nº 52 - Julio/Agosto 2004 • ISSN: 1578-8644
"La poesía de Luis Larios Vendrell"
nancy jean thompson
Conocí a Luis allá por los años setenta en una clase de literatura española que dictaba el Sr. Ricardo Gullón en la Universidad de Texas. En aquellos días, yo era estudiante graduada de literatura comparada y me acerqué a la clase por la inmerecida fama que mantenía el cacareado profesor peninsular. Recuerdo que Luis presentó una ponencia sobre El árbol de la ciencia que aunque a mi me pareció magnífica a su compatriota no llegó a agradarle del todo. Se comentaba entonces que las únicas que merecían los calurosos elogios del distinguido profesor eran las mini falderas de ideas liberales y propensas al placer.

No entré en el círculo íntimo de Luis. Él, aunque acababa de llegar a Austin, se relacionaba mucho con otros dos españoles: Augusto de Gálvez-Cañero y Felipe Díaz. Me parece que de los tres él era considerablemente más joven que los otros dos. Coincidí con él en un par de tertulias y hablamos de la Inquisición y de la obra de Eça de Queiroz temas por los que sentía una gran preocupación. Confieso que estuve un poco enamorada de él, aunque mi timidez me impidió tomar pasos en la dirección que yo quería. Creo recordar habérselo comentado a alguna amiga del departamento que me recomendó que desistiera de semejante idea. Luis llevaba barba, al igual que Augusto, y tenían ambos un aspecto – quizás – demasiado revolucionario para una ingenua muchachita del medio oeste americano que solamente había visitado Costa Rica acompañada de sus padres.

Luis tuvo la desgracia de organizar un curso de verano en Segovia y esto le acarreó la ira y la cólera más desorbitada de aquellos profesores españoles (capitaneados por Gullón y su fiel escudero Beltrán de Heredia) que durante años habían mantenido que era imposible organizar nada parecido en los ya últimos años de la dictadura franquista. Los que decían haber huido de la dictadura española organizaron una muy similar en el departamento y Luis tuvo que marcharse. Recuerdo que me lo encontré un día en una librería cercana a la universidad donde había conseguido un puesto temporal. Se le veía desmejorado y sobre todo desilusionado con el tratamiento que había recibido. Volví una segunda vez y, al preguntar por él, me dijeron que ya no trabajaba allí. En el departamento nadie sabía que había sido de su vida.

Pasaron años sin que tuviera noticias suyas; en esa primera etapa no llegamos ni a ser buenos amigos. Me lo volví a encontrar en la Universidad de Arizona en Tucson donde allí, en realidad, comenzó nuestra amistad. Nos habíamos reunido un grupo de personas para intentar formar una editorial o una revista en castellano y mejorar así la penosa situación en que se encontraba el estado de Arizona en términos de publicaciones en español. Luis defendió la idea de que se llamara Editorial Ibérica y así se decidió por unanimidad.

Uno de los primeros manuscritos que el comité editorial tuvo que leer llevaba por título: Poesía íntima. Habíamos decidido que no apareciera por ningún lado el nombre del autor durante el proceso de lectura y selección. Mi sorpresa fue total cuando descubrí que Luis era el autor. Conocía su interés en la literatura, claro, pero nunca me había mencionado que escribiera poesía. Yo seguía estando un poco al margen de su vida. Creo recordar que se imprimieron unos mil quinientos ejemplares del librito, bien es verdad que para dar a conocer a la editorial, y que se distribuyeron por todo el país y, principalmente por México y Latinoamérica. Hoy la edición está completamente agotada y al disolverse la editorial recuerdo perfectamente que en el almacén no quedaba ni un solo ejemplar.

Luis parece haber abandonado la poesía y el reciente éxito de su libro: Fin de semana y otros cuentos (Calima Ediciones, Palma de Mallorca, 2002) sugiere que ha descubierto un nuevo camino que parece quiere seguir. Dado el pequeño número de ejemplares que en su día se imprimieron, se puede defender la tesis que la selección que he preparado es prácticamente inédita. Bien es verdad que Camilo José Cela le publicó una selección de cinco poemas en sus famosos Papeles de Son Armadans en 1976 con el sugestivo título de Poesía de juventud y de otoño. He sabido igualmente que alguna que otra revista, tanto española como extranjera, ha impreso en sus páginas algunos poemas más.

En el libro se incluían poesías que abarcaban de 1966 a 1995. Me consta que Orillas de la nada es el último poema que ha escrito, aunque él mismo no me ha sabido decir cuál fue el primero que escribió que sin duda se ha perdido entre sus papeles dejados en España cuando buscó el exilio en 1965. En los primeros poemas conservados, es evidente una cierta nostalgia y tristeza ante un mundo nuevo y desconocido y una soledad que se hace más espinosa al sentirse separado de todo aquello que le era importante. Al mar, fechado en 1967 en Galway, claramente indica la soledad espiritual que experimenta y puede suponerse que el mar, en realidad, es un símbolo de un amor idealizado. El poeta lamenta su inhabilidad para llegar a una relación mucho más íntima. Con la mujer amada. Epitafio, por otra parte, parece sugerir la terminación de una relación que el poeta no ha podido aceptar del todo. Ese amor – parece decirnos el poeta – se le acercó, le dejó completamente enamorado, y terminó desapareciendo de su vida. Angustia, uno de los dos poemas fechados en España, refleja el contraste entre la ciudad y el campo y cómo la opresión del régimen (representada por la pareja de tricornios) disuelve toda posibilidad de felicidad con la anónima mujer amada. Ausencia, fechado casi diez años más tarde, representa un momento decisivo ya que es por el amor cómo el poeta puede llegar a superar “la sinrazón de este caos, que es mi vida”. En Esperanza, el sentimiento de tristeza (a pesar del título) está presente, y la amada parece perdida, sugiriendo que ha vuelto a desaparecer de la vida del poeta, éste se confiesa vacío y desprovisto de todo.

Otros dos poemas que he incluido abordan temas completamente diferentes. Uno de ellos Death: American Style contrasta los elementos culturales y las reacciones ante la muerte en las dos culturas. Luis Larios en 1992 llevaba ya casi treinta años lejos de su patria, pero es evidente que la indiferencia y la soledad que contempla en ese instante le han decepcionado mucho. Frente al barroquismo de los autos de las funerarias españolas, el modelo americano se le presenta indiferente e impersonal. Quizás lo que más le ha sorprendido ha sido la indiferencia de los familiares: “no hay mujeres llorando, ni niños confundidos y adormecidos”. El futuro es una “higiénica eternidad” desprovista, naturalmente del calor humano que es la esencia cultural hispánica más importante según Larios. Otro poema: A mi amigo Virginio es testimonio de la amistad, y agradecimiento del poeta para con este compatriota que en momentos difíciles parece haberle ayudado materialmente y le ha ofrecido su amistad y su tiempo. La muerte del padre de Virginio le recuerda al poeta la de su propio padre y cómo ésta rompe el pasado con el presente, dejándonos desamparados y perdidos.

Deseo expresa la tristeza del poeta al encontrarse lejos de su España e indirectamente nos confirma su inhabilidad y su rechazo a integrarse dentro de la vida americana: “¡Qué triste es morir en tierra extraña!”. En el silencio de la noche, por otra parte, se contrasta el placer sexual del poeta con la muerte y el abandono de un soldado anónimo que, en ese mismo momento, muere en aquella desastrosa guerra de Vietnam. El soldado ha quedado muerto “en la jungla de un extraño país” mientras que su fusil, que ha sido el elemento de la muerte a otros, queda como testigo de la inutilidad de la perdida de otra vida más.

Finalmente he incluido: Cuando me vaya, Verte y no verte, Anochecer, y Orillas de la nada que es, en palabras del poeta, su testamento. En Cuando me vaya el poeta parece referirse a su muerte y lamenta no poder alcanzar “la huerta alegre” que es posiblemente la visión que tiene de la vida de la amada. En Verte y no verte se vuelve a lamentar de la terminación – o al menos separación – de la mujer amada. En Anochecer los “nubarrones ennegrecidos” parece referirse a la ruptura final que teme llegará de un momento a otro. Finalmente en Orillas de la nada, que como ya he dicho es el último poema escrito, el poeta pasa revista a lo que ha sido su vida: “Perdido en el camino … me he ido hundiendo de nuevo en la locura de ríos que desembocan en la nada”. El poeta siente que su vida ha quedado malgastada en acciones que no han llegado a tener éxito. Su vida es en la actualidad: “el pozo seco de mi huerto” y es allí – sin el amor que tanto necesitaba – donde cree que terminará todo: “me voy ahogando poco a poco”. El título, por otra parte parece muy sugestivo y nos presenta una imagen completamente desprovista de todo.

Otro aspecto muy interesante, y del que no voy a tratar en la presente ocasión, concierne la poesía en inglés de Luis Larios de la que en el mencionado libro se incluía una pequeña selección. Se observa un cierto primitivismo, resultado – tal vez – de no encontrarse completamente inmerso en el mundo lingüístico anglosajón. Por otra parte sus versos rompen, hasta cierto punto, la temática tradicional de la poesía escrita en lengua inglesa.

Es muy de lamentar la decisión de Luis Larios Vendrell de abandonar completamente la poesía pues siempre he creído que representaba un elemento renovador y muy esperanzador en el panorama poético ibérico.


Foto © Miguel Esteban Larios, mayo 2004. La autora con el poeta

ALGUNOS POEMAS

AL MAR

Te miro:
a ti mi amigo,
mi silencioso amigo,
el mar.
Quiero surcar tus aguas,
dejar en ti
la huella de mi paso.
Deseo un corazón,
como el tuyo:
amplio, extenso,
que abarque todo.
Amo el verdor azulado
de tus aguas profundas.
Veo tu soledad,
cual la mía.
Anhelo estrecharte,
traspasar tu alma,
llegar al fondo
de tu profundo ser.

Galway, Irlanda, 1967.

EPITAFIO

Hambre, sed.
Barrancos, precipicios sin fondo;
árboles que en la lejanía
como una ola –
que se acerca, nos derrumba y muere –
se divisan incoloros.
Pero bajo sus sombras
no hallo ni fruta,
ni el claro río
que me indique el camino
y sacie mi sed.
Y ya en el atardecer,
cuando el cielo lloroso
besa a su amada tierra,
distingo un ciprés
que se alza solitario
enraizado en la tristeza
de una noche eterna,
y sin fin.

Lisboa, 1971.

ANGUSTIA

Cubren mi cielo azul
barrotes de hierro.
por calles polvorientas
galopa una multitud policromada.
El humo denso me asfixia,
y sus ruidos me vuelven loco.
Un par de pistolas lo vigilan todo.
Y en soledad espiritual –
en medio de tan distintas gentes –
en soledad espiritual, agonizo.
En el campo,
todo aparece distinto:
oigo el murmullo del río,
el canto de un pájaro,
el vivir de un árbol,
y el llanto del cielo azul y claro.
Unos ojos me miran.
Lejos de la ciudadana cárcel,
por un instante, paz y calma
invaden mi alma.
Sus labios me besan.
¡Me siento libre!
En la distancia, sin embargo,
surge una pareja de tricornios.
Y el sol se hunde en el horizonte,
y muere el día y los árboles,
el río y el dulce pájaro.
Y yo también moriré,
otra vez, como en este día.

Madrid, 1968.

AUSENCIA

Esta mañana al salir
de las ruinas de mi casa
me he encontrado
un gorrioncillo tendido
bajo la luz más tenue de la aurora.
Lo he mirado.
Toda la poesía y la música,
la orilla del mar,
el suave aroma de tu vida,
ha desaparecido
en un torbellino de espuma.
Mi corazón ha sangrado
gota a gota,
y en lo más oscuro del jardín,
en la noche de mi vida,
al borde mismo del abismo,
he visto a la luna llorar.
Me he puesto a pensar
en este misterio fluyente,
en la sinrazón de este caos
que es mi vida.
He visto tus ojos
en el tembloroso horizonte.
He sentido tu cuerpo junto al mío,
y he comprendido.

Tucson, Arizona 1987.

ESPERANZA

Nuestras almas han llegado
ya a la cima.
Pero tu cuerpo quedó allá abajo,
perdido entre agrestes bosques,
entre sangrientos recuerdos
del pasado.
Por la ladera de la montaña
te sigo buscando,
esperándote en mi melancolía,
en este trágico atardecer
en que quisiera vislumbrar
la llegada de nuevos amaneceres resplandecientes,
y un horizonte cargado de rosas.
Mi peregrinaje a la cumbre
terminó pronto,
pues no traigo nada en mi mochila;
tan sólo vagos sueños,
y la tristeza de muchas noches
sin luna.

Los Ángeles, 1992.

DEATH: AMERICAN STYLE

Un saco de cuero con cremallera
conduce a dos camisas inmaculadamente blancas,
dos corbatas,
y dos rostros sin expresión.
Arrastra también una camilla con ruedas
que recorre, finalmente, los fríos corredores.
Afuera, en el estacionamiento, un auto.
Sin el barroquismo, sin las cruces
a las que estuve acostumbrado en mi España.
Y otros autos indiferentes,
como la vida misma.
No hay tampoco un instante de música
para hacer más llevadero
el viaje último.
No hay mujeres llorando,
ni niños confundidos y adormecidos.
Y ahí se va otra criatura
que ya no tiene memoria, ni paisaje,
que dejó su barco, deshabitado,
navegando por horizontes olvidados.
Y ahí se queda el hombre,
o la mujer, o el niño,
perdiéndose en higiénicas eternidades,
sin el clamor de las lágrimas,
en un crepúsculo, abandonado de todo.

Los Ángeles, 1992.