ISSN 1578-8644 | nº 44 - Noviembre 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Emergentes
"NINS"
inés matute

El pasado tres de octubre se presentó en el Museo Nacional de Bonn la colección “Nins” de la Fundación Yannick y Ben Jakober, cuya sede se encuentra en la finca Sa Bassa de Alcudia, en Mallorca. “Pequeños príncipes. Retratos de niños de los siglos XVI al XIX” es el título de la muestra, que reúne casi noventa pinturas procedentes de distintos países europeos, que el matrimonio de artistas ha ido coleccionando a lo largo de 30 años.

Yanncik y Ben se han basado en un criterio de “emoción estética” provocada por todas y cada una de estas obras. Generalmente, los cuadros representan a hijos de personajes de alto rango, aunque también hay algunos niños burgueses. ¿Su primera adquisición? Lo recuerdan perfectamente: es la obra “Niña con cerezas” de Joan Mestre, un pintor mallorquín del siglo XIX.

Yannick me explica algunas curiosidades: Hasta los siete años, niños y niñas vestían exactamente igual, por lo que los colores y el diseño de los ropajes no ayudaban a diferenciar los sexos. Frecuentemente el retrato se encargaba como recordatorio en caso de fallecimiento (por aquel entonces la mortalidad infantil era muy alta) o como pieza singular del álbum familiar, pero también para facilitar un enlace de los vástagos de las distintas casas reales. Muchos de estos retratos fueron enviados de corte en corte con la esperanza de que abrieran las puertas a un matrimonio ventajoso; las joyas con las que los niños eran realzados y algún que otro retoque estético en los rasgos del joven pretendiente buscaban el mismo efecto, conduciendo a veces al posterior desengaño. En cuanto al papel de retratista de época, podría resumirse diciendo que la suya era una tarea a caballo entre la diplomacia y la fidelidad que cabría exigírsele a un fotógrafo contemporáneo. Algunos de ellos viajaron constantemente y fueron capaces de expresarse en un sinnúmero de lenguas. Su labor fue tan valorada y reclamada, que durante mucho tiempo se vieron obligados a trabajar sin descanso. Así las cosas, decidieron limitarse a pintar las caras y las manos, delegando la pintura del fondo y los ropajes en manos de sus asistentes. Si el trabajo era satisfactorio, podían llegar a convertirse en los pintores oficiales de la corte. El arte del retrato es complejo en su definición, pero podríamos decir que es una mezcla entre la personalidad del retratado y la propia pericia y personalidad del retratista, y no deja de resultar interesante comparar dos retratos ejecutados por diferentes pintores aunque pertenecientes a la misma persona: en ocasiones, cualquier parecido es mera coincidencia. Como ya hemos apuntado, esta manera propagandística de mejorar al retratado conllevó no pocos disgustos, baste mencionar la decepción que experimentó Maria Antonia de Nápoles la primera vez que vio en persona al futuro rey Fernando VII, su marido “concertado”; la carta que escribió a uno de sus primos da fiel testimonio del desencuentro. En otras ocasiones, nos explica Yannick, era la propia madre quien encargaba un retrato de sus hijos si la condiciones de salud aconsejaban un temporal distanciamiento o si el niño ya había caído enfermo y se temía por su vida. Recordemos que las cartas y los retratos – grandes o en miniatura- eran el único vínculo que por aquel entonces permitía a las grandes dinastías permanecer de algún modo en contacto. Con el paso del tiempo, la burguesía comenzó a aficionarse al retrato, aunque los retratistas que los inmortalizaron fueron firmas de segunda, mucho menos valoradas.

Y hasta aquí llegamos con la información proporcionada por los propietarios. Si tenéis ocasión, visitad esta magnífica exposición y volved los ojos al pasado. El pasado, siempre lo hemos dicho, aún tiene mucho que enseñarnos.