nº 53 - Septiembre 2004 • ISSN: 1578-8644
"¿El Fórum de qué?"
david navarro lloret
Acompañar a una incondicional de Aute al Fórum 2004 es un buen pretexto para corroborar in person qué hay de cierto y de falacia en las críticas al acontecimiento magno de Barcelona en 2004.

Vaya por delante que no me cabe la menor duda de que se trata de una estrategia bien pensada para ocultar fines que, o nada tienen que ver con los eslóganes del Fórum, o que preconizan todo lo contrario. Donde antes había grupos marginales de personas, no lo olvidemos, de personas, ahora hay colosos de cemento y áreas circundantes deseosas de ser edificadas. Los responsables de la macro exposición entonan el mea culpa en tanto no tratan de disfrazar las penosas cifras de visitantes. Mientras se hable del Fórum, se olvidará lo que hay detrás. Mientras se sacie las ansias de los sectores críticos por ver desmoronarse el espectáculo, las críticas se quedarán en la superficie, que es el Fórum. Lo peor está detrás y apesta.

Pero trataré aquí de analizar lo que descubrí en mi excursión, que el tiempo, electorado y la justicia –si es pertinente- se encarguen de desinfectar las cloacas.

Como es bueno conocer lo negativo pero el masoquismo no entra entre mis virtudes, decidí utilizar la entrada nocturna que el Fórum se sacó de la manga para paliar la escasez de público.

Si pensaba encontrarme con francotiradores y perros olisqueando mis zapatos, me equivocaba. En los aledaños del Fórum sólo había personal muy joven y muy nervioso dando órdenes a diestro y siniestro. Cuando conseguí descifrar las señales, adquirí las entradas. El oráculo del azar me dijo por donde debíamos entrar. Allí tuve que pasar mi cartera por un detector y validar mi ticket con anterioridad en un moderno lector de códigos de barras. No fui cacheado aunque imagino que mi tez blanquecina y mi acento netamente valenciano me ayudaron a mantener el planchado de mis pantalones. Mi aspecto es un regalo de la genética que otros no han tenido y cuyo precio han de pagar sistemáticamente en estaciones de autobuses, trenes y metro.

Dentro del recinto, no me sentí vigilado. La escasez de guardias jurados se complementaba con la abundancia de jóvenes ociosos con sus petos corporativos. Los efebos y ninfas iban de acá para allá bromeando entre ellos y ejerciendo alguna función en segundo plano, imagino que escrutando las áreas de forma discreta, aunque realmente daba la sensación de que correteaban alegres sin más. La dirección del Fórum ha tenido una idea excelente: mejor colocar a muchachos lampiños que a los antipáticos guardias de seguridad. En el caso de sabotaje o atentado suicida, dudo -aunque no puedo asegurar con rotundidad-, que esos chavales pudieran hacer algo.

Quiero volver al momento de la entrada. Intentaré describir de forma breve mi primera impresión mediante un estallido de palabras, más o menos, las mismas que me vinieron a la mente al pasar al recinto: hormigón, mastodóntico, solitario, vacío, distancias… la que me espera.
No me considero un experto en arte pero podría describir el escenario del Fórum como un manual del posmodernismo más atroz. Los pabellones surgen para cargarse cualquier intento de armonía de conjunto. El resto es hormigón a palo seco surcado un puente tan innecesario como grandilocuente (y costoso, claro). Un estanque de aguas donde no quisiera sumergirme nunca pone la nota de color.

La accesibilidad, a tenor de la gran cantidad de visitantes con sillas de ruedas, se ha tenido en cuenta y se ha publicitado bien aunque los desplazamientos requieren mucho tiempo y esfuerzo. A pleno sol, puede convertirse en una odisea. Los abundantes desniveles así como los giros y vueltas que dan las sendas para evitar, imagino, tumultos y facilitar el tránsito de los discapacitados, no ayuda a caminar por el Fórum con comodidad. El trenecito que pasa cuando menos te lo esperas, normalmente va repleto de gente y como es inesperado, sólo sirve para verlo de lejos, cargado hasta los topes.

Los horarios merecen un tiempo considerable de asimilación puesto que las actuaciones se solapan y suceden en puntos muy distantes. Se dan todos los ingredientes para convertir lo que debería ser un entretenimiento hueco (si a estas alturas, alguien piensa empaparse de cultura va listo) en una jornada estresante. La señalización de los puntos de interés remite a nombres muy exóticos pero totalmente opacos que te obliga a mirar el plano enorme que te entregan nada más entrar. En la misma hoja vienen unas tablas incomprensibles con las actuaciones.

Caprichos de la coincidencia –ironía de supermercado, estoy seguro de que no es casual- algunos espectáculos empiezan justo a las 20:30, hora en la que permiten el acceso a los titulares de la entrada nocturna. El resultado es que nunca llegas a tiempo porque está muy lejos de las puertas de acceso y tiene un aforo tan limitado que enseguida cuelgan el inadmisible cartel de “Completo”. No es admisible en cuanto pagas una entrada previa que incluye ése y el resto de espectáculos.

Con la entrada para pobres –porque la diversidad, emblema del Fórum, significa también mezclar pobres y ricos- uno puede ver dos espectáculos y una exposición como máximo (siempre que la condición física y la meteorología lo permitan) si antes de llegar al recinto, dedica la mañana a confeccionar un itinerario. El colmo significa descubrir que lo mejor que te puede pasar es que estalle una tormenta que te permita observar la lluvia caer sobre el cementerio de elefantes que te rodea.

Los espectáculos callejeros son eso: callejeros y uno se pregunta por qué ha de pagar por un acto donde los artistas hacen lo que pueden desprovistos de acompañamiento musical de calidad, luces, infraestructuras, etc. Tal vez se trate de una estrategia de marketing para dar la sensación de que estamos en mitad de un zoco o en el Villar del Río de Bienvenido Mr. Marshall o, como me temo, más bien se trate de una fórmula poco sutil de la que se desprende que los pueblos humildes y remotos no merecen más que hormigón, intemperie y si acaso, los cuatro tambores que traigan consigo.

Los famosos guerreros de Xian vienen introducidos por un documental breve en cuanto a duración y pretensiones. La proyección no toca aspectos históricos ni mitológicos ni la realidad actual de China, muy interesante a la hora de adivinar como un país tan cerrado al mundo ha dejado que sus estatuas atraviesen Eurasia entera. Al final del documental no sabemos nada nuevo sobre arte, historia, mitología ni China. Eso sí, ya captas cuál es el tono general de este Fórum.

La exposición de los guerreros y otras figuras tiene el valor de lo expuesto. De nuevo, la información resulta muy escasa, ni tan siquiera se han habilitado murales ni recursos audiovisuales interactivos para lograr un efecto más allá de la pura exposición de estatuas.

El acto llamado Moure el món (Mover el mundo) resulta un espectáculo pirotécnico de una megalomanía tan exacerbada como escaso es su componente artístico: alegorías predecibles, originalidad cero y lo peor, mal sonido y peor organización: casi me atropella una de las carrozas llameantes cuando trataba de atravesar el estanque para ocupar un lugar en el auditorio.

A estas alturas, el Fórum se me antoja un desierto de hormigón con dunas como pabellones de espaldas al visitante -sin apenas explicaciones- y cuyos espectáculos bien contradicen el supuesto espíritu del evento (las actuaciones callejeras), bien lo dejan en evidencia (todo lo demás).

A la hora de comer, podemos elegir entre varios restaurantes de abultados precios y curiosos engendros de chiringuito a lo fast food que no son rápidos porque deben andar cambiando de personal cada dos minutos y con unos productos que elevan a los Burger King a la máxima categoría de los restaurantes baratos y artificiosos. Por cierto, que a la salida del baño, me topo con un camarero del restaurante más caro del Fórum. Sale tan deprisa que olvida lavarse las manos. Menos mal que, precavidos, nos hemos traído los bocatas de casa, aprovechando que ya permiten comer a los pobres.

Sólo me queda acudir con mi acompañante al recital de Luis Eduardo Aute que empieza mal y sigue peor. Un melancólico locutor anuncia que el concierto concluirá a las doce y diez y recuerda que el metro finaliza sus servicios a las doce. A mí me suena a pitorreo. Miro la hojita “informativa” y veo que han decidido alargar la duración para dejar a Aute cantando solo, no se me ocurre otra explicación. Lo más grave viene cuando el autor de Al alba enuncia unos elogios muy llamativos sobre el Fórum y los diálogos entre los ciudadanos del mundo. Sus palabras suenan a fanfarria, pero su rostro es un poema.

Bostezo en mi privilegiada localidad de suelo pelado, porque las gradas no han bastado a pesar del escaso público, y cuando mi acompañante lo sugiere, abandonamos el recinto a toda prisa para no perder el metro. El cantautor se queda con su pasado y con su cada vez menor público.

Si antes de conocer el macro proyecto por dentro, apenas albergaba esperanzas de que el continente de un contenido hueco mereciera la pena por los motivos que he expuesto y que son de dominio público: no sólo me refiero a la especulación, sino al verdadero cáncer de nuestra época: el cinismo (que alguien me explique cómo se construye un diálogo donde pueden acceder sólo unos pocos invitados y el resto debe pasar por caja), ahora me siento estafado. He visto islotes de hormigón ardiente donde aún resuenan las voces de las familias que antes malvivían allí para ahora malvivir en otra parte. He descubierto restaurantes de lujo conviviendo con chiringuitos fast food. He presenciado espectáculos pobres y no he podido entrar a los ricos porque tenían aforo limitado. Me he aburrido al mismo tiempo que exponía mis pies a la peor de las torturas. He sentido vergüenza de asistir a tanto espectáculo edulcorado, vacío de fondo y de forma. He hecho colas de veinte minutos en un recinto vacío y para colmo, salí a menos veinte del concierto de Aute y perdí el metro. Que me devuelvan el dinero.