nº 47 - Febrero 2004 • ISSN: 1578-8644
Kazkastan también existe
"Contrastes"

javier martin
Decir de un lugar que se trata de una ciudad o de un país de contrastes resulta las más de las veces una absoluta obviedad, o un tópico demasiado socorrido para, no diciendo nada, expresar la fascinación de lo nuevo, el exotismo de lo desconocido o simplemente la condición natural de la existencia, de cualquier existencia.

Sin embargo, en algunas ocasiones, el contraste supera con creces las expectativas del observador, y revela lo que el tiempo trata sin éxito de ocultar o borrar. A veces, de pronto, una imagen pone de manifiesto todos los silencios; y cuando el espectador paciente, el observador atento o el simple paseante despierto preguntan sobre el sentido de tan reveladora imagen, obtienen explicaciones que nada justifican o elocuentes silencios que tratan de acallar los gritos del recuerdo.

Lo diré, Kazajstán es un país de contrastes. No me detendré sin embargo a enumerarlos, no aquí, al menos, aunque tal vez sí lo haga con el tiempo, poco a poco, con la demora que requieren las largas digestiones.

Cuando llegué a Almaty, era verano. Ahora, cuando esto escribo, es invierno y la nieve y el barro se turnan en el paisaje con un orden casi obsesivo. Parece que nunca fue ni nunca será verano de nuevo.

Pero no es este el contraste del que habla la fotografía, la imagen. Como decía, era verano cuando llegué a esta ciudad, y uno de los primeros lugares que visité fue el parque Panfilov, donde se alza, espléndida en su reducido tamaño, la catedral ortodoxa de la Ascensión. A escasos metros de ella, dentro del mismo parque, a espaldas del templo donde todavía se reza con devoción, el ángulo recto del comunismo real levantó uno de sus monumentos a la guerra, la Segunda Guerra Mundial en este caso, aunque poco importa cuál sea.

Al espectador atento, al paseante observador no se le puede escapar el contraste, y cuando recorre los escasos metros entre uno y otro monumento, no puede dejar de oír la música de una acordeonista ciego y anciano, mendigando, mientras aún es verano, a medio camino entre la grandeza de barro de dos imperios.