nº 51 - Junio 2004 • ISSN: 1578-8644
Agata y otros ojos
"La memoria de los seres perdidos"
mari carmen moreno
Jordi Sierra es un autor muy conocido por nuestros adolescentes: Retrato de un adolescente manchado, La estrella de la mañana, Campos de fresas. Su infatigable capacidad para recrear las situaciones o problemas en los que se ven envueltos

los jóvenes confirman su trayectoria literaria convirtiéndolo en un escritor infatigable que ha recibido infinidad de premios y que destaca como uno de los más recurridos por los profesores, que sabemos de antemano que la lectura de sus obras apasiona a nuestros alumnos, por lo que solemos incluirlo en los listados de libros que se proponen en clase.

En este caso el autor plantea una problemática que estuvo durante bastante tiempo en la palestra de los informativos: las miles de desapariciones que castraron la vida de muchas familias durante el golpe militar que se produjo en Argentina en el período histórico de la dictadura militar. Muchas personas perdieron entonces a sus familiares, de los que nunca se supo, sufrieron vejaciones, o murieron e incluso fueron arrancados en el mismo instante de su nacimiento de los brazos de sus progenitores sin que éstos pudiesen evitarlo. En la mayoría de los casos, estos niños o niñas vivieron durante años en la mentira, en una identidad ficticia, al abrigo de unos padres que se preocuparon de dárselo todo, pero omitieron un dato: fueron ellos los que privaron a sus madres, los que las torturaron, los que las mataron; para después repartirse como botines de guerra a esos niños o niñas desamparados y que vinieron a suplir lo que de conciencia les quedaba. Esos supuestos hijos amorosos pueden despertar del letargo –como hace Estela- y recriminarles la identidad robada, los años oscurecidos sin poder abrazar sino fantasmas. Toda una vida, una infancia e juventud vivida, recordada, llena de fotos, momentos inolvidables, recuerdos que sin embargo ocultan una verdad hasta que ésta irremediablemente sale a flote.

Nuestra protagonista –Estela- es una adolescente que lleva una vida normal. En el inicio de la historia se nos cuenta que tiene novio ( Miguel) al que va presentar a sus padres. También tiene una hermana – Alexandra-, una buena amiga –Fina- y se nos dice que colabora en una ONG donde tiene muy buenos amigos. Estela siente un cariño especial por su madre, y por su abuela. Con ambas, los lazos se estrechan, es lógico pues que el descubrimiento de la terrible verdad incline la balanza del rencor hacia su padre: supuestamente “su estricto padre”, “el asesino”, que ha matado a su madre biológica, él es el verdadero culpable, a él dirige su último grito:

“mi madre fue torturada dos meses, ...parió esposada, me arrancaron de sus manos tras el nacimiento.... Le cortaron los pezones, las nalgas y las plantas de los pies, la quemaron con descargas eléctricas...

-¡ Pero no fui yo¡- gritó él-¡No fui yo, por Dios, Estelita¡ ¿Tú crees que yo soy un asesino? ¡No, no lo hice¡

-¿Estabas allí?

Fue una bofetada, seca, firme.

Armando Lavalle comenzaba a parecer un loco. Los ojos desorbitados, el rostro desencajado, las manos engarfiadas en torno al enorme vacío abierto ante sí.
-Pero estabas allí- dijo Estela.”

La verdad acaba flotando, crispando esa situación insostenible que obliga a Estela a marcharse de casa, a dejar a su padre en su cárcel soportable, a su madre, a quien siempre quiso, en el remordimiento constante de su felicidad efímera, esa felicidad que ella sabe que más a tarde o más temprano se desmoronará. Tanto ella como él, han creado su castillo de naipes encima de la ignominia, la muerte. Los dos, cada cual a su modo, han pretendido borrar el pasado regresando a España, forjándose una mentira en la que viven sus hijas. Saben que la verdad del pasado les atrapará pero ¿cuándo la terrible verdad saldrá a la luz?.

Cuando Ana Cecilia Mariana se cierna sobre una sombra sobre sus vidas. Es ella quien encuentra a Estela, ella quien le cuenta la verdad. Una verdad dolorosa...pero innegable. Es ella la que sufre el rechazo inicial, a la que no se cree...la intrusa. Esa que se ha atrevido a irrumpir en la vida de Estela y que le cuenta un “chisme” sobre su pasado. Gracias a la reconstrucción de los hechos, a las investigaciones que Estela realiza a través de la ONG donde colabora habitualmente descubrirá la verdad. Es su incondicional amigo –Modesto San Juan- quien la ayuda en la investigación, una investigación que no culpa a nadie pero que siembra la duda. Entonces, y con el apoyo de su novio, Estela se dirige a la consola de su madre, hurga en sus recuerdos...descubre que es estéril. Y decide huir. Ni siquiera los denuncia... Pero ¿por qué no lo hace?.

Estela se marcha con Miguel, con quien va a vivir a partir de ese momento. Deja a su hermana Alexandra. Muestra su cobardía al negarse a contarle la verdad. Sabe que más tarde o más temprano tendrá que descubrirlo todo, que ella también será atrapada “ por la memoria de los seres perdidos”. Esos seres perdidos a los que nunca conocieron.

Quizás nuestro autor se torne excesivamente simplista, al plantear unas expectativas que prometen un relato interesante, pero al que al final le falta fuerza narrativa. Es cierto que los personajes aparecen sin cuerpo y cuando están definidos son estereotipos. El caso de Miguel, el novio, es un ejemplo representativo. El autor nos lo muestra en la sombra, no le da protagonismo. Deja todo el juego narrativo a la lucha entre Estela y Ana Cecilia. Un tira- afloja que deja entrever –claro está- la lucha titánica de una adolescente por no querer saber primero, por indagar la verdad y por descubrir dolorosamente que todo lo expuesto por su tía, a la que ella se niega a reconocer, es cierto y quienes la han mentido, son aquellos seres a los que había querido desde siempre...

Tampoco el personaje de Alexandra juega un papel significativo en nuestra historia. La dualidad entre la hermana “sensata” y la “vitalista” es uno de los “tópicos literarios” recurrentes en la narrativa juvenil. Sin embargo, en este caso, nuestra lectura se pliega, queda truncada. La decisión final de Estela es entendida por nuestros adolescentes como una falta de cobardía, de no asunción de su responsabilidad. Ella se nos presenta como la más sensata, sin embargo al final su cobardía no deja de ser fruto de la improvisación de una decisión que le pasará factura en el futuro. Un futuro innegable en el que el pasado volverá una y otra vez, y no la redimirá de su falta de culpa: la de no haberse llevado a su hermana consigo, y haberla dejado acomodada en una existencia que se tornará dolorosa, mucho más dolorosa cuando descubra que su propia hermana ha consentido en que siga viviendo en la farsa.

Es –en definitiva- un relato de lectura fácil, como ya estamos acostumbrados con las obras de este autor. Le falta – sin embargo- la fuerza indisoluble de esas tramas que suelen pervivir en la memoria de nuestros adolescentes como en el caso de “Campos de fresas” Un relato trillado de estereotipos, con demasiados puntos débiles, que se queda abierto, a medio hacer. Un relato bien planteado –como muchos otros- pero sin fuerza, que no indaga excesivamente en la problemática que plantea, que resuelve de forma demasiado rápida su final y al que nuestros alumnos critican esa falta de resolución premeditada.