ISSN 1578-8644 | nº 40 - Junio 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Agata y otros ojos
"Una obra clave de la literatura: La Celestina"

mari carmen moreno
Esta semana he estado comentando con mis alumnos La Celestina, una de las mejores obras de la tradición literaria, una obra caleidoscópica por las múltiples lecturas que ofrece. Desde su publicación hasta hoy la crítica ha intentado dilucidar la filiación de sus ediciones, el género al que pertenece, su estructura, la conveniencia o no del estudio de sus personajes, las fuentes, sus temas y su interpretación, así como la veracidad o falsedad de las notas aducidas sobre su autoría.

Normalmente la crítica literaria cuando aborda una obra como ésta, parte de unos presupuestos establecidos por la tradición literaria a la que pertenece y a partir de ahí valora su calidad literaria. Pero en este caso, y pese a que las concomitancias con la comedia humanística y otras fuentes como el teatro de Plauto y Terencio son innegables, nuestra obra se ha entendido como superación de todo lo precedente y de ahí, su calidad.

Ha sido cuestionada su filiación al género teatral, e incluso, se llegó a entender la obra como la génesis de la narrativa actual, lo que colocaría a nuestra obra por encima del insigne Cervantes, considerado como el verdadero hacedor del género novelístico y por tanto como el primero que consigue crear una atmósfera, dotar de verosimilitud a los personajes, pero sobre todo construir la acción desde distintos puntos de vista y conseguir que el fluir narrativo resulte sin fisuras pese a que en esa narración se resuma todos los tipos de narratividad precedentes: novela de caballería, picaresca, pastoril, morisca, etc. Es por eso que siempre fue El Quijote, la obra que había sido presentada como estandarte novelístico al sentar unas bases que pese a que ya se habían fraguado con otras obras ( como El Lazarillo) no fueron consolidadas hasta la publicación de Cervantes, que supuso la síntesis de todo lo precedente y el inicio de un nuevo modo de novelar.

Pero en La Celestina, también confluyen múltiples perspectivas en el trazado de los personajes, en la creación de atmósfera, en la generación de conflictos, en la diversidad de personajes que nos la vuelven “trozos de vida”. Todas esas cualidades han pesado en la tradición crítica, ya que han hecho dudar de su teatralidad, cuando no, acercarla a la frontera del género novelístico.

No obstante hoy en día la crítica, pese a encontrarse largos parlamentos, a la erudición de la obra, su cuidada recreación de la atmósfera o otras características, nadie se atreve a negar su teatralidad. Esto es así, entre otras razones, porque su mérito estriba especialmente en sus diálogos que nos muestran el fluir de los personajes, sin necesidad de presentaciones rigurosas. Puede decirse que las presentaciones son dosificadas por quienes nos enseñan cómo viven, cuáles son sus obsesiones, el malherido presente que les toca vivir: sus casas, sus trajines por las calles de la ciudad, en definitiva ellos son el prisma bajo el que vemos la sociedad medieval de la época, al menos pinceladas locuaces de esa sociedad.

Podríamos pensar que Rojas se cuidó muy bien de aparecer como dueño y señor de sus criaturas, las dejó vivir como todo el que se forja un sólido eslabón literario. Rojas, irónico descreído de la sociedad de su época- quién lo puede negar, dada la obra- construyó seres humanos, no tanto personajes y es por eso que éstos son contradictorios, que no se rigen únicamente por una uniforme moralidad, ni sus pasiones o actos son alambicados, idénticos a lo largo de la obra. Celestina es una puta vieja, una mujer egoísta y sin escrúpulos, pero no una bruja, pese a que ella misma se cree hechicera: tanto es Dios o Diablo para su provecho. Ella se siente dueña y señora del destino de todos a quienes sirve. Es difícil entender como, pese a su locuacidad, es incapaz de impedir su propia muerte. Ha sido capaz de atraer a todos a su maraña, pero no entiende que ella misma forma parte de la lucha, que la cuita de los demás debe ser atendida, que las ganancias deben ser compartidas; porque al fallar el trato, falla el premio, de ahí el precio que debe asumir: su propia muerte.

Calisto tampoco es un personaje de fácil retrato, pese a que la crítica es unánime al trazarlo como un loco que busca el goce sexual, incapaz de enfrentarse por sí solo a su amada, es vapuleado por los demás. A nadie se le escapa que la sorna con que los criados le tratan, es consecuencia de su propia lujuria: no ama a su dama por sus cualidades, éstas son trabas aparentemente inaccesibles para lograr su bien, él único que pretende: el goce sexual.

Si puede parecernos como un espejo irrisorio del Leriano de Cárcel de amor, al metaforizar su pasión aduciendo a múltiples clichés extraídos de la tradición, que basa su metafísica en el concepto feudal del amor, en la consideración de éste como un ritual que se consumirá cuando alcanza el galardón, no podemos considerarlo fiel reflejo de esta religión amorosa. Calisto peca contra el secreto de amor, peca expandiendo su pasión, regocijándose con los detalles, es cruel y destrona a cada paso a su amada. No aprecia sus cualidades, porque lo único que busca es la adquisición de su gloría. No le plantea casarse con ella, en ningún momento pretende otra cosa que no sea gozarla. Y si no acude a otro tipo de mujerzuelas es porque no se lo permite su propio orgullo, su experiencia de clase superior le impide satisfacer su pasión en otra que no sea la orgullosa Melibea, dechado de cualidades físicas- las morales no le importan tanto-.

La muerte inesperada de Calisto, en el único momento que abandona su egoísmo para volverse más humano, es un castigo a su amoralidad, a su viva perpleja en un pasmo amoroso sin sentido, donde nada le importa: ni su amada, ni sus criados, ni Celestina, ni siquiera su propia credibilidad como galán. De ahí que no ponga impedimentos ante los requerimientos de la criada de Melibea. Es un personaje tan subversivo, tan cruel o egoísta, como la propia Celestina. Como no le infiere ninguna simpatía a su autor decide cargárselo de la manera más imprevisible, para mofa del lector, para muestra de su incoherencia, de su vida embotada por un único dominio: Melibea. Pero no la Melibea dulce, dechado de cualidades, sino la sabrosa Melibea, la fruta prohibida, el ave el atrapa al fin, a la maltrata violentando con presteza sus deseos, provocando su ira. Calisto se niega a aceptar las convenciones establecidas por el amor cortés, se niega a silenciar su gozo, se niega a recorrer todos y cada uno de los pasos que acceden al galardón, y a mantener el recuerdo de su amada limpio; lo ensucia, como ensucia su vida en el cieno, en la muerte más ridícula de la obra para escarnio de todos aquellos amantes que primasen su egoísmo frente al amor, sin atender a sus requerimientos, sin respetar sus leyes.

El caso de las criadas nos muestra el contrapunto frente a sus señores, como puede parecernos, por ejemplo, el teatro del Siglo de Oro, donde es normal que el autor prime la relación galán dama, y abandone a los criados detrás del telón, como contrapunto que es marcado a priori, y que no tiene otro sentido que mostrarnos el reverso de la cara.
En el caso que nos ocupa los criados son tan humanos como sus señores, su conciencia les reclama vivir al día, por sí mismos. Saben que tienen derechos y utilizan ese reclamo en cada momento, para conspirar contra su señor, para reivindicar sus actos, colocándolos a la misma altura que los de su señor. No existen fronteras, todo es franqueable, son los actos los que dictaminan a los hombres y no su escala social, sus bienes y riquezas son lo que vuelve poderoso al hombre, no su linaje ni nobleza. Por eso ni sienten piedad por sus señores ni siquiera los ayudan. Sino que mofan a su espalda, conspiran contra ellos, se creen dueños de su egoísmo. Al final es la codicia que aparece como una de las claves que arrastra a los personajes a la perdición: codicia de bienes materiales o promiscuos, es lo que valida sus actos.

Por su parte la actitud de los padres de Melibea tampoco es certera. En este caso los bienes materiales son incapaces de producir solaz, tras la muerte de ésta. Los bienes son bagatelas que el destino se encarga en poner en su lugar, no sirven para curar el espanto de la vida, pueden aminorar su vejez, pero es ella su bien más preciado. Por eso culpa egoístamente al amor que ha vuelto loca a su hija, presionándola para que de fin a sus días. Pleberio se queda petrificado y si es verdad que le duele esta muerte, lo más penoso para él es la impotencia de no poder hacer nada, el sin sentido de la vida. No tiene sentido el camino recorrido, lo único válido es la muerte que no atiende a edades, que perpetra el fin de los humanos, la muerte dirige la orquesta. La fortuna es voluptuosa, no atiende a la juventud, pretende arrancar las flores más bellas y delata la vida: la vida es un saco vacío, sin polvos mágicos.