nº 50 - Mayo 2004 • ISSN: 1578-8644
ENTREVISTA a:
Alberto Ruy-Sánchez: Escritor

inés matute
Alberto Ruy-Sánchez nació en Ciudad de Méjico en 1951. Vivió en París ocho años, donde estudió con Roland Barthes, Gilles Deleuze y Jacques Rancière. Desde 1988 dirige la revista Artes de México, que en su primera década de andadura obtuvo más de cincuenta premios internacionales. En 1987 su primera novela, titulada “Los nombres del aire”, recibió el premio Xavier Villaurrutia, el mayor galardón literario de México, convirtiéndose inmediatamente en un libro de culto. En él inicia una exploración poética y narrativa del deseo que continúa en las novelas “En los labios del agua”, que recibió en su edición francesa el prestigioso “Prix des trois continents” y “Los jardines secretos de Mogador”, Premio Cálamo 2003. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y premiada por la Fundación Guggenheim, la Universidad de Louisville, la Universidad de Stanford y el Gobierno de Francia, que lo condecoró Oficial de la Orden de las Artes y las Letras. Recientemente pasó por España para presentar la novela “Los nombres del aire”, en la que se explora en profundidad la sensibilidad del deseo femenino. A su paso por Mallorca, tuvimos ocasión de entrevistarle.

El núcleo de tu obra es el deseo y el objeto que lo inspira. En este caso el símbolo más importante de tu obra es la mujer. ¿Por qué el deseo y la mujer? ¿Cómo nace la primera novela?

Creo que todo comenzó como una preocupación personal; comprobé, al principio de mi vida en pareja, que yo era el típico macho mexicano que aún tenía mucho que aprender sobre del mundo afectivo, amoroso y sexual de la mujer. Por aquel entonces yo era muy inconsistente y enamoradizo, pero poco a poco me fui convirtiendo en un observador del universo femenino. Posteriormente empecé a vivir una exploración del deseo, de las características del deseo, de la conducta deseante de las personas, lo cual era cada vez más, lógicamente, una exploración de la imaginación. En 1976, año de mi primer viaje a Marruecos, yo quería encontrar mi propia manera de contar historias. Tu manera de contar es tu manera de estar en el mundo. Por un lado, quería huir del realismo mágico, ya que, aunque admiro a García Márquez, no aplaudo a sus imitadores. Tampoco me interesaba emular a Juan Rulfo, que es otro de los modelos a imitar en Méjico. Al llegar a Mogador en bote – me fascinó su cielo, sus luces- el barquero apagó el motor y me explicó que lo hacía porque para llegar a Mogador hay que esperar a que las corrientes de Mogador le llamen a uno. Esta imagen también es válida para los hombres: en el acercamiento a la mujer, es bueno apagar los motores y esperar a que ésta nos llame, es bueno dejarse envolver por sus corrientes secretas y dejar de lado el apresuramiento.

Paul Klee solía decir que lo visible es sólo un fragmento de lo real. ¿Podríamos decir que ese sería el principio que manejas en Los Jardines Secretos de Mogador?

Creo que el cuerpo mismo es un pequeño porcentaje de lucidez y un gran porcentaje de imaginación, y que gran parte de la trascendencia de la vida está en rozar lo invisible, en tocar lo que no se toca. Continuamente estamos atravesando una barrera que nos lleva más allá de lo físico. Si las cosas fueran solamente su materialidad sería ya mucho, pero yo no concibo una materialidad desligada del espíritu, de la idea del deseo, como tampoco puedo pensar en las ideas o en las esencias desligadas del cuerpo. Todo está comunicado, vinculado a lo tangible y lo intangible. Todos mis libros reflejan la importancia de lo sensorial, de un ir más allá a través de los sentidos.

Si uno lee tu biografía y conoce a fondo tus libros, la pregunta se hace inevitable: ¿Hasta qué punto puede llegar a confundirse tu vida con tu obra?

Vida y obra se comunican, pero los hilos de esta unión suelen ser misteriosos y más complejos de lo que pensamos. Un escritor no escribe literalmente lo que sucede, para empezar porque no puede, porque siempre está creando algo, en ocasiones está incluso inventándose a sí mismo. Simplemente con la forma de hablar de las diferentes regiones, aun teniendo la misma lengua, la gente tiene una manera distinta de relatarse. Todo lo que yo cuento derrocha vida, y no solamente porque lo haya vivido. Por otro lado, cada persona vive lo mismo de una manera diferente, y es bueno prestar oídos a las razones y a la visión del otro. Esa es la base de la literatura. Una pareja puede estar haciendo el amor y cada uno estará viviendo algo diferente, incluso en el momento en que pueden sentirse más unidos, más copartícipes, siempre hay una otredad a la que hay que respetar, escuchar, saber que existe. Ponerse frente a un espejo llega, en este mismo supuesto, a ser muy revelador: lo que imaginamos con los ojos cerrados y lo que la imagen nos devuelve raramente coinciden.

Durante la presentación del libro, has expresado tu admiración por los contadores de historias que aún hoy se encuentran en los zocos de Marruecos.

En todos mis libros está presente el placer de contar historias, que al mismo tiempo es un ritual. Si se observa mi libro Cuatro escritores rituales, va creciendo el proyecto de ver la literatura como un ritual en el cual los procedimientos literarios provocan la aparición de esa dimensión de lo poético, ese asombro de la poesía. Así la literatura es concebida como el ritual de contar historias, de tal manera que surja la intensidad poética. No como en los rituales religiosos donde surge lo sagrado entendido como algo opuesto a la vida cotidiana, sino como un surgimiento de una intensidad poética que se encuentra en la vida cotidiana.

¿De qué manera sientes que ha repercutido en ti tu educación Jesuita?

Muchísimo, para mí fue fundamental. Aprendí la búsqueda de la excelencia, que tiene que ver con escribir y escribir hasta llegar a definir una imagen o una historia certera. Es la lógica de la perfección, no como un don, sino como lo mejor que puedes lograr de ti mismo. Antes, cuando alguien era genial, no lo era por haber nacido genio, sino porque hacía lo mejor que podía en un momento dado. A diferencia de otras vertientes de la religión u otras religiones, los jesuitas dicen que se puede llegar a Dios a través de las formas, de los sentidos, de la belleza. Dios a través del gótico o el barroco. Como ellos, también yo pienso que la vida adquiere sentido a través de un cultivo de las formas. En “la argumentación” vuelvo a coincidir con ellos. En la educación jesuita, el eje de todo es la “apología”, la guerra de las palabras. Encuentro un gran placer en argumentar. No es lo principal, pero sé que está presente. Responder una pregunta con otra pregunta, eso es muy jesuita. Cuando te hablan en serio, hablar en broma; cuando te hablan en broma, hablar en serio; en fin, hay toda una manera de enfocar el diálogo para que crezca.

Llama la atención la desenvoltura del personaje de Jassiba, inmersa en un entorno árabe, que desde aquí contemplamos como un coto cerrado y poco evolucionado en lo que a libertades femeninas respecta.

Siempre me han atraído las mujeres fuertes, y esa fortaleza se puede detectar incluso debajo de un velo. Las mujeres árabes son matronas. Tengo amigas marroquíes que no usan velo, algunas son religiosas y otras no. Es curioso; tengo una amiga que es profesora y que tiene alumnas que usan velo. Trabajan sobre mis libros. Yo le pregunto ¿qué os está sucediendo? Ella me cuenta que una de sus alumnas se casó con un hombre veinte años mayor que ella. Vive a una hora de la ciudad y va a la universidad de lunes a jueves mientras que de viernes a domingo se marcha al pueblo. Para poder lograr eso, ella tiene que vivir con mucho rigor las formas sociales, como es el uso del velo, que es su pasaporte a una libertad propia de otro mundo. Para cada mujer árabe, el velo es algo diferente. Por otro lado, observo en ellas un retorno a la religiosidad equivalente al auge del budismo o del taoísmo en occidente. En el mundo islámico, algunas mujeres que fueron feministas en los 60 están regresando a la religiosidad, y no son necesariamente fundamentalistas. En Marruecos las mujeres viven el amor con más libertad por una parte, y con cierta limitación por otra. Las mujeres con velo, por ejemplo, te están diciendo cosas con los ojos que la mujer occidental no se atrevería a insinuar. Ellas tienen la capacidad de tocarte con los ojos. Hay muchos tipos de velo, y cada uno de ellos tiene su propio lenguaje. Son lenguajes y códigos visuales de lo visible, de lo invisible, de lo prohibido, de lo clandestino. Piensa por un momento en la magia de una celosía árabe, en el encanto de ver sin ser visto.

En la cultura judeocristiana tradicional el erotismo está divorciado del misticismo, sin embargo, el paraíso que nos proponen los musulmanes es muy sensual, muy erótico; en él hay un vínculo innegable entre el cuerpo y el espíritu.

Obviamente en el mundo católico hay una mayor prohibición de los placeres por temor a que se rompan ciertas normas de la Iglesia. Supongo que los que lo prohíben tienen su parte de razón, porque si tú empiezas a pensar en todos estos placeres como parte del paraíso, empiezas a deificar a la persona. Personalmente, cuando estoy haciendo el amor con una mujer siento que es una diosa, su sexo, la boca del paraíso, la caricia, una oración. Para mí es casi una religión. Tengo un amigo cura que dice que soy muy frívolo. En cualquier caso, todas las sociedades tienen organismos que restringen determinadas cosas.

En los Jardines Secretos hay una búsqueda incesante. Tú hablas de deseo, pero ese cultivo constante del contacto con la amada también se puede interpretar como amor. ¿Dónde está el límite?

El deseo es la atracción entre personas con imaginación. El deseo es instintivo y casi animal, pero la parte humana es lo que uno le pone de imaginación. Contrariamente a lo que la gente piensa, la imaginación también es un freno; te permite no aventarte sobre la persona que deseas, sino imaginar, crear imágenes, crear formas de acercarte a ella. Te hace tener conciencia de lo que es un sueño. La imaginación deseante cumple muchas funciones, y es un universo prodigioso. El amor es una elección mutua. El amor está en otra dimensión. Es muy triste cuando hay amor sin deseo. Existe también, y es mucho más común de lo que la gente piensa; supongo que a todos nos pasa en algún momento de la vida. Lo que hace Jassiba es vivir un amor con deseo, resistirse a que éste deje de existir entre ella y su amado. Pero no todo queda ahí: ella lo quiere a su lado, tiene un proyecto vital con él.

Y si volvemos a lo invisible...

Lo invisible es una manera de decir que todas las cosas son algo más de lo que parecen, son algo más de lo que pesan y algo más de lo que miden. Y sobre todo las personas, los cuerpos. El deseo sería como un bosque de imaginación cuyas raíces están en el cuerpo. Los personajes emprenden una búsqueda místico-sexual que no tiene que ver con la religión en sí, sino con lo invisible como lo intensamente poético de la vida. El sentido de la vida de uno está en el encuentro de estos instantes, de los ínfimos encuentros.

Perdona la impertinencia, pero tu concepción de Mogador me recuerda a las Ciudades Invisibles de Calvino...

La comparación es casi inevitable, pero yo me impuse hacer algo diferente de lo que en su momento hizo Italo Calvino: proponer lo mismo, pero con jardines, hubiera resultado demasiado fácil. En ese autor, todas sus ciudades están contadas en el mismo registro narrativo. En mis jardines hay todo un repertorio de géneros: el cuento fantástico, el mini ensayo, la poesía, etc., de tal manera que ninguno se repite. Lo que sí está en el mismo registro es el colofón erótico, un poco para darle unidad y volver a todos los elementos, que son distintas metáforas de lo mismo.

El final de Los jardines secretos de Mogador está lleno de misterio.

Bueno, el final es que la historia continúa en nosotros, cuando llega a la flor solar. Es el deslumbramiento al que los místicos llaman la fusión con Dios, eso es lo que yo trato de describir. Hay algo muy interesante en el amor que tiene que ver con hasta dónde se puede medir o contar. El amor muy intenso tiene que ver con un ir más allá del límite. Tal vez explore eso en la siguiente novela, utilizando un cuento que habla de tres libélulas que se retan a conocer el fuego. La primera libélula emprende su viaje hacia el fuego; da vueltas alrededor de las llamas y siente cómo se calienta. Entonces regresa y dice, “el fuego es caliente”. La segunda anuncia su intención de acercarse más, pues considera que la primera libélula no lo ha conocido lo suficiente. Se acerca y se quema un ala. Ella descubre que el fuego quema, pero ese es un conocimiento superficial para la tercera libélula. Ella se mete de lleno en el fuego, y, lógicamente, no regresa. La tercera libélula verdaderamente conoció lo que es el fuego, pero no lo pudo contar. A veces el amor es así, ¿no crees?

La hibridación de distintos géneros literarios funciona muy bien hoy en día. ¿Lo tuyo es poesía novelada o novela poética?

Yo diría que esa división es cultural. No es una división que esté ahí, en la escritura misma. Por ejemplo, en Estados Unidos se hace una distinción tajante entre lo que ellos llaman “no ficción”, ficción y poesía. Y dentro de la ficción no admiten fácilmente un tipo de escritura como la mía, que les resulta demasiado poética. En este sentido México tiene muchos más vínculos con la cultura francesa que con la cultura anglosajona, pues la cultura francesa posee una literatura mucho más abierta y acepta bien los géneros intermedios. Como quiera que sea, yo primero escribo lo que necesito escribir y la clasificación dependerá de quien lo lea. Hay quien ha querido clasificar mis libros como poesía, y hay quien los ha querido clasificar como novela. Yo prefiero hacer mía una frase de Pasolini: “la prosa es la poesía que la poesía no es”. Por otra parte, yo concibo mi labor como escritor no como la de alguien que está concluyendo cada vez una novela o como la de un cineasta que terminó una película y se dispone a rodar una nueva. Mis novelas tienen más que ver con la labor del poeta. En ellas se mete mi vida personal, de diferentes maneras y con diferentes códigos, y mis escritos van nutriéndose del día a día: son libros de poeta, aunque se presenten como novelas, en los cuales estoy yo y están los instantes que voy viviendo. Para mí la vida es eso, ir construyendo una obra general que tiene sus canales secretos, que tiene sus maneras perversas de vincularse a las personas. Mis libros pueden ser también para otros, si tengo suerte, un hilo más entretejido en ese tapiz de cruzamientos que es la vida.

Como narrador, ¿qué ve Alberto Ruy-Sánchez cuando mira hacia atrás?

Que apenas comienzo a esbozar lo que quiero hacer como narrador; que aún me falta mucho por escribir. Paradójicamente, he cultivado mucho más el ensayo que la narrativa, y también le he dedicado muchas más horas a la obra de otros autores que a la mía propia. Con todo, no soy acumulativo puesto que tengo mala memoria y soy esencialmente distraído y poco disciplinado. Cuando releo mis ensayos me doy cuenta de mi paso por los libros que cito, pero sin darle ningún valor a la erudición. Acarreo obsesiones textuales durante décadas: imágenes, poemas, relatos, escenas... En el fondo, me siento como alguien que pasa por la cultura y la disfruta y la utiliza para pensar y difundir una obra o un pensamiento. Admito que Gide, por ejemplo, me ha dejado huellas profundas, pero te puedo asegurar que cada vez voy olvidando más lo que he leído, incluso me voy olvidando mis propios libros.