ISSN 1578-8644 | nº 43 - Octubre 2003 | Contacto | Ultimo Luke
La quinta columna
"Las fabulosas aventuras del Conde Remediado"
luis arturo hernández
A propósito de "Viajes alrededor de mi cuarto", de Xavier de Maistre

La peripecia épica ha venido circunescribiéndose al territorio natural del héroe en la medida que el mundo dejaba de ser una terra incógnita para convertirse en continente descubierto y explorado, colonizado y explotado –amén de evangelizado-, y así el mar de la antigüedad –el Mediterráneo de la Odisea-, se reduce a comarca –La Mancha del Quijote- en la irónica edad moderna y acaba ciñéndose al itinerario de la ciudad natal –el Dublín del Ulyses- en la era contemporánea, proyectándose en la postmodernidad a la aventura del espacio –el señor de los anillos de Saturno, en 2001 Una Odisea espacial-.

Pero hay un archipiélago en el que la navegación de cabotaje de la lectura hace escala en escasas ocasiones y son los viajes imaginarios de la literatura de la ilustración, entre los que es preceptivo el atraque –atracón de humor- del desternellante Tristam Shandy, y a su lado el Viaje –seguido de Expedición nocturna- alrededor de mi cuarto del conde Xavier de Maiestre, en el encierro de la “habitación propia” que reivindicaría más tarde la liberal Virginia Woolf –más allá de la libertina Filosofía en el tocador del Marqués-.

Divagación jovial e ilustrada –por las luces de la Razón y su culto a las ilustraciones gráficas-, divertida y libérrima, de un narrador en arresto militar -por un duelo- durante seis semanas en su cuarto en una cuaresma forzosa, el Viaje de Maistre se convierte en un carnaval del espíritu, una fiesta de la inteligencia y un viaje interior a la sensibilidad y la memoria, sentado en una butaca –cómo se siente entonces el poder fabulador de un sillón “Voltaire” (autor modelo, para el aristócrata ortodoxo y legitimista, por su viajero Cándido ) en La vida exagerada de Martín Romaña del humorista Bryce Echenique-, y alrededor de los libros y las ilustraciones de la habitación en un fantástico viaje virtual, sin más compañía que un criado y una perrilla, y las eventuales visitas de los conocidos.

El desenfado bienhumorado de este aristócrata franco-italiano (Chambéry, Saboya) se aprecia en el carácter digresivo, al estilo de Sterne -¿cómo no uncir en la misma cuadra “el caballo de batalla de mi tío Tobie” y el hobby horse del tío Toby de Shandy?-, en la conciencia metaliteraria del autor que interpela al lector –interactúa con él dirían hoy los pedantes-, insistiéndole en que su Viaje no deja de ser mero divertimento literario, tal y como no se cansa de hacer el Diderot de Jacques el fatalista; recordándole, finalmente, que la identidad reside en el traje al modo de Sartor resartus –El sastre resastreado o El Sastre Remendón, en traducción del escritor Alfonso Sastre, en un cajón de sastre- del inglés Carlyle, entre piruetas de ingenio y recaídas en la bilis negra melancólica –tedio, acedía, esplín- de los recuerdos que se quisieran gozosos, de tono ligeramente elegíaco por la fugacidad de los afectos, por la volubilidad del deseo, y remontándose enseguida hacia “la levedad del ser” en una inmovilidad activa –al estilo del “Autor” de d’Ors en Oceanografía del tedio-, entre extravagantes soliloquios y afinadas reflexiones surgidos al albur del viaje astral a través de su gabinete, anclado en su butaca y componiendo un cuaderno más de “áncora” que de “bitácora”, fondeado en el vagabundeo mental de su retiro de Carnaval donde el perfil del narratario, la máscara de la persona destinataria va mutándose–Jenny, lector; y luego, Sofía, Sra, María Srta.- con versatilidad carnavalesca.

Y todo ello, las más de las veces, en un estado de duermevela, entre la somnolencia y la ensoñación, a medio camino entre el insomnio y el sonambulismo, óptimo para una introspección en el país imaginario del yo que representa el debate pre-sicoanalítico del “Alma” –con los sueños- y “la Bestia”, la disputa entre el super-ego y el Ello-“la Otra”-, abriéndose paso entre remedos de “diálogos platónicos”–el mismísimo Platón incluido-, que rubrican el Viaje invocando el tema del doble y que, sólo en la Expedición nocturna de un aristócrata refugiado del Terror de la Revolución francesa se reconcilian en “una sola pieza” –en su habitación-, guardadas en el almario y reintegradas en un solo ático, “a pie o a caballo”, graciosamente–¿y cómo no recordar en tal ocasión a Néstor Luján?-.

P.S. ¡Qué elegante nitidez, qué diáfano especular sobre lo humano y lo divino, ¿verdad, lector?, con palabras cristalinas, apenas empañadas por el vaho del aliento poético, ni distorsionadas por los colores de la retórica en vidrieras emplomadas –y plomizas- de con/cierto barroco, con incisiones –e incisos-, y empeñados en relumbrar a su trasluz!

A CABALLO ENTRE DOS EDADES

Expedición nocturna-antes citada-, que se abre con una irónica referencia –cervantina/ mente- a la apócrifa primera parte y continúa haciéndose eco del reproche de una lectora –Sra.de Haut-Castel, señora del Alto Castillo del Amor Cortés con quien acaba el Viaje- de no haber abordado las formas de “hacer el amor” antes de emprender el “viaje aéreo” por la claraboya del altillo, lo que dará pie a la formulación de su teocentrismo cósmico -“Sistema del Mundo”, cap. XVI- y, arrastrado por idénticas ansias de lo Absoluto, a un amor a todo el género femenino habido y por haber con la consiguiente deriva panteísta, y que hace variar en sus ucronías el curso de la Historia, de la inmensidad del universo a un diminuto pie en una zapatilla –Bajó en/de/con/sin zapatillas- a muchos pies de altura.

Han pasado 30 años desde la primera parte –François-Xavier ha esperado a la muerte de su hermano mayor para contrariar su consejo de no publicar Expedición: “segundas partes nunca fueron buenas” (sic, en español)- y las penalidades de la contrarrevolución tiñen, en esta 2ª Parte, la turbulencia del pensamiento, en la última noche en Turín antes de partir al exilio –el amor a la patria, para el natural de la Saboya anexionada a Francia, es más propio de montañeses: en la llanada el patriotismo es “a medias”-, de amargura y desengaño, y de reflexión trascendente -el Tiempo como instantánea entre “dos nadas”; la Muerte identificada con las “campanadas a medianoche”-, de nuevo desde la disputa entre razón y corazón –partida entre la cabeza y el sentimiento que dejará en tablas con amable escepticismo en puertas de la madurez-, y de gravedad atenuada por la ironía de un narrador que cabalga a lomos del alféizar de la ventana, “a caballo” entre el Pasado y el Porvenir, entre el Cielo y la Tierra –y “el camino de la locura conduce a la sabiduría”, como en aforismo de W. Blake-, y preso de un juego de dualidades –inexcusables, como el mismo duelo-, conversador reaccionario y ameno conservador en un tiempo inestable –violenta transición de la Edad Moderna a la Contemporánea- y un espacio inseguro -el clavileño del caballete de la ventana-, el conde de Maistre busca el anonadamiento de la mente en blanco –el letargo de un ligero sueño-, desvía el curso del pensamiento funesto con Locuras de España, hace frente a la fuerza de la gravedad con el vuelo de la ironía y encuentra en la historia de sus fantásticas aventuras un remedio –“acabo de ordinario por reírme de mi locura; de suerte que el remedio se encuentra en la violencia misma del mal”- para aceptar la peripecia del “conde demediado” por los avatares de la Historia y continuar, en la realidad y al día siguiente, guiado por la estrella polar, su viaje a Rusia, mientras las hojas de la ventana se mueven con el viento como páginas de un cuaderno y las contraventanas se cierran al modo de las contra/cubiertas de un pequeño gran libro.

Un viaje entre la Escila y Caribdis del azar y la “Providencia” del flanêur de su propio cuarto, hecho de fantasiosas meditaciones y arrebatos del corazón, entre la inteligencia y los sentidos -con las derivas y derrotas/es de la afectada versatilidad del sentimiento-, de la “obra maestra” de un “shandy” -por emplear la tipología de Vila-Matas-, tan digna de figurar entre los manuales de “literatura portátil”, baluarte del gran Maestre de la Orden del Humor proclamado por el crítico navarro Rafael Conte, en esta su edición clásica de Oeuvres complètes du comte Xavier de Maistre, en calidad de maestro de ceremonias e introductor de embajadores del “conde remediado” –en su inmovilidad viajera así como en su demediación interior-, y su “rapto de la razón” pregonado a los cuatro vientos por otros heraldos navarros que han hecho de los Viajes de Maistre su propio vademécum.