nº 52 - Julio/Agosto 2004 • ISSN: 1578-8644
TEATRO:
"'El Brujo' en Vitoria: Doble función"
luis arturo hernández
FRANCISCO DE ASÍS APÓCRIFO

SAN FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS, de Dario Fo. Compañía Rafael Álvarez “El Brujo”. Plaza de la Brullería (Catedral de Santa María), Vitoria-Gasteiz. 24-Junio-2004.
CERRADO POR OBRAS (TEATRALES)

Dentro de los actos programados para esta temporada por la Fundación Catedral Santa María de Vitoria, “El Brujo” ponía en escena en la Plaza de la Brullería San Francisco, juglar de Dios, de Dario Fo, inspirado libérrimamente en la vida -y milagros- del santo de Asís. Y lo hacía, en paralelo a la campaña de visitas guiadas “Abierto por obras –de teatro-”, al aire libre, a las 11 de la noche, tras una tormenta, como un juglar, en la plaza trasera de la Catedral, justo enfrente del restaurante “El Portalón”, donde a comienzo de semana comían a papo de rey sus Majestades los Reyes tras entregar a la “Fundación” el premio “Europa Nostra” –lo demás es cosa nostra-, “cerrado por obras -o sobras-”, tal y como a lo largo del siglo XIII –aquel en el que transcurriera la vida del santo y se inicia la edificación del Templo- los “misterios” teatrales fueron desalojando las iglesias para emanciparse, fuera del templo, en boca de juglares, y convertirse en “misterios bufos”.

Hoy como ayer, rey y bufón pisándose los talones y dándose la réplica cabe la Catedral.

Dario Fo rescata, pues, de la figura del santo de Asís aquello que tiene de comediante de la palabra que construye el templo del amor panteísta a Dios bajo la bóveda del cielo y lo que pudo haber en él de agitador social al servicio de los humildes y los campesinos contra la jerarquía eclesiástica, los poderes de la burguesía mercantil y el Papa de Roma.

CANTORAL Y CANTERÍA: SACRO RETABLO DE LAS MARAVILLAS

Y “El Brujo” pone voz -y cuerpo y movimiento- a esa juglarada, entre el histrionismo de la sátira de los poderes dominantes y el sentido común y el arrobamiento místico del joven iluminado, contemplado entre la parodia y la ternura, más gótico que románico, y como un homenaje teatral a la piedra de siete caras y el conocimiento de lo inefable que reconstruye la ermita de la vida y obra de Francisco con la cantería del lenguaje y todo un repertorio interpretativo de polifonías –los campesinos, canteros, fratelli, cardenales o su Santidad- y bestiarios –el sardónico “hermano lobo”, los cerdos o los pájaros-, de cantorales y cantería, retablos de las maravillas en fin, que recrea su “vida del santo”, con desnudez de recursos del arte povera –velas y bombillas apagadas-, “teatro pobre” en (santa) clara consonancia con el voto de pobreza del humilde poverello Francesco.

OBRA, DECONSTRUCCIÓN, RECONSTRUCCIÓN

Con el humor como máscara carnavalesca - no es lo mismo ser gracioso que estar en Gracia, como “El Brujo”, agraciado con un don que le hace congraciarse con el público- y desacralizadora de los trucos del Poder –apología de la guerra, diatriba contra el Papa y otras órdenes religiosas, o derribo de las torres de Asís-, para reconstruir con ingenua picardía la ermita de “la vida buena”, y el relativismo irónico y gótico de los puntos de vista que tira por tierra los Absolutos del Poder románico y feudal, va construyendo un edificio interpretativo –las voces y gestos con que imita y emula, mima y remeda a todo bicho viviente- a base de “deconstruir” textos sagrados o profanos, desde la hagiografía de Francesco o el propio prólogo de Fo a la auto-ironía con respecto al propio discurso teatral del actor, quien teje y desteje los contextos históricos, literarios y sociales hasta quintaesenciar “el mensaje” -¡pásalo!- revolucionario de Francesco, mediante flujos y reflujos que ligan pasado y presente –okupas, “sin papeles”, hippies o alternativos, kale borroka y Aznar-, y rompe el discurso vertical y unidireccional con un juego dialógico, de ventrílocuo –que habla con las tripas- y que va de las grotescas onomatopeyas de los “hermanos” de Francesco o las mil voces del retablo de la vida -y maravillas- del santo a los homenajes a otros juglares –Paco Rabal, Fernán-Gómez o Karol Wojtyla-, o que se enreda en la interacción, en vivo, en directo y en caliente –pese al frío de la noche-, con su auditorio natural, sin ahorrar desenfadadas puyas a la entidad patrocinadora del auto.

Para concluir, al fin, con una reflexión en voz alta que llama a la comprensión hacia el instinto animal –de ahí su ánima- del ser humano–hacia el humus de la hermana Tierra-.

SANTA FAZ o ANTIFAZ Y ABECEDARIO BUFO

Así, a la sombra de la Catedral de Santa María, “El Brujo” logró despertar el asombro ante la nutrida Asistencia de una renovada y renacida -en virtud del Verbo- población de Asís, entre la sillería del improvisado patio de sillas de la plaza, levantando con magia de juglar, en la oscura Noche –del alma- de San Juan, catedrales en el aire, arquitecturas efímeras talladas con la séptima cara –del sillar-, rosas cúbicas –de palabras elevadas al cubo-, con la mueca de su santa faz -o antifaz- de bululú gótico y la muesca de las letras del abedeDario buFo –de los símbolos de cantería- de la Palabra. Y si se le fue el santo al cielo, que Asís sea.

LA OUIJA DEL BRUJO

UNA NOCHE CON “EL BRUJO” (25 AÑOS EN ESCENA), Compañía Rafael Álvarez “El Brujo”. Teatro Principal Antzokia (Vitoria-Gasteiz). 25 de Junio de 2004

“La piedra y la palabra” como motivo recurrente –y estructurador del discurso- en el díptico que Rafael Álvarez “El Brujo” ha traído a Vitoria de la mano de la Fundación Catedral Santa María, colofón del programa cultural que acompaña a su restauración.

“El Brujo” recala, pues, en Vitoria con un montaje que revisa a modo de antología, testimonio autobiográfico y coloquio sobre el teatro sus “25 años -de vida- en escena”.

Y esa autobiografía ficticia -toda autobiografía es apócrifa- se abre y se cierra con un sentido soliloquio sobre el emBrujo de la Palabra –origen del mundo- y las palabras –el del Hombre-, a la luz de una vela, junto a una mesa camilla con tapete rojo en la que “El Brujo” celebra esa “ouija” que convoca en torno al pábilo de la vela los fantasmas de su pasado familiar, cuya dramatización –psicofonías de los parientes, allegados e, incluso, las onomatopeyas de los animales domésticos- representará -en puesta en escena que es un alarde de sobriedad y minimalismo- sobre una circular alfombra cósmica –delimitada por 9 focos, las 9 estrellas proyectadas sobre la cámara negra del escenario- y colorada como el tapete, círculo mágico ampliado en que se revive la existencia, fractal y réplica del redondel de la mesa camilla, y sobre el que vela el bululú iluminado del Verbo, igual que el mapa de España cabía en el cobertor de hule de la mesita familiar evocada por él.

Juego teatral de aparente autenticidad que consigue la verosimilitud dramática a base de distintos grados de realidad –del histrionismo a lo testimonial, del apasionamiento al distanciamiento irónico-, de diferentes y combinadas aproximaciones a los universales del sentimiento -del lirismo a la sátira, de la reflexión al patetismo-, re/transmitiendo al espectador la sensación dramática de lo poético merced a una versatilidad interpretativa fuera de toda duda y a la desbordante personalidad dramática de todo un animal teatral.

Una noche con “El Brujo” es, como el propio actor, autor y director del montaje, un montaje barroco que aúna ambas acepciones de lo escatológico: la de lo cómico y bufo, corporal, de las “Gracias y desgracias del ojo del culo” de Quevedo y lo trascendente y místico, espiritual, de Teresa de Jesús; el humorismo de sal gorda del cuentachistes de lujo –ensartado de dichos populares sobre el culo, como secuela de la glosa burlesca del poema de Quevedo- y el dramatismo de la muerte de la abuela y la recreación a medio camino entre la parodia costumbrista –el cura, el médico, el padre borrachín, la madre, el perro y el gato- y lo sublime –entre naïf y mágico- del diálogo de la abuela y el niño, hilvanados por estribillos –“la vía se le apagaba”, muletillas y versos de ida y vuelta que trenzan la sutil tela de araña que ata el cabo suelto, el del amor –“a la que más quería”-.

Y todo ellos mediante un ritmo interno –de la alternancia de los tonos que va del del cazurro al de un iluminado, del orate al orador, del cantaor poeta al niño, a su prosodia- y una variedad de registros –desde las onomatopeyas de animales a las conversaciones a varias voces trenzadas en aras de clímax que ponen el punto final a cuadros-secuencias-, junto a la capacidad para sugerir mediante la mímica y la expresión corporal escenarios imaginarios, decorados y atrezzo, que permiten un espectáculo de teatro totalizador que durante dos horas integra todos los géneros de la Palabra –más ese entreacto coloquial que como es proverbial en él no tiene nada que envidiar al resto de la puesta en escena-.

Y humorismo como común denominador a una aproximación al relativismo, entrañable o ridículo, de la existencia -desde lo cómico, caricaturesco o sarcástico o lo conceptista, irónico o paradójico-, en una actuación que busca y acoge la interacción con el patio de butacas, en una “obra abierta”, que incorpora la más rabiosa actualidad política o social –como es proverbial en el bufón- de la vida real o las incidencias que la representación depare, ganándose al público que a oscuras asiste en la ardiente oscuridad a su ensueño.

Una representación en que “El Brujo” vela su pasado familiar y revela el daguerrotipo del recuerdo, y que dura lo que dura la llama de amor viva. Y luego, apaga y vámonos.