a la proyección.

Tradicionalmente hemos asumido que hablar de cine de animación era referirse a un cine dirigido a los niños. O en todo caso, un cine familiar a cuyas salas acudían alborozados padres e hijos. La mayor parte de las veces, los críos se conformaban con ver cómo los personajes se liaban a mamporros, o abucheaban a la bruja porque había traicionado nuestra fe en que los buenos tenían que ganar siempre.

Pero el cine, acostumbrado a la búsqueda de nuevos mercados, se ha percatado de que no sólo basta con contentar a los pequeños, sino que hay que lograr que las películas destinadas a un público infantil alcancen también a sus padres. Por el hecho, sencillamente, de que fueron éstos —o nosotros— quienes veíamos aquellas “fantasías animadas de ayer y hoy”.

El cine de animación (hablar de dibujos animados en la actualidad parece anticuado) ha seguido una evolución similar a la del cine de adultos. Pero a diferencia de éste, la animación ha encontrado una mayor libertad creativa, alcanzando algunos de sus títulos más significativos.

En ello ha tenido mucho que ver Pixar, una empresa especializada en animación en 3D, de cuyos ordenadores han salido algunas de las mejores creaciones de los últimos años: “Toy Story”, “Bichos”, “Monstruos S.A.”, “Buscando a Nemo” y ahora “Los increíbles”. Todas ellas conservan unas características comunes: un producto de calidad, con un inmejorable guión que valga no sólo para los críos.

“Los increíbles” plantea una cuestión ya tratada sobre todo en el mundo del cómic. Los superhéroes también envejecen. Y por ello, los personajes se han hecho adultos, han asumido que lo de salvar al mundo formaba parte de su juventud, han fundado una familia y han comenzado a integrarse en esta sociedad abotargada y alienante que nos hemos construido. De ahí, que cada uno de “Los increíbles” tenga mucho de nosotros, de todo aquello que fuimos y hemos perdido, pero también de lo que quisiéramos ser o proyectar en nuestros hijos.

La película engancha por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, por lo que muestra de nuestras ilusiones ahora que ya éstas parecen lejanas, por lo que conserva de crítica de la sociedad (seamos como los demás, no vaya a ser que llamemos la atención por especiales y antisociales) y por lo que tiene —por qué no— de cine de toda la vida. Cine para todos los públicos.



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