nº 48 - Marzo 2004 • ISSN: 1578-8644
Del interés del arte por la tentación
kepa murua
La tentación es mostrarse sin mostrarse a los ojos del espectador. Parece que el artista no está en medio del arte, pero está. La historia del arte nos muestra esta faceta reivindicativa mediante el valor que adquiere el nombre ante los objetos. Con su pintura el artista está en su firma, con su escultura cree estar en su dibujo, con su arquitectura en alguna placa que le acredite como impulsor del proyecto, aun cuando con sus bocetos el artista se diluye en la memoria ciudadana donde el arte es tentado por el vacío incomprensible. El artista vive su insignificancia como un rastro de la desmemoria de las cosas compartidas. Le tienta su reconocimiento como le persigue su nombre, pero la tentación del arte es el mercado con sus valores intercambiables como el dinero. El arte es un valor en sí, pero el artista apenas reconoce su obra por lo que compran, venden o pagan sus clientes. La tentación mira más arriba y en el mundo real que impera en el mercado el arte se enfrenta a la tentación materialista que huye del abismo y la locura como claves de la perdición del artista. Cuanto más libre, más loco. Cuánto más loco, más puro, o eso cree el artista que valora con justicia su nombre. Así vive la tentación en el alma de la historia del arte, muchas veces en pecado y otras con hambre. Creíamos que la religión mostraba los pecados del mundo, pero desde que el artista firma con su nombre, la tentación es la pura existencia donde se reivindica la figura del artista frente al resto de los hombres. Tentaciones carnales cuando se pinta con una modelo desnuda, tentaciones monetarias cuando se informa de las especulaciones del arte, tentaciones por falsificar objetos, por copiar a tantas copias, por plagiar a tantos artistas que no creyeron en el valor de su arte, tentaciones vitales frente al miedo real del artista en un mundo donde el arte no es la medida de las cosas que nos retratan con la peor de las tentaciones. Ser algo y no ser nadie. Ser un artista mediocre que justifica el valor de las cosas intercambiables. Convertirse en una firma que se apropia de los objetos como el arte se adueña de la existencia del hombre.