OTROS - Opinión: "El informe de la minoría" enrique gutiérrez ordorika

”Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos”

Philip K. Dick

Los intentos de definición del artificio literario, como los de la existencia, generan bellas máximas para el adorno y poco más. Se las puede garabatear en una hoja, como una lejana línea de cualquier horizonte se puede dibujar en un cuadro. La línea permanece en el cuadro, pero si uno viaja a su encuentro desaparece sin que se la pueda alcanzar; allí sólo hay una nueva línea en el horizonte y quizás alguien que pinta un nuevo cuadro.  
El horizonte literario se encuentra, atendiendo a una exitosa y repetida definición del oficio de escribir, más en la mirada que en la visión o, lo qué es lo mismo, más en cómo se cuenta una historia que en qué cuenta la historia que se escribe. Incluso hay quién dice que puede haber escritor sin historia pero no sin estilo. Sin embargo, en esto también los intentos de definición  generan bellas máximas para el adorno y poco más.

Por poner un ejemplo cercano, probablemente el escritor de la generación del 98 más denostado por su estilo fuera Pío Baroja y sin embargo, quizás no sea demasiado exagerado afirmar que de todos ellos es precisamente Pío Baroja el único que continúa vivo.

Un escritor muy alejado de Baroja, incluso totalmente alejado de los cánones pasados y actuales del prestigio literario, y por eso  mucho más desconcertante en este sentido, es el autor norteamericano Philip K. Dick. Un autor personalmente atrapado en un laberinto de misticismos y registros paranoicos, que escribe relatos encasillados en el genero de la Ciencia-Ficción, apelativo eufemístico más o menos aparente para referirse a un genero considerado menor. Un autor de estilo inacabado, y a menudo confuso o poco corregido, en el que lo literario parece ausente, salvo que -recordando a Ernest Bloch- además de que admitamos que “el carácter esencial de la literatura consiste en tratar lo todavía no manifestado como existente”, estemos dispuestos a admitir que hay historias en las que lo literario mana más del descubrimiento que del estilo.

Y es que, frente a una pléyade de notables escritores a los que leímos a gusto; escritores a los que nos costaría ponerles algún reparo en su modo de escribir pero que van relegándose, sin razón aparente, en un inexorable olvido, el autor de El hombre en el castillo, sigue atrayendo el interés de renovados exégetas y fieles lectores a los que sobrecogen sus historias.

El creciente interés que sigue despertando un autor que para hablar del futuro ya hace más de veinte años que cambio de mundo y que, sin embargo, sigue sin estar anticuado, un autor que, como afirma el escritor francés Emmanuel Carrère, “para colmo, es un autor de un estilo mediocre”, no reside en que como dice una frase que se ha hecho de uso corriente entre los amantes del género Philip K. Dick sea “la mayor mente de la ciencia ficción de todos los planetas”, sino en algo que amplía las definiciones establecidas de lo literario y que incluso, sin el andamiaje del estilo, abre puertas a abismos que forman parte de nosotros y que nadie antes había entreabierto.

Si Philip K. Dick transciende, si sigue vivo es porque, más allá de escribir ocurrentes relatos de ciencia ficción, es un autor que bucea en el infierno real de su propia paranoia para dar fe de una paranoia que la transciende y que conforma los ocultos fundamentos del terrible y opulento mundo de hoy.  “Reía porque sus enemigos no podían alcanzarlo; no sabía que se ejercitaban para errar el tiro”. “El Imperio nunca dejó de existir. Sólo se  ha escondido de la mirada de sus súbditos”.



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