ISSN 1578-8644 | nº 36 - Febrero 2003 | Contacto | Ultimo Luke
"fantasías animadas de ayer y hoy"
luis arturo hernández

FANTASÍA ANIMADA DE AYER Y HOY
(A propósito de UN PERRO LLAMADO DOLOR, de Luis Eduardo Aute)

“...un perro inseparable y misterioso, su vida misma quizá...”
Ramón Gaya

De “fantasías animadas de ayer y hoy” pudiera calificarse este primer largometraje del artista Luis Eduardo Aute, si la expresión no llevara incorporada la connotación de los productos industriales en serie/s de las factorías norteamericanas de dibujos animados.
Y, a pesar de ello, Un perro llamado Dolor es una fantasía libérrima –y libertina- de un creador que re/crea las figuras de 7 artistas de la tradición hispana y personal propia re/tratados en una galería de su particular museo tal y como le sale de la punta del lápiz.
El dolor, universal del sentimiento desde Dolor de Vladimir Holan a Capital del dolor de Paul Éluard, como crisol de la conciencia del ser, “anima” esta recreación subjetiva de los espíritus de las artes plásticas –la expresión de Alma, por citar un disco del autor-, por el motivo recurrente –corriente y moliente- de los perros que ladran a la luna –nada más ibérico que la voz “perro” en esta península de conejos-, mediante la imagen de un Animal –por reincidir en la discografía del director- que salta de “un perro andaluz” de Buñuel al “perro llamado Dolor” de Frida Khalo, como expresión de unas vidas perras –o Amores perros, por citar un reciente film mexicano con parálisis femenina incluida; por no mencionar las numerosas versiones cinematográficas de la vida de esta pintora-.
Así pues, el oscuro objeto del deseo mueve a los artistas protagonistas de esta serie de cortometrajes –La maja desnuda en Goya o de La Venus del espejo en Velázquez, “una dama con perrito” en Sorolla o las gitanas de Romero de Torres-, o el amor oscuro en el caso de los enemigos entrañables que son Lorca/Dalí/Buñuel, impulsa la pasión abocada al sufrimiento –así la su/Frida Khalo coronada por los siete clavos siete de la pasión que da título al filme; o la mutilación, castración y fragmentación de un cuerpo cuarteado en el citado triunvirato multimedia español- y, en último extremo, a la Muerte, por razones de Estado, como la libertaria versión de la ejecución de Goya -caprichosa pintura negra de los desastres de la guerra provocados al alimón por el absolutismo de Fernando VII y Napoleón- o la enésima muerte de Trostky –el padrecito de la “Revolución permanente” ha de ser permanentemente ejecutado por un sicario de I/Beria-, segado por el estalinista Diego Rivera, con una hoz simbólica del totalitarismo proletario convertida en guadaña.

Y esa transmutación metafórica de los motivos poéticos -característica de lo onírico-, constituye un rasgo de estilo que alcanza su apoteosis en las variaciones surrealistas de las tormentosas relaciones Lorca/Dalí/Buñuel–el “cine sin fin”-o en las atormentadas de Rivera/Khalo/Ray, con resonancias macabras del humor negro propio de Topor u Ops.

La fotografía: un grupo./Si pasaba el sol,/ Si tú te mueves./ (...) Disfraces. (...)
Paul Éluard, Capital del dolor

Esas metamorfosis, que dan unidad a la trama – de línea más clara en esbozos como el de Picasso, Duchamp/Rrose Sélavy y su retrato de grupo, o en los apuntes de Romero y Sorolla; más narrativa, más de cine negro, de Goya o Rivera-, juegan así mismo con la ironía del anacronismo –la bombilla de Goya en quinqué picassiano, la raíz cubista –que no cúbica- de Romero de Torres, el cigarrillo compartido por Velásquez y Aute, que al fin, en un epílogo y como octava maravilla -¿o super8?- pone el punto final -autorretrato de un punto filipino-, firmando/filmando –en vídeo- este firmamento de estrellas de las vanguardias que fueron la envidia del siglo, en la obra total a la que no es ajeno el cine, con un ejercicio manierista de cine dentro del cine – las 24 imágenes por segundo- con sendos homenajes a los monumentales Orson Welles y Eisenstein –¡cine, más cine, por favor!- que nos remontan a los orígenes del cinematógrafo con esta producción muda –donde las imágenes hablan por sí mismas-, acotada por carteles en los que el juego del lenguaje, de ingeniosidad oral culturalista –aliteración, paronomasia o dilogía-, añade el subrayado conceptista a una Historia personal del arte hispano que arranca del Barroco.
Más allá de la insistencia de los reservoir dogs –y como premio de consolación- en el mérito de la creación artesanal de la obra –se diría que se pretende encerrar Un perro en el canódromo del récord Guiness-, Un perro llamado Dolor es una pieza única del Arte –Aute- español de este siglo, la obra maestra de un artista total y una película de (autor) culto.