nº 46 - Enero 2004 • ISSN: 1578-8644
CINE:
"Dogmaville o el nuevo dogmatismo"
luis arturo hernández
Lars Von Trier ha filmado en Dogville un “cuento moral” o, mejor dicho, una “novela ejemplar”, por cuanto tiene de modelo narrativo cinematográfico y de castigo ejemplar a un tiempo. O mejor aún, y por retrotraernos a la esencia dramática del filme, un ensayo teatral de una tragedia contemporánea en la que el destino fatal ha sido a/firmado por la comunidad humana que condena al héroe –heroína en este caso de un casting ejemplar-.

HISTORIA UNIVERSAL DE DOGVILLE

El plató del estudio –mitad diorama, mitad tablero de juego de rol- es el escenario que ofrece, en su desnudez minimalista –sin paredes en las casas- y en su afán por recuperar el origen primigenio del cine -que evoca en un bucle parabólico tentativas vanguardistas de un cine total como es Las maletas de Tulse Luper de Peter Greenaway-, “la historia universal de Dogville”, pues lo universal es como ya dijera alguien lo local sin paredes.

En esa “rayuela” aterriza providencialmente Grace, un ángel caído en desgracia, quien pese a la reticencia inicial de los habitantes del pueblo y gracias a los buenos oficios de Tom, un aprendiz de novelista, será el ángel de la guarda y/o hada madrina de la ciudad.

LA CIUDAD Y LOS PERROS o AMORES PERROS

En una “parábola” sincrética de diversas tradiciones culturales occidentales, Grace, la desconocida, pasa de disputar un hueso al can Cerbero que vigila la entrada a Dogville y convertirse en una benefactora a ser el oscuro objeto del deseo de los varones del pueblo –tentación de la manzana de Eva/Blancanieves y las sietes figuritas de artesanía-; en una de esas cristificaciones femeninas tan habituales en la filmografía reciente de Lars Von Trier, en sacerdotisa reintegrada al origen sagrado de la prostitución, en una diosa –una diva del cine- degradada a perra con carlanca en la perrera de Dogville –la ciudad y los perros-, y donde afloran los más bajos instintos de un pueblo pequeño –infierno grande-.

La reiterada aparición de los perseguidores de Grace –guardias, policías y gangsters- en el parking del escenario llevan a Tom, su protector o tutor y, más que filósofo, falso moralista –novelista, a fin de cuentas, y de cuentos-, a delatarla y entregarla a su Padre, quien la reconviene por el pecado capital de la soberbia –el calificativo “arrogante” es el término recurrente en el doblaje al español-, del que se arrepiente con humildad ante un Padre que bien pudiera ser en la parábola veterotestamentaria Yahvé, si no fuera porque la capacidad de omnisciencia y el ojo que todo lo ve se reserva al pequeño dios filmador del nuevo Dogma –como lo demuestra, en una infidelidad más a su decálogo, la mirada de “rayos X” con que atraviesa el toldo de la camioneta, pese al vertiginoso movimiento de una cámara manual- y al punto de vista de su corresponsal en Dogville, la voz en off del novelista Tom, narrador omnisciente de esa caída en desgracia de la angelical Grace y autor implícito que juzga y valora, como un evangelista traidor, con la perspectiva que le da haber escrito la novela basada en los hechos que el espectador ha visto en directo.

¿ALPHA Y OMEGAVILLE o SODOGMA Y GOMORRA?

La narración, precedida de un prólogo, y secuenciada en 9 partes, con arreglo a una estructura dramática canónica de planteamiento, nudo y desenlace, y a lo largo de tres estaciones, concluye con un final apocalíptico en que Grace, transmutada en orgulloso y vengativo Ángel Exterminador –“Abbadog”- y dogmático brazo de la Justicia Poética, obtiene de su complaciente Padre –señor del Mal del maniqueísmo del panteón bíblico- la satisfacción de arrasar a sangre y fuego vidas y haciendas de Sodogma -y Gomorrea-.