nº 52 - Julio/Agosto 2004 • ISSN: 1578-8644
"Sin derechos"
inés matute
Este no es un artículo para el lucimiento, sino para la denuncia.

Las 40 monjas de la Compañía Siervas de María afincadas en Nampula (Mozambique) oían narrar, desde hacía años, casos de robos de niños. Los cuerpos, vacíos de órganos, aparecían meses más tarde en zanjas abiertas o en cunetas de difícil acceso. En julio del año 2003, la cifra de niños secuestrados y posteriormente asesinados se disparó alarmantemente. Todos en Mozambique saben que el tráfico de órganos es un negocio lucrativo; también conocen el emplazamiento exacto de muchas tumbas donde, de escarbar lo suficiente, aparecerían un sin número de cuerpos infantiles desprovistos de ojos, corazón, hígado y riñones. Pero tienen miedo a denunciarlo. Miedo a una mafia que extiende sus tentáculos hasta la clase política y las más altas capas sociales, por no mencionar a la policía. Dos monjas zaragozanas, Sor Maria del Carmen – priora- y Sor Maria Jesús – hermana- se han armado de valor y han enviado a las autoridades locales vídeos y fotografías de cadáveres infantiles abiertos en canal y vacíos de órganos, así como un largo informe que recoge varios casos de secuestro vividos a las propias puertas del monasterio. Las monjas sospechan del sudafricano Gary O’Connor y de su esposa, Tania Skytte, propietarios de una granja avícola próxima a la zona de desapariciones. La casa del matrimonio es un continuo ir y venir de coches con los cristales ahumados que utilizan un camino clandestino para llegar a un aeropuerto muy frecuentado por misteriosas avionetas. De las ochenta niñas que comían en el orfanato ya solo quedan 15. Simultáneamente, las monjas han comenzado a recibir amenazas de muerte y a sufrir distintos tipos de agresiones. Pero ellas no se amilanan. “Les vemos rondarnos con pistolas y catanas, nos intentan aplastar con sus camiones, pero Dios nos protege” Las zaragozanas saben que con su denuncia se juegan la vida, pero también saben que sin su testimonio y una eficaz acción judicial, la vida de estos niños no vale nada. Estas mujeres se enfrentan a un mundo hostil desde hace más de 30 años, y continuarán haciéndolo “hasta acabar con un terrorismo diabólico que convierte a las personas en carne de matadero vendida a pedazos”. Dios las oiga y Dios las ayude, porque, sabiendo lo solas que están y conociendo la impotencia de una lucha sin cuartel contra la mafia Nampuleña, difícil se me hace pensar en otro tipo de ayuda. De momento yo me hago eco de su denuncia, de su desesperada llamada de auxilio, pero, mientras la zona VIP del mundo siga demandando órganos, sus niños seguirán desapareciendo para convertirse en ornamento de cuneta. Cuerpos vacíos, cueros resecos. Por eso hoy me pregunto si el silencio de occidente, ese acatar la existencia de niños sin derechos que son tratados como piezas de recambio para ricos moribundos, no será un callar cómplice y obsceno. Por menos de esto nos hemos tirado a la calle. Por menos de esto han corrido ríos de tinta y el mundo entero se ha horrorizado. Cínicamente, claro está, puesto que clamar al cielo sin tomar las oportunas medidas, sólo es hacer teatro.


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