nº 46 - Enero 2004 • ISSN: 1578-8644
Agata y otros ojos
"Buenos augurios"
mari carmen moreno
Buenos augurios
“...caigo en un humor negro, en una honda pena cuando veo convivir a los hombres como ahora lo hacen; no encuentro por todas partes más que indigna adulación, injusticia, interés, traición y bellaquería; no puedo contenerme, siento rabia y mi deseo es decirle las verdades a todo el género humano.”

Moliere
El Misántropo.

Con la llegada del nuevo año cada cual le desea a su prójimo “buenos augurios”. Si el resto del año hemos hecho zapping a las buenas maneras, cargando sobre las espaldas de nuestros conciudadanos nuestros propios errores o simplemente mostrándonos poco benevolentes con los errores ajenos, ahora es el momento de retractarnos. Alargamos la mano, obsequiamos con nuestra mejor sonrisa incluso a los desconocidos, no dejamos que haga mella en nosotros el desánimo del día anterior e incluso nos sentimos capaces de pegarle un bocado de cuidado a todo aquel que no haga lo mismo. No es momento de broncas, que no se nos note la careta. ¡ Hagan juego señores¡ A ver quién posee mayor don de gentes, quién es capaz de aminorar su desánimo interno para mostrarse alegre por los cuatro costados. Que a nadie se le vea la catadura innata con que el resto del año obsequia a quien no aguanta. Ahora no es momento de reproches. Todos somos capaces de hacer esfuerzos, esforcémonos pues por ser amables, simpáticos, capaces de ofrecernos en cuerpo y alma a quien nos pida ayuda o se sienta desprotegido. Vociferemos todos juntos por la paz, la convivencia, la tolerancia, en ese pacto de no agresión ni siquiera hacia aquellos que odiamos alguna vez en nuestro diario recuerdo.

Olvidamos, sin embargo, que cuando al día siguiente nos alcemos volveremos a encontrar al vecino chillando en la escalera, al padre agrediendo a la madre sin conmiseración alguna y al telespectador congratulándose de las desgracias del prójimo. Tiene su morbo la violencia, es por eso quizá que ni una sola de las noticias que oímos a diario hacen mella en la consabida benevolencia con la que el día anterior obsequiamos a nuestros conciudadanos.

Todos nos regimos por principios, normas de convivencia, particulares visiones de los problemas cotidianos, puntos de vistas dispares o convergentes de la realidad. Ese código de valores por el que nos regimos ha sido preconcebido a priori por la sociedad en la que vivimos, pero olvidamos que ese código es imperfecto. No se mide con el mismo rasero a los indigentes, ni a los que adoptan posturas u actitudes que molestan al consenso común que a todos los que siguen la corriente: no se quejan, no luchan y se levantan con el antifaz que protege su rostro de las salpicaduras y no tiene contraindicaciones.

Mejor haríamos si no apartásemos la mirada cuando una acción injusta se cruza en nuestro camino. Muchísimo mejor si obsequiásemos diariamente al vecino con la mejor de nuestra sonrisas, si no apartásemos la vista cuando oigamos voces en la escalera o procurásemos ofrecer nuestro apoyo al compañero que se siente desgraciado. No podemos atajar la miseria diaria ni tampoco evitar que exista gente que abogue por la xenofobia, la inhumanidad o la falta de escrúpulos, pero no estaría de más que cada día abriésemos los ojos y nos sintiésemos un poco más prójimos los unos de los otros. No estaría de más que tuviésemos un futuro más justo, donde nadie se doblegue, donde los frágiles no existan, donde nadie deba agachar la cabeza.