OPINION: "El cementerio de Edgar Lee Masters" enrique gutiérrez ordorika

“Bajo los signos celestes son los mancos los que tienen
más limpias las manos; y como el espectro sin corazón
es el único indemne, así el que ve mejor es el ciego.”
Dylan Thomas MUERTES Y ENTRADAS (1934-1953)

A la afirmación de José Saramago de que “vivimos en un espacio, pero habitamos en una memoria” se le debería añadir que vivimos en un tiempo y habitamos en una imaginación. En un tiempo en fuga, en el que realidades y ficciones se entrecruzan en permanente huida hacia un horizonte de infinitos y repetitivos espejismos, y casi todo, salvo el dolor, se convierte en algún tipo de literatura. También la muerte. Porque si no hay vida después de la muerte tampoco puede haber muerte después de morir. Marco Antonio pensó este epitafio para Bruto: “Amable fue su vida…Éste fue un hombre”.  El espectro de Cassius Hueffer leyó la lápida veinte siglos más tarde (era otro tiempo y otro espacio): “En vida yo no aguantaba las malas lenguas; y ahora que estoy muerto tengo que soportar un epitafio grabado por un tonto”.

Es la misma historia, con una pequeña variación en el punto de vista. El manco lleva una venda en los ojos y el ciego las manos atadas a la espalda. Hay muertos que cuentan historias en las voces de la memoria y hay muertos que lo hacen en las voces de la imaginación. Fernando Pessoa escribe en el Libro del desasosiego “soy más viejo que el Espacio y que el Tiempo porque soy consciente… Como Diógenes a Alejandro, sólo he pedido a la vida que no me quitase el sol”. Cesare Pavese cerró el libro, aquel 18 de agosto, con un breve apunte que a la postre resultó premonitorio: “Siempre sucede lo más secretamente temido. Escribo: Oh, Tú, ten piedad. ¿Y después?” Louise fue la desgracia del pobre Herbert. ¿O fue a la inversa? “Esto es lo triste de la vida, que nuestro corazón se siente atraído por estrellas que no nos quieren”.

Los buscavidas conocen el camino que  lleva a la Ciudad de Latón de las 1001 y una noches, los buscadores de tesoros únicamente el del regreso. Allí hay una mesa de ónice amarillo en la que alguien grabó estas palabras: ”En esta mesa han comido mil reyes que eran ciegos del ojo derecho y mil reyes que eran ciegos del ojo izquierdo y otros mil que veían con los dos ojos, y todos se han ido de este mundo y han establecido su morada en los sepulcros y en las catacumbas”.  El groupier manco gira la ruleta con el pie. Antes de que se detenga la bola, el groupier ciego cantará: negro, impar y pasa. Si hacemos caso a Wittgenstein, “blanco es también una especie de negro”. Pero Richard Bone graba lo que le paguen, mientras los clientes se entretienen por el taller. “Así, me hice cómplice de las falsas crónicas de las lápidas, como hace el historiador que escribe sin saber la verdad o porque le presionan para que la oculte”.

El protagonista del cuento sabe discernir un halcón de una garza y el viento no es de mediodía aunque el cuento lo narre un idiota que dice que sabe tocar el arpa. El padre de Quentin decía que un hombre es la suma de sus desgracias. “Se puede creer que la desgracia acabará cansándose algún día, pero entonces tu desgracia es el tiempo dijo padre”. El manco, el ciego y el idiota son tres en una misma danza. El viejo Jones sólo rasca el violín para los que derrochan la vida sin importar el tictac del “mausoleo que guarda toda esperanza y deseo. “Uno murió de una fiebre, a otro le mataron en una riña, otro murió en una cárcel. Todos, todos duermen, todos están durmiendo en la colina de Spoon River”. Todos vivimos en un espacio y un tiempo, pero habitamos en una memoria y una imaginación.



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