LITERATURA: "La sopa del señor morella" - inés matute

(Reseña de La fatiga del Vampiro, de José Morella. Ed. Bassarai, 2005, Vitoria.)

“Cuando alguien nos pide que le recomendemos una novela, seguramente surgen las mismas preguntas que nos hicimos la última vez que buscamos un buen libro para nosotros. ¿Queremos una historia atractiva, sorprendente? ¿Buscamos algo formalmente atrevido, un lenguaje original? ¿Nos gustaría una novela que nos lleve a otras novelas, que nos descubra tesoros más allá de sí misma? ¿Nos atrevemos a bucear en aguas que pueden llevarnos delante de un espejo? ¿Preferimos aceptar un viaje que nos transvista y nos conduzca lejos de aquí? ¿Queremos prendarnos de sus personajes, que nos acompañen durante días, sentir y pensar con ellos, echarlos de menos cuando la historia termine? La novela de José Morella nos propone un nuevo pacto con el diablo, una tela de araña de historias en la que queremos ser mecidos. Queremos que la novela se nos trague como se traga a Bruno, el protagonista encargado de entrevistar a un viejo escritor argentino, Juan Salazar, que le reta a escuchar el terrible secreto que encierra su vida. Y si nos quedamos con Bruno escuchando a Salazar se nos van abriendo cajas de sorpresas envueltas en el papel más exquisito, en palabras que se van convirtiendo en nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca”
Pilar Solbes

“El erotismo es a la sexualidad lo que la gastronomía al hambre: el triunfo de la cultura sobre el instinto, entendiendo por cultura el largo, diverso y complejo proceso que ha elaborado la criatura humana, desde sus comienzos para dominar, transformar y guiar el instinto primitivo”
Cristina Peri Rossi

Al margen del hilo argumental, hay libros que merecen nuestra atención por una simple descripción evocadora. Otras veces, por los perfiles de un personaje magnético. En ocasiones, por el brillo sin igual de cierto capítulo. Los mejores, porque no tienen desperdicio posible, y una está deseando acabarlos para emprender una segunda lectura, más detallada, más pausada, con las piernas en alto. Admito que suelo ser muy crítica con los libros que editan mis amigos. Lo soy aún más con los libros que éstos escriben. Por eso, “La fatiga del Vampiro” tenía muchas papeletas para no engrosar mi particular Olimpo de los libros; lo escribía un amigo y lo editaba otro. ¿Cómo ser imparcial? ¿Cómo no leerlo con el ojo más crítico? Rebasado el ecuador del libro, me ocurrió algo que raras veces suele sucederme: me enamoré de un episodio. Y el episodio tomó cuerpo hasta convertirse en una sopa de cebolla que incluso fui capaz de oler y saborear en la cristalina atmósfera de mi cuarto. Cuando terminé de paladear el mágico caldo, tuve que correr a la cocina para improvisar un sucedáneo de lo que acababa de leer, por mucho que intuyese que ese grado de perfección culinaria sólo se da en manos de Arzak y en algunos recetarios en exceso imaginativos. Mientras el agua hervía, volví a la novela y repasé lo leído. Suerte que aún no había llegado al postre; si no, aún estaría destripando el colchón que, confundida por la lectura, tomaría por aquel donde se consuma el encuentro sexual más ardiente y surrealista que jamás se haya descrito, tanto dentro como fuera de lo que es o aparenta ser literatura.

El combinado gastronomía- erotismo es todo un clásico en el mundo del arte. De hecho es un recurso que los novelistas empleamos seguros de no errar el blanco: cuando la novela languidece, nada como la descripción de una comida, de su elaboración, de su degustación, de sus no siempre predecibles consecuencias. Añádasele a esto una pincelada de sexo y el lector se revolverá en su asiento. Al margen de cada biografía particular, la comida y el fornicio nos hermanan. Algunos incluso nos declaramos adictos a los placeres metabólicos. ¡Ah! Qué decir de los Placeres de Alcoba de Andrés Madrigal, de sus sofisticadas recetas afrodisíacas, de la provocación al colesterol del tragaldabas del detective Carballo, del síndrome de Estocolmo que Abraham García confiesa tener con los fogones (no dejéis de leer “Abraham Boca”) De la obra de Antonio Tabucchi, plagada de referencias a la gastronomía gala. Qué decir del Paradiso de Lezama Lima o de los Piñones mondados de Nestor Luján. Tampoco conviene olvidarse de las rutas del Quijote y Sancho, envueltas en todo tipo de aromas y sabores, aunque no suelan culminarse en el catre. En el cine ocurre algo similar, con o sin revolcón de propina; baste con mencionar la orgía gastronómica de El festín de Babette, las desinhibidoras codornices de Como agua para chocolate, los hermosos patos lacados de Comer, beber, amar, una película tan bella como masticable. Y qué decir del asexuado Willy Wonka y su fantástico mundo en clave de cacao, del atracón sensual de Kim Bassinger frente a la nevera en Nueve semanas y media. Qué decir de la cocina antropofágica de Anibal Lecter en El silencio de los corderos. De la Gran Bouffe y tantas otras obras maestras. Comida y sexo, placeres de primer grado y pecado seguro. Tan seguro como el pecado – ese polvo exige infierno, no me cabe duda de que lo que Morella nos describe nos condena al fuego eterno – que desde aquí os recomiendo. Leed “La fatiga del Vampiro” (Ed. Bassarai. Solicitadla a través de su web) no sólo porque es una gran primera novela, no sólo por las razones que en su día apuntó Pilar Solbes, sino porque esa sopa de cebolla justifica por sí sola la lectura del libro. José, tú si que sabes de sopas y mujeres. ¡Larga vida a tu vampiro!.



© www.espacioluke.com | Consejo de redacción | Enlaces | Tablón