LITERATURA: Luna del Este - "Los cisnes negros" javier martín ríos

Desde hace un tiempo el paseante no divisa pájaros surcando el cielo de Shanghai. Esa maldita epidemia que está matando a las aves en ciertas partes del mundo, sobre todo en los países del sudeste asiático, ha hecho que los hombres sientan pánico por todos los pájaros que habitan sobre la faz de la tierra. Ahora son los enemigos a combatir, son como una muerte anunciada escrita en el firmamento, un símbolo aéreo que sólo trae malos augurios. Los periódicos dicen que se están empleando todo tipo de medios para espantar a todas las aves que se acercan hacia la ciudad. Incluso las alborotadoras gaviotas, siempre tras la estela de los cargueros y las barcazas que van y vienen sin cesar por las anchas aguas del río Huangpu, han desparecido del malecón de la noche a la mañana. Sólo el canto de los solitarios gorriones aún se puede escuchar en los parques públicos y en los jardines de las viejas mansiones de la época colonial.

A veces, el paseante, en sus largos paseos por las infinitas calles de Shanghai, se quedaba perplejo contemplando el vuelo rasante de una pareja de grullas o de una bandada de ocas salvajes abriéndose paso entre el bosque de rascacielos. Era una visión extraña en medio de este paisaje geométrico de cristal, un leve murmullo en el aire fundido rápidamente con el eco mecánico de los automóviles, como un vago recuerdo de alguna pintura antigua que llevaba en las alas un mensaje de amor y la nostalgia de una tierra lejana que hace tiempo no se visita. Quizás pasarán muchos meses para que en el centro de la ciudad se pueda contemplar otra vez el vuelo de unas aves migratorias siguiendo el rumbo marcado por los rayos del sol.


Esta noche el paseante ha terminado su paseo en un banco de madera junto a una de las orillas del estanque del parque de Xujiahui. De los juncos, de improviso, como asustados por su presencia, han surgido esa pareja de cisnes negros que son tan admirados y queridos en el barrio. Aún estaban ahí, nadie ha venido a capturarlos y encerrarlos entres las rejas de alguna jaula oculta en la fría habitación del Zoológico. Al verlos nadar en el agua, tan orgullosos, tan esbeltos, con sus cuellos de interrogación erguidos al cielo, el corazón se le ha llenado de una inmensa alegría. Allí se ha quedado un largo rato viéndolos surcar la soledad del estanque alumbrados por las luces de neón que desprenden los grandes anuncios de publicidad de los rascacielos. Allí, en la orilla, se ha quedado un largo rato, sentado en un banco de madera, para retener esa poética imagen de un paisaje nocturno en la memoria, porque quizás, algún día de éstos, cuando el paseante vuelva de andar otro largo paseo por las calles infinitas de Shanghai, el rastro de los cisnes negros habrá desaparecido para siempre del estanque del parque de Xujiahui.



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