ISSN 1578-8644 | nº 37 - Marzo 2003 | Contacto | Ultimo Luke
El quintacolumnista
"Volverás (a beber) a Vinogrado"
luis arturo hernández

(Reseña de ¡Gora Stalin!, de Jesús María Amilibia, Ed. Ikusager, Vitoria, 2003)

Un pozo negro en la memoria.
Las calles del querido y puerco Vinogrado.
Jon Juaristi, Material de derribo

El viaje de vuelta a sus orígenes bilbaínos de una vieja gloria madrileña de la frívola y desenfadada prensa de los 70 empieza como viaje al final de la noche de la posguerra vasca y acaba en viaje al fondo del vaso –de un pobre diablo encerrado en una botella-.

Relato de búsqueda del padre y ajuste de cuentas con el pasado, indagación del propio narrador sobre su atormentada identidad y el determinismo –que viene de terminación- del fracaso humano, con visos de testimonio, literatura-verité y novela reportaje, ¡Gora Stalin! es el morboso ejercicio de conocimiento de un personaje dispuesto a suicidarse por la verdad, en una tarea de desmitificación de la figura del padre anti-franquista –“el gudari cojo”- que revelará de qué pie cojeaba el heroico derrotado vencido en Archanda y vendido en Santoña, gracias a la inmersión asfixiante en su unamuniana intrahistoria.

NUEVA CARTA DE AMOR A STALIN

Hasta la madrugada, putas, yonquis
y cántabros tinteros
miden sus vidas con estrechos vasos.
Jon Juaristi, Trenos de Vinogrado

El héroe de los pies de barro –inexperto comandante de gudaris, alcohólico y sifilítico padre de familia- se derrumba a los pies del narrador, su hijo Jesús María Arrieta, a todo lo largo de las entrevistas que éste mantiene en Bilbao con quienes conocieron a Elías –amigos y excombatientes, una puta, un policía, amigos de infancia del narrador y otros-, en sucesivas aproximaciones a la verdad, en una espiral de vértigo y delirium tremens, y mediante el contrapunto de la reacción del narrador, que va vomitando su soliloquio de reflexiones y desesperados arbitrios de existencialismo de Perogrullo -simbolizado por la vomitona compulsiva-, como golpeado por el puño de Stalin –puñetazo en la boca del estómago de realismo sucio-, va poniendo las tripas sobre la mesa –siguiendo el visceral hilo conductor de una trama sangrante –hemorragia interna-, que se acomoda en la fosa del abdomen con la exactitud del paquete intestinal, en un ritual de harakiri bochero, a corazón abierto, dando rienda suelta a la solitaria que anida en lo íntimo de la insaciable insatisfacción que drena los malos humores a través de la sinuosa e insinuante “lengua de fuego” del “ciego”, atrabiliario como un mal de hígado, crítico –o cítrico-, escéptico –y acético-, corrosivo, sarcástico, abrasivo, vitriolo autodestructivo contra la imagen de los demás en el espejo deformante del culo del vaso, de los posos –madre- de la botella en el esperpento de la barraca de la Feria de las vanidades –o de la fanfarronería vasca-, con el ineludible espectáculo exhibicionista de la autoconfesión del fracaso y la miseria.

EN EL NOMBRE DEL PADRECITO

No va a ser fácil hablar de Stalin porque la ilusión traicionada, la luz negra que representa, nos mancha a todos, incluso a los que nunca fuimos estalinistas.
Iñaki Ezquerra, Luz negra

Rastreo del “caso” del padre gudari por parte de un adulto –Jesús María, homónimo del autor- que se descubre en su tarea de entrevistador un mundo apenas entrevisto por la ingenua mirada del niño que fue en su non sancta familia: Jesús –el niño condenado a muerte para expiar/por espiar los pecados de los hombres- y María –la mater dolorosa o mater amantísima, pasando las cuentas sin cuento del rosario, y María Magdalena al fin- en busca de José –Elías, el luchador vasco del mal vino peleón, en su carro (de sangre) y fuego, y alias de más de un etarratatatá, transubstanciado en el jotabé del hijo iluminado con su santa y espirituosa gracia-. En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Vasco.
Así, hijo de un Pío carlista, el “padrecito” Elías inocula la filogénesis del totalitarismo vasco en la ontogénesis del hijo, en su síntesis local de nacionalismo y comunismo -“mi padre podría haber sido un fundador de ETA”, “marxista e independentista”, o “Nuestro nacionalismo pretendía un estado vasco socialista”-, que reorienta el Internacionalismo Proletario al nacionalismo local como se hace patente en la doble admiración española que, contra la norma de ortografía vasca, enfatiza tanto el ¡Gora como el Stalin!, desde un nacionalismo izquierdista –en su síntesis dialectal autóctona- que sólo a bulto podría identificarse con Acción Nacionalista Vasca -partido nacionalista vasco laico socialista-.

UN BOMBÓN ENVENENADO PARA EL DÍA DEL PADRE

Partiré un día,
entre la lluvia tenue, Vinogrado.
Húmedas calles me verán marchar.
Plazas donde agoniza nuestra historia
de pueblo imperceptible.
Jon Juaristi, Trenos de Vinogrado

Non dago Stalin? preguntaba hace años el escritor vitoriano Xabier Montoia. Stalin IBerian dago/ Stalin está en IBeria. Más que en el transiberiano, en la península ibérica.

Y se le devuelve, regalo envenenado, en el 50º aniversario de su muerte, a su Padrecito.

Y sobre el telón de fondo –telón de acero del cinturón de hierro, de lo que pudo haber sidol y no fue- de un Bilbao que pasó de las manos de los nacionales a las nacionalistas –el irracionalismo colectivo del Nacional-Catolicismo como un denominador común-, el personaje “juntaletras” de diarios –trasunto del Amilibia que HaBlablablá- desentraña una trama de crónica de sucesos – entre hazañas bélicas fatídicas, paternidad discutible y adulterio forzoso-, plagada de sorpresas, al tiempo que trazará el dietario íntimo de su propia autodestrucción –la mirada interior retroalimentándose desde el exterior-, con la deshinibición que da la reincidencia en el alcohol que le proporciona las más ingeniosas sentencias de non sancto bebedor –ese orgullo contradictorio de haber podido ser el hijo de un hipotético fundador de ETA o arbitrios para la desaparición del terrorismo vasco, la superioridad del sentimiento sobre la razón o la permutabilidad entre un policía y un terrorista por el bien del sistema del Poder-, y la libertad que proporciona a un “escritor mediocre”, pobre diablo para quien la cárcel ha sido una Universidad al revés, saber que “no existe vida antes de la muerte” y que, al igual que para el Kirillov de Los demonios de Dostoievski, no hay mayor manifestación de libertad que el suicidio. Y sólo frente al Mundo –“lo que más desearía en estas horas finales es que nadie estuviera de acuerdo conmigo”, el narrador sale del “armario de la memoria” –de su desportillado baúl de los recuerdos- y, entre costumbrista y patético, grotesco y acróbata, a tumba abierta, con su última e imprevista pirueta narrativa y el juego de espejos del manuscrito encontrado –y su espejismo erótico y metaliterario-, triste diosecillo “en un sillón azul”, da carpetazo al expediente –de marrón- de la Policía con el cuaderno de tapas marrones que acarreará un final de novela negra, en un desenlace cíclico, sin escapatoria, que reabre el caso con el dossier actualizado -del viejo- al nuevo testamento de Jesús Mª. Ejercicio de muerte literaria, de automedicación y sanación por el arte –la autoayuda de la “psicomagia” del Gran Jodorowski-, que devuelve a la vida –“Pero esto, /¿esto es la vida?”, se preguntaba en su Haec est Victoria quae me vincit otro escritor vitoriano- a Jesús María (Amilibia).