MUSICA: "Nacho Vegas: la luz oscura"- pedro r. tellería

Todavía quedan cantantes y compositores desconcertantes en los márgenes del negocio, y Nacho Vegas es uno de ellos. Su carrera musical empezó en la década de los noventa, y tras Eliminator Jr. y Manta Ray, más su paso por Migala, comenzó una carrera que ha alternado colaboraciones, trabajo en solitario y grupos. En 2001 publicó su primer disco en solitario (Actos inexplicables), al que siguieron el EP Miedo al zumbido de los mosquitos (2002) o el doble CD Cajas de música difíciles de parar (2003). Con su último trabajo de larga duración, Desaparezca aquí (2005), presenta una colección de diez excelentes canciones en las que la unión de música, letra e interpretación ha creado un material de una congruencia casi incandescente. Escuchar los discos de Nacho Vegas equivale a sumergirse en una audición hipnótica repleta de interpretaciones cargadas de significados adicionales, de canciones largas (que no alargadas), con los compases, fraseos, estribillos y solos necesarios para crear atmósferas de envolvente inquietud.

Decía Nacho Vegas no hace mucho que su último disco giraba en torno a la idea de muerte absurda y gratuita. A eso alude su título, que enlaza con la contundente declaración de intenciones (humor negro incluido) de la microcanción que abre el disco: “Todo el mundo fantasea con la idea de una muerte dramática”.

El disco sobrevuela un espacio muy querido por el arte: la presencia de la muerte que hace dudar con siniestra lucidez sobre la consistencia específica de la vida que llevamos. La relatividad de los intentos, la dudosa utilidad de las metas logradas, la escasa durabilidad del amor o sus estados felices recorren este disco que puede resumirse en ese seco aforismo que recoge la canción “Nuevos planes, idénticas estrategias”:

“Tracé un ambicioso plan; consistía en sobrevivir”.

Los buenos cantantes saben crear un personaje con palabras y prestarle su voz para que cante por él. Nacho Vegas es un buen cantante; y el “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, un ejemplo de ello: un viejo cansado de vivir se dirige al mundo para repasar su solitaria existencia. El máximo logro de su vida parece haber sido el de casi haber conocido, en una ocasión, a Michi Panero, aquel icono ya fallecido de la marginalidad estética en la España de los setenta y ochenta. El resto del personaje son sus múltiples fracasos en vida y una visión absolutamente escéptica en relación con dios, el amor, la procreación o la eternidad. El coro de niñas que entona el ingenuo Shalalalaralalá aporta el contrapunto a la voz agria y cascada del protagonista, quien se despide con un “Hasta nunca” poco antes de cerrar a cal y canto la puerta de su apartamento.

¿De su apartamento, o de su palacio de invierno? En Canciones desde palacio (2003), de nuevo un personaje da cuenta de su estado: encerrado en su “palacio de papel” (preciosa la ilustración de cubierta), se siente huido del mundo y se permite bromear con cinismo sobre cosas tan serias como perder la fe, las guerras nucleares o la mano de obra infantil. En mitad de la canción, sin embargo, el personaje desvela un dato clave. Tiene veintiocho años. ¿Es Nacho Vegas, o es un personaje de ficción?

Acaso ayude a desvelar algo el misterio la ambigua nota final que figura en los créditos: “Canciones desde palacio; un disco no autobiográfico de Nacho Vegas”. En esta estrecha franja que separa realidad y ficción, artista y personaje, podemos leer otras canciones. Por ejemplo, la terrible confesión que encerraba “El ángel Simón” (Actos inexplicables), en la que el suicidio del padre abre espacio a un monólogo descarnado en el que el hijo le habla sin tapujos, con una sinceridad al límite; alternando destellos de ternura, dudas propias y reproches por una vida que se vislumbra escasamente ejemplar, la voz de Nacho Vegas interpreta a la perfección al hijo dolido que ve en esa muerte la desaparición de tan sólo una parte de sus zozobras.

También hay que anotar la terrible historia que se cuenta en Canción para Isabel, del mismo maxi CD, donde asistimos al dramático descenso a los infiernos de un hombre que ha perdido su empleo. Durante un largo monólogo torrencial lo escuchamos hablar en varios momentos decisivos: inmediatamente después de haber perdido su trabajo, un mes más tarde de haberse ido a vivir a su coche, tras cometer un robo para Isabel, pasadas dos semanas, cuando regresa al coche y descubre a su amada tiritando... La historia avanza arropada por el ritmo arrumbado de la canción, poblada de guitarras chirriantes y percusión desafinada, y paulatinamente descubrimos el proceso de enloquecimiento que ha sufrido el personaje.

Fracaso y supervivencia, soberbia y soledad, desamor... ¿Historias de capitalismo decadente? “Perdimos el control” es una canción de Desaparezca aquí. De nuevo en primera persona, el cantante interpreta una historia; ahora es un personaje inmerso en la velocidad imparable de las drogas, donde vidas suicidas se entrecruzan y dan la mano para llegar hasta límites inquietantes que terminan al otro lado del balcón. La soledad depara un nuevo errar, hasta que otra mujer hace que se cumpla el destino premonitorio.

Nacho Vegas elige con frecuencia personajes al borde, tendencialmente marginales o decadentes. La ambientación habitualmente oscura de los espacios también proyecta hacia mundos queridos por la tradición maldita de los siglos XIX y XX, donde cierto realismo sucio muy estadounidense triunfa sobre estéticas más luminosas. Sin embargo, el propio Nacho Vegas reconoce tener una visión muy relativa del malditismo artístico, si bien el resultado de su trabajo es de momento perfecto en relación con el espectador: la identidad artística del cantante se superpone sobre la personal tanto en textos como sobre el escenario creando una aura enigmática y ambigua de poderosa atracción.

Dejo para el final de este rápido repaso dos canciones antológicas de Desaparezca aquí. La primera (“Cerca del cielo”) recrea el mito de Sísifo encarnado en un personaje que la mirada genial de Nacho Vegas ha convertido en héroe contemporáneo: Juanito Oiarzabal. La imagen del montañero que persigue cumbres imposibles se convierte en metáfora de las absurdas hazañas cotidianas, de las proezas privadas de cada uno. Se sobrevive descendiendo glaciares con la misma absurda teleología de la supervivencia diaria que emplea el sujeto moderno para ir a trabajar o regar las flores de su amor. O para mirarse al espejo. Bellísima canción, bellísima letra, sincero trasfondo.

“Ocho y medio” es la otra canción. Nacho toca las guitarras y canta; Jairo sopla la armónica; Manu está detrás de la percusión; y Paco tañe la guitarra pedal steel. Sólo ruego que alguien la escuche. Es la mejor canción del año en español.


Nacho Vegas ha publicado el LP/CD Desaparezca aquí (2005) en la discográfica Limbo Starr (www.limbostarr.com), donde también ha visto la luz su material anterior. En octubre de este año apareció en la misma compañía el mini LP Esto no es una salida.


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