nº 47 - Febrero 2004 • ISSN: 1578-8644
"Normalización principesca"
inés matute
“ En el siglo XXI, no habrá más reyes que los de la Baraja”
Rey Faruk de Egipto

“¿Y qué es la historia sino una fábula consensuada?”
Napoleón

Haakon de Noruega vuelve a dar la campanada, y lo hace, precisamente, la primera vez que se le pide que desempeñe un trabajo para el cual lleva preparándose la friolera de 30 años. Justo cuando comenzábamos a acostumbrarnos a la imagen de Mete Marit moviéndose por palacio con donaire de reinona – recordemos la operación del rey Harold, su cáncer de vejiga, contratiempo que obligó a su hijo a asumir temporalmente la regencia del país - Haakon Magnus Morrus nos sorprende con una baja por paternidad. Sí, sí, han leído ustedes bien. Al niño le va eso de la paternidad responsable, no así “el rollo” de la corona responsable, a pesar de haber sido educado para rey desde el mismísimo día de su nacimiento. Recapitulemos: Si se trata de dilapidar una generosísima e injustificable asignación, el heredero es más príncipe que nadie, pero si se trata de doblar el espinazo, mejor acogerse a los beneficios de una ley laboral que en su día se aprobó para disfrute de aquellos que no tienen otro “privilegio” que su trabajo. Así las cosas, a cambiar pañales y a dar biberones toca, que entre estar al lado de la parturienta o tomar las riendas de un país, el muchachote lo tiene claro.

A nuestro príncipe Felipe también le ha dado por ser normal. O al menos eso se cree él, porque, normal-normal, nunca llegará a ser. Y no lo digo porque se nos case con una periodista que sabe lo que es viajar en metro y dar la vuelta a la tortilla sin chamuscar el teflón, sino porque ciertos días Don Felipe se levanta de la cama resuelto a pasarse por el jubón el rollo ese de la sangre azul. Cuando Don Felipe decide bajarse al mundo, suceden cosas bien curiosas. Puede ocurrir – ocurrió- que en un vuelo nacional una viajera de clase preferente comprobase, estupefacta, cómo un escolta le arrebataba una agenda electrónica por aquello de que ahora, con eso de la tecnología e-modem, cualquiera puede hacerse con una foto del heredero hurgándose la nariz. La cosa acabó con la intervención del comandante, el sobrecargo y tres auxiliares a los que aún les tiemblan las canillas. Si el muchacho decide ir al cine en lugar de visionar las pelis en palaciega intimidad, ración doble de lo mismo, que en la diferenciadora distancia es bueno abundar: un enjambre de gorilas rodea a su alteza, dos a babor, dos a estribor, dos a proa y dos a popa, colgándose unos cuantos del techo en aras de una mejor protección. En los cines Luna de Madrid, que tienen el tamaño de un ropero, ya se ha vivido la experiencia con el consiguiente mosqueo del personal. ¡Ay del que haga ruido con las palomitas, suelte una flatulencia o se lleve la mano a la entrepierna resuelto a sofocar un picor! Que el niño de oro juegue a ser normal olvidándose de que cada cargo conlleva sus cargas me parece una iniciativa muy sana, pero deja de parecérmelo en el momento en que su supuesta normalidad acota la nuestra. Mire usted, alteza, no puede ser normal quien nace y crece entre algodones, se funde en un año los ahorros de veinte generaciones, tiene un papá con cara de moneda, vive en un pisito tamaño portaviones, convierte sus polvos en asunto de estado y se mueve por el mundo como el profesor Leaky, es decir, rodeado de gorilas, por mucho que un Borbón lo encuentre tan natural. El falso barniz de modernidad que se trajo usted de tierras vikingas y una institución que se sustenta en la desigualdad de clases, no acaban de casar. Como en el fondo soy buena gente, voy a permitirme recordarle que en este país nuestro Juancarlistas hay unos cuantos, pero monárquicos cada vez quedan menos. No me repita usted lo del cine, ni lo del avión ni el incidente del fotógrafo en un conocido centro comercial. ¿De verdad quiere usted ser como el resto de los mortales? Pues tómese una aspirina y échese un ratito junto a la estufa, que no estamos dispuestos a convertirnos en musaraña para que usted disfrute de un principesco baño de normalidad.

* Nota: ¿Cuánto nos cuesta a los españoles mantener la monarquía? Si preguntamos a quienes habitualmente manejan estos datos, nos dirán que la sección primera de los Presupuestos Generales del Estado lo deja claro, pero yo creo que no. Al margen de los siete millones de euros anuales, Patrimonio corre con los gastos de los palacios utilizados por la familia real, Interior paga todo lo relativo a seguridad, el parque móvil realiza el mantenimiento de sus 70 coches, al grupo 45 del Ejército del Aire le corresponden los desplazamientos aéreos... que cada cual saque sus propias conclusiones, pero, a mí, no me salen las cuentas.