ISSN 1578-8644 | nº 40 - Junio 2003 | Contacto | Ultimo Luke
La quinta columna
"Jonás navega de nuevo o en construcción"
luis arturo hernández

(Reseña de El viaje de Jonás, de José Jiménez Lozano, Ed. Del Bronce)

“Jonás, enviado por Dios a predicar a Nínive, huye por mar a Tarsis; y levantando el señor una tempestad, es arrojado Jonás al mar como causa de ella, con la que cesa la tormenta”.

La profecía de Jonás, Antiguo Testamento

“(...) se movió tambaleándose en la oscuridad y empezó a caminar a tientas por el cuerpo del tiburón, dirigiéndose pasito a pasito hacia aquella pequeña claridad que barruntaba allá a lo lejos.

(...) El mar estaba picado y una ola embravecida volcó el barquichuelo. Entonces un horrible Tiburón que estaba por allí cerca, en cuanto me vio en el agua, corrió hacia mí y, sacando la lengua, me atrapó sin más y me tragó como si fuera un fideo.

(...) Hay que decir que el Tiburón, que era muy viejo y padecía de asma y de palpitaciones, se veía obligado a dormir con la boca abierta; por lo tanto, Pinocho, al asomarse al principio de la garganta y mirar hacia arriba, pudo ver en el exterior de aquella enorme boca abierta un buen trozo de cielo estrellado y una bellísima luna”.

Carlo Collodi, Las aventuras de Pinocho

Reciente todavía la “desconstrucción” y la subsiguiente reconstrucción de las urbes de Iraq –porque torres más altas que la de Babel han caído-, la aparición a finales de 2002 de esta enriquecida recreación de la breve crónica del Libro de Jonás –“Jonás, hijo de Jonás, que cumplirá 29 siglos en el siglo XXI”, en paráfrasis profana de un memorable filme del suizo Alain Tanner- por parte de José Jiménez Lozano se nos antoja profética, por cuanto que su versión actualizada da pie a una reflexión contemporánea –atributo exclusivo de los clásicos- sobre las debilidades humanas –el temor, orgullo o crueldad- y el Poder –natural y sobrenatural- precisamente en Nínive, la opulenta capital bajo el dominio del sátrapa asirio –“pegando con el río Tigris que, como había sido uno de los cuatro ríos del Edén, todavía llevaba el agua más clara que todos los ríos del mundo”-.
No se trata, sin embargo, de un remake de un libro de éxito -¿quién recuerda el Libro de Jonás fuera de la imagen tópica de la ballena?-, sino de una relectura que trata de dar sentido al descenso iniciático del ser humano al no ser, desde un costumbrismo satírico de la sociedad de mercado de nuestros días que se hace universal gracias a la alegoría de la aldea global, esa Nínive perdida por la riqueza, la idolatría y el pensamiento único –“hasta que desde Allá Arriba, viendo que todos los hombres hablaban una sola lengua y pensaban un solo pensamiento, conforme quería Nimrud, soltaron los pensares y la lengua de cada uno, para que cada uno fuera cada uno y cada cual fuera cada cual”-.

EN CONSTRUCCIÓN

Y es que este Viaje de Jonás hace posibles varias lecturas superpuestas -o sumergidas como “pozas del pozo” hacia la profundidad, ahondando en el sentido-. La más actual e inmediata, aquella que prefigura, a partir de una profecía informativa –“DENTRO DE CUARENTA DÍAS NÍNIVE SERÁ DESTRUIDA”-, la maldición ígnea del Dios judeo -cristiano –“que sólo tenían que recordar, por ejemplo, lo que había sucedido en Sedom y Amora; que fuego del cielo había caído, y había destruido las ciudades”-, en boca del profeta Jonás –nombre que en hebreo significa Paloma-, y en su lengua de fuego –“pero además algo de sumerio y acadio, aunque estos idiomas eran difíciles particularmente de escribir, porque las palabras eran un rompecabezas de clavos, alfileres, o cuñas de hierro de las que se meten en los troncos de los árboles para abrirlos”-. Pura actualidad de “porteadores de noticias” servida por la profecía de una agencia de Prensa YHVH, y ese editorialista que no está dispuesto a que la Verdad le eche a perder un buen titular.
Otro estrato en esta tectónica de placas de la interpretación que emparienta la obra de Jiménez Lozano, la peripecia de un Jonás debatiéndose entre el tormento del temor y la tormenta del cielo -¿o no reza la máxima ignaciana “en tiempos de turbación, no hacer mudanza”?-, con las recreaciones de las culturas antiguas cultivadas hace decenios por Álvaro Cunqueiro o Juan Perucho como historias fabulosas o Historia apócrifa de lírico escepticismo y tierna ironía y que se rastrea hoy, en algunas parábolas naïf de J. Tomeo o en la obra de G. Martín Garzo, recreando la tradición bíblica –véanse otras versiones suyas de pasajes sagrados con su libre interpretación del Libro- con afable humorismo, tan distante de la jocosidad vulgar y facilona de La Biblia (en pasta) de Sum (m) er (s), con un lenguaje arcaizante, de hipérbaton y recurrencias propias del estilo asociacional de los versículos, que zahonda en las palabras “terruñeras” del habla castellana profunda.

PARALIPÓMENOS o LO QUE FALTABA

“PARALIPÓMENON, voz griega, es un genitivo de plural que significa de las cosas omitidas; y por lo mismo se llamaron así dos libros históricos del Antiguo Testamento, que son como un suplemento a los cuatro libros de los Reyes y contienen algunos hechos y circunstancias que no se leen en otra parte”.
Advertencia de Félix Torres Amat a Los Paralipómenos, traducción de la Vulgata Latina

Y en esta sucesión de cirros, cúmulos y estratos hacia la Trascendencia, se inscribe –y nunca mejor dicho- su parodia de las discusiones bizantinas sobre la interpretación y la hermenéutica de los textos, desde la amable intertextualidad en relación con los mitos fundacionales de la literatura del Mar Nuestro –de cada día- a la sorna con que alude a las disputas académicas entre la “desconstrucción”, de la que se muestra partidaria su mujer –“pero otras veces los clavos, agujas o cuñas de las letras y sílabas no aparecían, y entonces ella desconstruía mentalmente todo lo que se había conservado y estaba escrito, y luego lo volvía a componer”, págs. 117-118- y el método de la reconstrucción, preferido por él –“Y Jonás no era partidario de las desconstrucciones, y argumentaba que lo escrito, escrito estaba, y no había que tocarlo, y que lo que había que hacer era reconstruir lo que faltaba”-, con el punto de vista del narrador-autor –“tales son los que el escritor de esta historia, que se ha aprovechado de una investigación de campo entre los conocidos de Jonás, testigos de los hechos”- y su rastreo de las fuentes, en ese país entre ríos, así como de la doble hipótesis sobre Leviatán –cetáceo o artilugio mecánico de los argonautas-, para desembocar en las notas a pie de página o Paralipómenos –“lo que faltaba”, en nueva parodia de la tradición veterotestamentaria-, donde el autor alude de nuevo a ese divertimento del manuscrito encontrado -“¿acaso no podría indicar que el profesor Pertinato pudo leer en alguna de las antiguas lenguas meso-orientales esta historia de El viaje de Jonás aquí transcrita?”-, trazado por un estilita del desierto con el pulso poético de su estilo –que fue, en origen, el punzón para la escritura cuneiforme-.

Y es en una de estas notas al pie, donde aclara la idea de “desconstrucción” infantil, por oposición al deconstruccionismo, donde riza el rizo culturalista al descalificar “la filosofía errática postmoderna” –“el sujeto no es una plenitud individual que tenemos o no el derecho de evacuar en el lenguaje (según el ‘género’ de literatura que se elija), sino por el contrario un vacío en torno al cual el escritor teje una palabra infinitamente transformada, inserta en una cadena de transformación, de suerte que toda escritura que no miente designa los atributos interiores de un sujeto, sino su ausencia”, afirmaba en Crítica y verdad, R. Barthes, uno de los pontífices de la “secta” postestructuralista-, revelando por negación el fundamento metafísico del descenso “al Sheol –aunque éste no era la ballena sino poza del pozo de lo que no es y desde donde clamó a YHVH-“, pues en la caída al “no ser” la palabra nombra lo que no está y ese sujeto, Jonás, vuelve a ser el que no es, el Profeta errante que vuelve a errar en su profecía –se equivocó “el Paloma”(“que es lo que Jonás significa”), se equivocaba-, y añora en su mezquindad el cumplimiento de la maldición –lo que no ha sido-, una vez que Nínive –del rey abajo- se ha arrepentido del pecado, entre esparto y ceniza, arruinando su prestigio profético.

Con regocijo de escriba sentado, Jiménez Lozano, en la paz monacal –y canto en su prosa poética- de su retiro castellano, va coloreando esta miniatura veterotestamentaria, iluminándola con la luz del escepticismo respecto del Poder y de la condición humana; pergeñando, con el talento del escritor de vocación y el talante de su natural bonhomía, los pergaminos del “beato” de Alcazarén (Valladolid) –o de Tarshish, por hacer honor a Jonás-; el códice del copista de la civilizada biblioteca del Nínive pagano que transcribe una obra clásica de la literatura del Oriente Medio –“algún día habría en la biblioteca de Nínive algún óstraco o papiro contándolo”-, en estos cuarenta días en que el pueblo del Ángel Caído profesa un arrepentimiento forzoso a manos del Ángel Exterminador y el presunto manuscrito apócrifo –o incunable cuneiforme- de Jonás habrá ido al mercado negro tras el saqueo de las Bibliotecas y Museos de Iraq –y su expolio de antigüedades para el Museo Británico o el Metropolitano de Nueva York- a manos de Alí Baba y los cuarenta –mil- ladrones.

No es mal momento, pues, para leer El viaje de Jonás como parábola de una Nínive globalizada que, con su Tíffany’s, lo mismo puede ser ya hoy Nueva York -Summeria Time- que Bagdad; como apólogo extensivo desde Mesopotamia a la mesocracia de la sociedad del bienestar y como invitación a volver a releer el clásico judeocristiano ahora que su descrédito entre las generaciones más jóvenes ahonda, merced a la socialización de la ignorancia, en el vacío del “no ser” teledirigido de la tradición cultural occidental.

Mientras los arquélogos reconstruyen la desconstrucción de la mítica Torre de Babel y la Fuerza internacional desconstruye Iraq para que lo reconstruya el Capitalismo aliado multinacional, El viaje de Jonás es la aventura de un héroe menor –como lo es el de la novela contemporánea-, que desconstruye para reconstruirla la épica de la Antigüedad y desvelarnos con ferviente descreimiento que los clásicos están siempre en construcción.