ISSN 1578-8644 | nº 41 - Julio / Agosto 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Bestiario
josé morella

La novela Sigfrido, del holandés Harry Mulisch, parte de un hecho ficticio pero verosímil que, al ser introducido como verdadero en la biografía de Adolf Hitler, echa sobre ésta más luz y abre una puerta nueva por la que entrar al misterio Hitler. Porque se trata de un misterio. Su maldad no tiene correlato psicológico ni filosófico. Existe sin que podamos explicarla, como una versión negativa de Dios, un anticristo que consiguió fascinar y anularles el sentido moral a millones de personas para eliminar a millones de otras. Ese misterio no lo resuelve Mulisch, pero mientras lo bordea nos ofrece una novela apabullante, devastadora, perfecta, que se lee de un tirón y ya no se olvida jamás. El protagonista, un escritor algo entrado en años, viaja a Viena para dar una conferencia. A esa conferencia acude una pareja de ancianos octogenarios, nada intelectuales, que al final de la misma le explican que saben algo sobre Hitler que nadie sabe, y que necesitan decírselo al mundo antes de morir para liberarse de ese peso sobre su conciencia. Se trata de la existencia de Sigfrido, un hijo secreto de Hitler y Eva Braun, que murió por orden de su padre antes del suicidio final en el búnker. Esa pareja de ancianos, criados de Hitler, fue elegida para fingir que eran los padres del chico, al que el verdadero padre guardaba un futuro como emperador del imperio venidero. Hitler quiso ocultarlo por el mismo motivo por el que no se casó antes con Eva Braun, para no perder el apoyo de todas las mujeres de Alemania, de las que se consideraba esposo y que estaban fascinadas con él. Sigfrido debía ser la encarnación del Sigfrido de la leyenda clásica, el héroe invencible de la Canción de los Nibelungos que el romanticismo alemán había elevado a fundador de la nación. Mientras discurre la guerra, los falsos padres van acostumbándose al niño y, poco a poco, le toman un cariño de padres verdaderos. El mismo Siggi piensa que son sus padres, y les trata como tales, mientras que Eva Braun y Hitler son para él sus tíos. Cuando la derrota es inminente, Hitler ordena a Falk, padre adoptivo lleno de amor por su hijastro, que mate a Sigfrido. Falk sopesa el suicidio de inmediato, pero esto empeoraría el problema: Sigfrido moriría igualmente y quizá también, como castigo, moriría Julia, la mujer de Falk. Tres personas en lugar de una. Así que Falk hace lo que le ordenan y vive toda su vida con esa muerte en la conciencia. Hay aquí una inversión de la historia del sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham. Como Hitler es un negativo de Dios, la prueba inhumana de fidelidad que le pide a Falk no contempla la clemencia, no deja nunca de ser inhumana. No es una prueba de fe, sino una prueba de insensibilidad, de ausencia de alma, de ausencia de ser. Así es, precisamente, como Mulisch define a Hitler. La esencia de Hitler es la nada. La ausencia de ser. Un cuerpo hueco sin un ser humano dentro. Lo que hizo Hitler fue convertir en esa nada al pueblo alemán. Hitler es el centro de la Alemania nazi, el ojo del huracán. Mulisch dice que el ojo del huracán, curiosamente, está en calma siempre. El clima en el ojo del huracán es perfecto, no hay viento ni frío ni calor ni violencia, pero para conseguir ese clima en el ojo se necesita el ruido y la furia del resto del huracán, que arruina lo que toca. El huracán es Alemania, Europa, el mundo. Hitler, en el centro donde vive, no vivencia nada. No hay sangre allí, no hay violencia, no hay muerte. Él sólo da órdenes, frío y literalmente (y aquí está el misterio) ajeno a lo que sus palabras generan. Los alemanes que le votaban, que le creían fervientemente, se deshumanizan, se hacen una nada, pierden su yo moral, porque son el huracán enceguecido cuyo ojo es él. Se hacen insensibles, fríos, se convierten en los brazos de la maldad. Dejan de existir como seres humanos en mayor o menor grado. Hitler convierte a su pueblo en un ejército de vampiros, ni muertos ni vivos. Falk tiene que deshumanizarse, que convertirse en un brazo ejecutor, que dejar de existir como persona, para matar a su hijo Sigfrido. Y lo hace. Falk representa al pueblo ario, y a la vez es un miembro de la gran secta de alienados, la secta de los no humanos. La divinización de Hitler es la divinización de lo inexistente, de la nada. Esta idea la saca Mulisch, con toda seguridad, de la obra de Hannah Arendt sobre Eichmann, en la que se intenta responder a la cuestión del holocausto mediante la imbecilidad moral de los nazis. Norbert Bilbeny ha glosado y perfeccionado las tesis de Arendt en su ensayo El idiota moral. La banalidad del mal en el siglo XX. En esta obra podemos leer una plausible explicación del nazismo y de su efecto en las masas: “El tirano manda cruelmente por no sentir angustia. El vasallo obedece servilmente para no sentirla a su vez. Contra el totalitarismo, el precio de la libertad es que el gobernante y el gobernado no renuncien a la sensibilidad y al grado de angustia suficiente para estar vivos, es decir, para ser libres. Quien da y quien cumple las órdenes del exterminio metódico vive como un muerto, tiene el alma muerta y en eso consiste su in-humanidad”.
Si Mulisch lleva a Hitler hasta sus últimas consecuencias para entenderlo, y le hace tener descendencia para proyectar lo terrible hacia el futuro mediante la creación de un nuevo Sigfrido que lidere al pueblo ario, el cineasta Werner Herzog acaba de estrenar una película que plantea las cosas de otro modo. En lugar de alargar la figura de Hitler, se coloca justo antes del comienzo de lo peor, en 1932, y desde allí intenta explicar el fenómeno. La película se llama Invencible y es una relectura inversa del mito de Sigfrido. El nuevo Sigfrido se llama Zishe Breitbart, y es un polaco judío. Vive una vida feliz en un pequeño pueblo donde trabaja de herrero -como el Sigfrido del mito- y tiene una fuerza fabulosa. Llega un circo al pueblo, y con él un forzudo. El circo plantea un concurso: quien supere en combate al forzudo tendrá un premio. Zishe gana con facilidad, y un ojeador de talentos circenses lo ve y le convence para ir a Berlín a probar suerte en el mundo del espectáculo. En Berlín trabajará en un local regentado por un tal Hanussen, un personaje real que influyó mucho en los políticos nazis de la época, que frecuentaban su local -un lugar llamado “El Palacio de lo Oculto”. Hanussen era una especie de médium, un hipnotizador que preveía la gran victoria de Hitler en la guerra contra el mundo. Llegó a ser reivindicado para él un ministerio nuevo en el gabinete del führer, el Ministerio de lo Oculto, y ofició como adivino personal de Hitler. El trabajo de Zishe en este local de espectáculos era hacer de Sigfrido, el fuerte. Los nazis se extasiaban ante la musculosa figura del falso ario con peluca rubia y atavíos de soldado romano, hasta que un día en plena demostración de fuerza delante de todos aquellos nazis Sigfrido sale del armario, se quita la peluca y suelta que su verdadero nombre es Zishe, que es judío y que se siente orgulloso. Al final, en un juicio, se descubre que Hanussen, que se hacía pasar por un aristócrata danés, es checo y judío, y este personaje sombrío y sádico, que se pasa la película tratando mal a sus colaboradores y urdiendo tramas para sacarle favores a los nazis, aparece finalmente redimido. Todos sus poderes mágicos resultan ser trucos, y después del juicio los nazis lo asesinan, pero antes tiene tiempo de explicar por qué ha suplantado su personalidad: según él, la única posiblidad que tiene un judío de poder vivir sin ser molestado, vejado, insultado, expatriado o asesinado es extirpar lo que de judío hay en él. Eliminar, pues, su ser. Su alma. Limpiar su ser de lo que hasta ahora había sido. Es decir, eliminar, como dice Mulisch, como dice Arendt, su sensibilidad moral, su identidad humana. Por eso Hanussen desaparece como humano y se disuelve. De ahí salen su maldad y su impasibilidad, que son las cosas que le crecen en el lugar de lo extirpado. Cambia su alma por un vacío insensible que le permita vivir. Todo esto provoca en Zishe una visión. La visión de lo que le espera al pueblo judío si no hace frente a los nazis. Su historia es un viaje de aprendizaje, que le ofrece todo el conocimiento que se puede tener, el cual se resume en una frase: el conocimiento no basta, hay que luchar. Volverá a Polonia e intentará convencer a los suyos de que hay que prepararse para la lucha del futuro, pero no le harán caso. Los verdaderos Sigfridos no son escuchados, porque son reales. El Sigfrido de la leyenda no necesitaba ayuda. Era invencible.