OTROS - Cine: Sueños en la caverna - "Harry Potter se hace mayor" alex oviedo

Lo admito. Me gustan las aventuras de Harry Potter. Desde que me embarqué en el viaje de crear una editorial como Elea y de seguir la pista a los escritores a través del periódico Bilbao, me veo en la obligación profesional de leer no sé cuántos títulos al mes. Y sí, cuando necesito desconectar de la seriedad o los devaneos mentales de muchos autores me acerco al niño mago creado por J. K. Rowling. He descubierto que me desintoxican sus historias, soy capaz de meterme en su pellejo y sufrir los apuros y las dudas de cada uno de los personajes: la incomprensión de Potter ante la trascendencia de su exisencia, la timidez de Ron o el sentimiento de Hermione de hallarse siempre fuera de lugar.

Qué quieren. Quizás es que periódicamente uno ha de volver sobre las lecturas que le fascinaban cuando era más pequeño, aquellas historias de jóvenes atolondrados o resabidos que se lanzaban a aventuras de adultos y salían indemnes. “Los tres investigadores” (avalados por el que llamaban mago del suspense), “Los Hollyster, “Los Cinco” y algún que otro grupo de chavales en plena adolescencia que sólo querían entender el mundo de lod mayores. Quizás porque entonces todos deseábamos llegar a mayores (como si eso fuese un valor en sí mismo) y ahora en cambio lo que queremos es volver a soñar.

Las historias de Harry Potter me devuelven a mundos a los que quería regresar, aventuras fantásticas repletas de magia, laberintos, monstruos, personajes malvados a los que sabes que tienes que odiar, héroes dubitativos, amigos que serían capaces de darse por completo, que valoran la amistad mucho más allá de otros premios más cuantiosos pero menos duraderos. Sentimientos simples, a veces maniqueos pero que me devuelven a épocas remotas a los que uno viaja sólo en el recuerdo. Y para qué negarlo, J.K. Rowling sabe manejarse en las distancias de la magia, conoce los trucos para hacernos caer o llevarnos por el laberinto de su imaginación. Y como me dijo una vez una escritora, si gusta millones de personas ha de haber una buena razón.

Confieso que las películas de Harry Potter me aburrían soberanamente. Reconocía sus valores de espectáculo pero el argumento se me hacía largo y tedioso. Tenía la sensación de que nunca pasaba nada. Sólo en la tercera entrega, “El prisionero de Azkaban” lograban seducirme sus imágenes. Los últimos treinta minutos de la película me devolvían la esperanza en el cine de aventuras con una sutil vuelta de tuerca que me mantenía pegado al asiento y al deseo de querer saber más.

Con “El cáliz de fuego” partía de un hecho novedoso. Por primera vez había leído la novela antes de ver la película. Conocía cada uno de los recovecos de la historia, las sorpresas ya estaban destapadas y mi única duda era comprobar si Mike Newell, director de esta entrega, lograba plasmar en imágenes lo que Rowling había escrito. El resultado final es sin duda un buen trabajo. Y queda claro por fin que no se trata de una película de niños ni para niños. Hay momentos de auténtica maldad, en los que las imágenes te aprisionan, te ahogan las paredes del laberinto o la prueba bajo el agua ante la incertidumbre de si uno ha de hacer lo más fácil o arriesgarse a hacer lo correcto. Porque lo que ya está claro es que Harry Potter se hace mayor y su estancia en Hogwarts le está mostrando que la vida está llena de caminos oscuros por los que uno ha de cruzar sin la ayuda de nadie.

Y que la amistad es la mayoría de las veces lo único que merece la pena.









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