ISSN 1578-8644 | nº 41 - Julio / Agosto 2003 | Contacto | Ultimo Luke
"Lo de la Bernarda"
luis arturo hernández

LO DE LA BERNARDA

“La del Alba sería...”

Habían reventado los índices de audiencia de quien hiciera oídos sordos a sus cantos de sirena, habían quemado las parrillas del share televisivo, habían alcanzado las más altas cotas de la miseria en prime time para primates y no podían reciclar la telebazofia.

En una sociedad de amplias libertades individuales, la idea del encierro voluntario de varios ciudadanos no había dado mal resultado. Mejor aún si la reclusión tenía lugar en un hotel, donde algunos personajes populares sacaban a relucir sus miserias, y con más morbo todavía si el master de semejante “juego de rol” abochornaba a sus concursantes.

Las fórmulas de Gran Hermano, de Hotel Glam, de la misma La isla de los famosos -donde acababan hechos un Montecristo-, incluso El rival más débil, estaban agotadas. Fue, sin embargo F. García, un oscuro guionista de programas dramáticos a quien se le veía el plumero de la poesía, quien propuso la fórmula que superó a todas las cadenas. -¡Vivan las caenas! -proclamó el jefe de Producción, todo un fichaje, antes de firmar el contrato. Se trataba de una fórmula que no tenía nada de original. El show de Barnard era una combinación de ingredientes conocidos: el humor bromatológico de anoréxicas, bulímicas y vigoréxicas; el repo(r)taje del vivir cada día y el plató fuerte de la casquería visceral –de las vísceras-, entrañable –de las entrañas- y seximental, de buscones/as de revista –o vodevil- del corazón, conjurados bajo la advocación del cardiólogo playboy sudafricano, revueltos y agitados todos en la coctelera; aunque resultaría ser explosivo.

La ocurrencia consistía, en pocas palabras, en encerrar a cinco mujeres en un caserón de agroturismo, como en “La casa” de Gran Hermano, juntas pero no revueltas, como hermanas de la Caridad, ataviadas de luto con chador –para más coña del pensamiento políticamente correcto y la discriminación sexual y de género –dramatical- a manos de la misoginia matriarcal-, dejando fuera al que según las informaciones de la “prensa del corazón” fuera o hubiera sido casposo esposo, amante, novio ocasional o acompañante de conveniencia, su coime –guaperas, chulín, majetón, chispeante y jacarandoso- o boy, maltratador sexual o psicológico o simple flirt, ligue -o liguero- ocasional de todas ellas –su s/ex-, un famosete italiano–el Glam Romano-, un mequetrefe, sacacuartos, pelagatos sin oficio ni beneficio sin ir más lejos, que como gigoló que era -a quien los dedos se le hacían huéspedes-, coqueteara con todas y cada una de las huéspedes jugando con ellas, desencadenando los celos de las hermanas de aquella congregación del Santo Reproche.

Y todo, en aquel sepulcro blanqueado, inmaculado, impoluto, bajo el control férreo de una Matrix Dominatrix, despectiva, humillante y ofensiva para la autoestima de aquellas reclusas–de un reformatorio de viciosas de cine X o internado de aprendizaje de lenguas bífidas de serie B- espiadas desde el exterior, en su corral de vecinas o patio de gallinas, por los ojos públicos del vecindario televisivo, y desde dentro por la gobernanta y todo el servicio, y cuyo único desahogo verbal sería la declaración semanal a través de una reja –o torno- de la ventana, celosía de un talk show -talk para cual-, y confesionario -o faladoiro- sin más sexo que el vis à vis -pubis a vis- en la celda del corral de comedias –espectáculo porno con el falodouro de Glamde Hermano, una performance barroca de barraca retransmitida en directo-, donde los nombramientos –nominaciones- del público –cuyos aplausos y pateos, atados de pies y manos a la red, harían llegar sus ovaciones o abucheos por teléfono móvil- decidieran no la expulsión –que era el único afán común a todas-, sino su internamiento durante 9 semanas y media o 9 meses -¿o 9 años y 1 día?-, patrocinado por la firma comercial Tío PePe –o Pepe Botella-, de forma que 5 mujeres encarceladas entre cuatro paredes seleccionaran a la trinidad de la que se quedarían sólo con un par que se disputa a uno, glamde y libre –la sombra del latin lover es alargada-.

Y la sintonía sería, en un alarde de buen gusto trágico, una canción de Aute, Al Alba.

Las seleccionadas ocultaban su identidad bajo nombres tradicionales -y castizos- en el convento-prisión –del PaPa al PePe- y el tuttifruti de la fórmula mágica dio resultado en aquella isla sin río, rodeada por un mar de luto cuando caían las sombras de la noche y, envuelto en el manto de estrellas hacía sus correrías el tunante, oscuro objeto del deseo, dispuesto al a/salto de la reja que custodia a la velada virgen en noches de negro satén.

En pocas palabras, aunque el chulo se inclinaba por la mayor, que vivía la cencerrada con angustia, la menor parecía estar llevándose el gato al agua –“el caballero a la grupa de su jaca”, que dijo el señorito-, hasta que se cruzó por medio la envidia de la mediana que, con el retrato del indomable varón sentimental en el retrete, prueba de amor córtex, vivía como un verdadero martirio aquel ménage à trois de sus dos amigas –si Adelina se fuera con otro...-, tirándose de los pelos como unas verduleras, restregándose los trapos sucios en el transcurso de la refriega, envenenadas, desmadradas, y echándose jarros de agua fría unas a otras en los bajos ideales o altos instintos, que despertaban en mujeres emancipadas, y educadas en -el mercado de- valores, una rastrera rebatiña por el macho.

“Fulana.- ¡Mi corazón es de ese romano!- Mengana.- Sí, como no sea transplantado... por el Dr. Barnard...- Zutana.- ¡No saldrás de aquí con tu cuerpo en Triunfo!- Fulana.- ¡A lo mejor antes de lo que creéis, gracias a una Operación...!-Perengana.- Sí, una autopsia, por ejemplo...- Fulana.- En autostop, sin ir más lejos.- Mengana.- Eso, sin ir más lejos...- Zutana.- OT, mi caaasa...(parodia regocijada del extraterrestre de E.T.b.)-”.

Una perla como otra cualquiera de diálogo en el gineceo.Y como muestra vale un botón.

Las restantes concursantes parecían confundirse con el color de la pared: Magdalena, la llorona, y Amelia, la más melosa. Al fin y de manera imprevisible, acorralada, puesta en evidencia tras el des/cubrimiento de su pasión secreta por el tarambana, expiada entre la corona de espinas que la entregaba al brazo secular del putiferio, la fría profesionalidad de la gobernanta –lavándose las manos en el pilón, o en el bidé- y la larga y rígida lanza del centurión –que la metió en cintura- o cinturón romano –para más INRI-, la menor se quitó de forma melodramática la vida. Había sido Amelia, paradójicamente la mosquita muerta, quien de verdad se había beneficiado en su propio cuarto al señorito saltatapias.

El ocaso -y suspensión- del programa –que los telespectadores llamaban ya El caso de la Bernarda, El coso de la Bernarda o, más explícitamente, La cosa de la Bernarda-, a pesar de todo, no tuvo tanto que ver con aquel snuff movie -o espectáculo de muerte en directo retransmitida por televisión-, como con la demanda presentada por los herederos de Federico García Lorca por plagio del último drama documental de su pariente, poeta y dramaturgo víctima del terrorismo, precursor del guirigay de la salida a empujones del armario empotrado y simpatizante de la coalición IU y Verde –que te veo muy verde-.