nº 47 - Febrero 2004 • ISSN: 1578-8644
TEATRO:
"Ni sombra de lo que fuimos"
luis arturo hernández
GIRA, GIRA, CARRUZÉ

(Ni sombra de lo que fuimos, La Zaranda Teatro Inestable de Andalucía la Baja)

En torno a un desvencijado carrusel, cuatro personajes decrépitos –el pregonero, el limpiabotas, el fotógrafo y la echadora de cartas-, asisten a la agonía del dueño de la atracción y a su última galopada en el despintado caballito de un tiovivo moribundo.

EL VIAJE A NINGUNA PARTE o EL VIEJO, A NINGUNA PARTE

El sin-sentido de la vida como viaje a ninguna parte –con ecos de Beckett-, la avaricia por los despojos –Las galas del difunto de Valle-Inclán- y el jondo sentimiento trágico de la vida del dueño“sin nombre” –que no figura en el registro y va a la fosa común en la visión premonitoria de su último sueño, anterior la caída del caballo-, enfrente de “La renegrida”-¡Ay!- y bajo una carcajada sardónica –tras la muerte del viejo-, hacen de Ni sombra de lo que fuimos un sainete nihilista, o un esperpento costumbrista, o una farsa grotesca con estética sombría de Carnaval, que va de un Brueghel aligerado de moraleja –el bufón enmudecido con altavoz/embudo en la cabeza, el sillón de“La extracción de la piedra de la locura” o los cuadros escénicos de “Proverbios flamencos” inmortalizados, como medallones dramáticos, por una luz macilenta-, a la estética del expresionismo del claroscuro de los caprichos de Goya o Solana –o alguna escenografía de José Ibarrola-.

LA PROCESIONARIA DEL TÍO VIVO o LA PROCESIÓN VA POR FUERA

El carrusel, como un microcosmos desde el que una mujer interpreta el macrocosmos, es una maquinaria renqueante que gira en torno al eje con la chirriante y oxidada música de las esferas y que mueve el mundo de los personajes–ese mundo que mueven a su vez, como un paso de la Pasión, los eventuales costaleros-, con colgaduras de terciopelo que, igual que telones de teatro, ofician de banderas replegadas sobre herrumbrosas lanzas o de dosel en el patético oficio de difuntos, con la misma capacidad de transmutación del resto del atrezzo y utillería –taquilla/ataúd, maleta/mesa, silla plegable/cuadro/nicho, la muleta o el escabel-, con un carácter polimorfo, reciclable y polisémico de los objetos.

DE LA CAJA DE MÚSICA AL CAJÓN DE MADERA DE PINO

Desolación de los seres y ruina, polvorienta y mohosa, de los enseres, condenados a dar vueltas, a amolarse empujando el molino del tiovivo, y a desvalijarlo para seguir el camino -en un círculo, más que infernal, vicioso-, bajo la luz rancia y mortecina del más acá o glauca, glacial del más allá, “fantoches y espantajos” que deambulan alrededor del juguete roto, suben o bajan de la plataforma giratoria como quien se monta o desciende del mundo –que se pare el carruzé, que me apeo-, derrotados sin derrotero fijo, ridículos y patéticos, maniáticos y compulsivos, con muecas e idiotismos de muñecos autómatas.

Y es precisamente en el texto, y en particular, en la dicción, donde esa reiteratividad alcanza su cansino esplendor, mediante variaciones de las muletillas y las frases hechas desgastadas, usadas, rotas, alteradas por modulaciones tonales o descoyuntadas por los desplazamientos de las pausas, enfatizando la cárcel de oropel ajado de las palabras, la reincidencia circular de la fiera que da vueltas encerrada entre los barrotes del lenguaje del carruzé, al compás estremecedor de una descacharrada caja –de un cajón- musical –del pasodoble a la marcha fúnebre-, mientras se les vienen abajo los palos del sombrajo a “quienes hoyaron todos los caminos” –y no es de extrañar que “hoyaron” (sic) remita, en el texto de presentación del programa de mano, a “hoyo” con sentido de “huella”-, y despedidos en otra vuelta de la espiral de su mísera galaxia hacia algún agujero negro.