nº 46 - Enero 2004 • ISSN: 1578-8644
La quinta columna
"Raza o el sueño de la razón produce monstruos"
luis arturo hernández
A propósito de Sueños impúdicos, de Arnost Lustig, Ed. Seix-Barral

Se publicaban, en esta ocasión, tres novelas breves del checo Lustig, Día triste, La chica de la cicatriz y Sueños impúdicos, editadas bajo el título genérico de esta última.

Ambientadas las tres en los tres últimos años de la II Guerra Mundial, la acción de todas ellas transcurre en la Praga ocupada por los nazis durante el desmantelamiento final del III Reich.

Si bien el exterminio judío aparece como telón de fondo, los relatos se inscriben en el clima de confusión reinante entre la población praguense de a pie ante la liquidación final del Protectorado de Checoslovaquia.

Las distintas actitudes respecto de las razas aparecen expresadas, a lo largo de las tres novelas, sucesivamente en palabras de un suboficial: “En serio, los eslavos realmente parecen terneros”; o “esos gatos gordos de los judíos”, en las palabras de un partisano; o en los letreros de las calles, donde antes decía: “No se admiten perros ni judíos”, y ahora reza: “Mueran los cerdos alemanes”. Expresión ésta que la anciana de Sueños impúdicos hace extensiva a todos los hombres: “Lo olvidaréis todo, lo perdonaréis todo, cerdos”.

El autor adopta el punto de vista femenino en los tres casos y tanto Inge Linge, la prostituta alemana; como Jenny Telen, la estudiante huérfana, o la taquillera del cine de Sueños impúdicos, protagonistas respectivamente de sendas obras son mujeres jóvenes.

El deseo –instinto de supervivencia y muerte a la vez-, unido a su intuición –un sexto sentido que abarca desde la premonición a la profecía-, será el común denominar a las tres jóvenes que, directa o indirectamente, se verán abocadas al asesinato de aquellos alemanes con que el destino, de manera casual y fortuita, las ha enfrentado, a lo largo de una trama narrativa en que se va dosificando la intriga por medio de la técnica del dato escondido, para acabar asimismo auto-inmolándose en una acción de resistencia.
El amor propio frente al orgullo y el desprecio en Día triste, la conciencia del pasado y el sentimiento de venganza ante la arbitrariedad autoritaria en La chica de la cicatriz y la búsqueda de satisfacción del amor de la joven taquillera o el sentido de justicia de su madre en Sueños impúdicos, no son sino variaciones del mismo tema, manifestaciones caóticas de la irracionalidad del deseo frente al racionalismo racial y racista del orden del Poder.
Las novelas están “contadas”, en tercera persona, por un narrador omnisciente que en ocasiones y de forma casi imperceptible se desliza hacia la segunda persona, con lo que se apela al lector, ya sea en el tono conversacional del narrador, ya sea por medio del desdoblamiento lírico y coloquial del personaje, hasta culminar en Sueños impúdicos en un relato de ritmo cinematográfico netamente oral.
Al mismo tiempo el juego de voces se amplía del duetto en un apartamento sitiado por los partisanos, en Día triste, a la masa coral de las huérfanas alumnas de la escuela nazi que rodean a Jenny Telen, “la chica de la cicatriz”, hasta alcanzar el carácter sinfónico en las innumerables voces directas e indirectas que pueblan Sueños impúdicos.
El carácter asociacional de la memoria, unido a la expresión del pensamiento y su disociación respecto de los diálogos, actúa sobre la narración, realista y lineal, detallada y minuciosa, produciendo un efecto onírico que va desde la ensoñación, pasando por la pesadilla, febril y angustiosa, hasta conseguir el ritmo vertiginoso de la alucinación, en Sueños impúdicos, donde a la fracturación del relato provocada por diversos monólogos interiores, demenciales visiones y dramáticas interpelaciones al vacío de la ausencia, se une la fragmentariedad narrativa que corresponde a la ruptura de una visión única del mundo y la multiplicidad de las acciones que se ramifican constituyendo una caótica red que, al igual que Praga, y a medida que la hidra asfixiante de la ocupación alemana retrae sus tentáculos mutilados, se cierra sobre sí misma.
Con pulso firme y estilo vigoroso construye Lustig tres historias cuyo escenario común es la ciudad antigua de la capital checa: “-En Praga, cuando brilla el sol como ahora y el cielo está tan claro, los días son maravillosos y tristes –comentó Inge-. No sé por qué parecen tan tristes. Tal vez por el color de los tejados y los jardines”.
Tres novelas interrelacionadas entre sí por algunos motivos recurrentes como el caso del aviador Heydrich, la presencia de la figura del juez, las cicatrices... Una idéntica situación ambiental: anarquía. Un sentimiento común: el miedo.
La Naturaleza –el sol, los volcanes, las magnolias, los peces de colores... - se convierte en la fuente de la que bebe la imaginación poética de Lustig para dotar a sus historias de un claro contenido simbólico. Pero es la animalidad –caballos, corderos, perros, ratas, peces abisales... - la que expresa de manera más cruel y rotunda la condición in/humana, concretamente en la última de las novelas.
En efecto, Sueños impúdicos es el más complejo de los tres relatos. Las características estructurales, la tipología de los personajes y la pluralidad de acciones, la emparentan con la obra de otros escritores checos. Y, en especial, el tema –la superación de la impotencia y la sublimación del deseo en la resistencia armada-, las circunstancias históricas de la narración, la simbología animal, el estilo tenso, vibrante y poético y hasta el mismo desenlace, la asemejan extraordinariamente a Trenes rigurosamente vigilados, del también escritor moravo Bohumil Hrabal, y de alguna manera con la atmósfera de la gran novela juvenil que es Los cobardes, del bohemio Josef Skvorecky.
El mismo simbolismo cromático de la impúdica visión final, en que confluyen el eros y el thánatos, así parece confirmarlo: “Esos charcos azules o manchas azuladas que brillan en el fondo de sus ojos cuando piensa en ello y sus manos, no las manos de un hombre, hacen con ella lo que quieren. Y luego las explosiones rojas que saltan a la superficie y de súbito transforman el rojo en amarillo y unas manos invisibles la cogen y la levantan hasta el techo, que ella tocará con su mano y dejará de sentir. Gritos internos sumándose y finalmente la negrura; una negrura aterciopelada, como una suave y tierna caricia, como cuando eres tocada por las puntas suaves de unos dedos invisibles”.
Hay en la obra de Arnost Lustig, como en la ya mencionada de su compatriota Hrabal, un sentimiento indomeñable de resistencia que se hace patente en las palabras del oficial juez Pan Walter Manfred zu Loring-Stein: “¿No sabe lo que son esos checos? Son como árboles jóvenes llenos de savia y vitalidad. Se los doblegó completamente pero no se quebraron. Se los puede pisotear, pero ellos vuelven a levantarse, a menos que se les patee la cabeza para tener la seguridad de que están acabados”.
Como en el caso de cualquier nación sometida a un auténtico Estado invasor, no basta con la capacidad de resistencia demostrada por un pueblo a lo largo de la historia social –militar y política- de su liberación, para acceder directamente a la Literatura. Se hace necesario, además, contar con un cronista de su historia secreta, un poeta que explore los emocionantes avatares de su intimidad, con un escritor dramático que dé voz a sus contradicciones internas, con un fabulador de lo real y lo imaginario, en fin, de la capacidad de Arnost Lustig, que dé vida a la palabra escrita y se permita a sí mismo confundir lo histórico –esa ficción realista- con lo literario –esa otra realidad ficticia- y fundir asimismo la literatura y la historia en la Historia de la Literatura.