El hombre que camina con sus propios pasos, no sabe necesariamente a dónde va, pero sabe que camina. ¿Hace la filosofía al hombre o se va creando el hombre una filosofía a su medida?

Tal vez a mi me convenga creer esto segundo y precisamente por ello desconfío de toda filosofía, incluida la mía propia que es la que uso, sin embargo, para resolver los dilemas que se me plantean diariamente. Lo que no haré nunca es utilizarla de escudo y mucho menos de espada para enfrentarme a la filosofía del otro en la confianza de la victoria.

Soy un derrotista y por lo tanto no creo en la guerra. Toda guerra es una derrota.

Me gusta andar solo. Y sólo aprecio a aquellos, solitarios, que me encuentro al borde de los caminos que transito. Huyo de los rebaños porque cuando me encuentro inmerso en ellos nunca consigo balar como los demás. Por eso no fui ni poeta que de alguna manera es para lo que estaba destinado.

Ocasionalmente me siento observado, una mirada se me clava y me juzga. Muchas miradas he encontrado como espadas, siempre manchadas de sangre, siempre orgullosas de esa sangre, y siempre tristes. Pero con una tristeza ajena a ellas mismas.

A veces me siento como un viejo Cristo purgando los pecados que los demás no han querido asumir, pero que permanecen hasta que alguien, muriendo, los redime de ellos. Tanta soberbia me hace sospechar que quizá me esté habituando peligrosamente a estar solo.