nº 52 - Julio/Agosto 2004 • ISSN: 1578-8644
Con el tiempo en brazos
"El grito"
ana márquez
Para Edvard Munch la angustia era de ese color coagulado que derrochan los crepúsculos. Para que una puesta de sol se nos transforme en un escenario terrorífico basta que un sufrimiento indecible nos pervierta las pupilas. Porque el ojo sólo traduce lo que el corazón le apunta, ya tenía noticias de esto el ser humano antes de que la Iglesia nos boicoteara con sus dogmas. El ojo, la lámpara del cuerpo.

Hace tiempo que el crepúsculo se me anda desangrando a mí también. Hay playas moteadas de cuerpos que se me atragantan al mediodía. Cuerpos moteados de balas en Oriente que hacen interferencia con mi mullida serenidad de andar por casa. Hay cuerpos, más cuerpos, alimentando en el norte esas aguas que nunca se sacian... Hay demasiados cadáveres arruinando el paisaje para que se nos ocurra pensar que el sol y su pomposa despedida diaria sea algo más que un suceso anecdótico.

Nos dirigimos al crepúsculo con los ojos nublados de cadáveres en un mundo al que parece que Munch hubiera dotado con su endiablado sentido de la perspectiva. No hay belleza posible cuando la muerte se mezcla con el polvo en suspensión que da color al horizonte. Sólo hay angustia. La calavera verde desgañitándose en un grito redondo que, de momento, no nos sirve de mucho para conjurar el horror. El horror, ese alquimista malencarado que ostenta el poder de transformar las bondades del ocaso en un escenario para la locura.


Ilustración: Ana Márquez
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