ISSN 1578-8644 | nº 36 - Febrero 2003 | Contacto | Ultimo Luke
CREACION

ana marquez

Me llamo Ana Márquez Cabeza. Soy parapléjica desde que tenía diez años (ahora tengo treinta y cuatro) debido a una negligencia médica. Cuando el cuerpo no da la talla, el espíritu se desmelena y eso debió ocurrirme a mí, pues mi afán por encontrar nuevas formas de expresión se inauguró casi al mismo tiempo que mi parálisis.

Soy dibujante artístico desde 1988, aunque ya antes, cuando sólo contaba trece años, publicaba varias páginas de cómics en una revista cultural (“Cal viva”).

Durante once años he impartido clases de dibujo a alumnos de primaria. He ilustrado libros, revistas y folletos. He realizado carteles, ganado algún que otro premio e incluso he participado en decorados para proyectos teatrales a nivel local o en campañas para la incitación de los niños a la lectura. También tengo en mi haber varias exposiciones (seis, entre individuales y colectivas) menos de las que me gustaría, pues mis circunstancias físicas no me permiten grandes proezas.

En lo que a la literatura se refiere, comencé a escribir relatos y poemas a los doce años. Empecé a publicar en 1992. He publicado en revistas literarias (“El Celador”, “Almazara”...) , en diarios locales y en revistas de interés general. He realizado para la radio local un programa de corte “poético literario” que se mantuvo dos años en antena. He publicado relatos junto a otros autores en antologías de la Editorial Jamais. He realizado un par de recitales y ganado algunos premios literarios, entre éstos últimos el “Premio Club Urbano” (La Rioja, 1997) del que me siento especialmente orgullosa. En septiembre de 2002 ha salido a la luz mi primer libro en solitario, “Canción para la espera”.

¿Y ahora? Ahora sigo trabajando,“con el espíritu desmelenado” a la caza y captura de la palabra exacta y la imagen perfecta capaces de definir lo indefinible.

EL MAL DORMIDO

“Mañana será Dios, y su porfía,

sacudirá, violenta, al mal dormido...”

Juan José Domenchina

Hay una perversión que aqueja a las lámparas,

una iniquidad se esconde detrás de los cuadros

cuando ya no están,

y dejan esa huella cuadrada que es una cuadrada soledad

muriendo en las paredes.

Hay una perversión en las fotografías que albergan

los álbumes viejos,

es perversa la lágrima que unge un centímetro

de almohada,

perverso el reloj que se para cuando no lo mira nadie.

Hay un pecado enmohecido hasta en el espejo

que no sabe devolvernos más de lo que hay.

Hay maldades de polvo en las pestañas de las muñecas

de porcelana,

hay impudicias dormidas en las inocentes fotos de boda,

en las bombillas alógenas que me obligan a parpadear,

en los libros que me vuelven, orgullosos, sus lomos,

sabiendo que jamás los leeré.

Hay una maldad dormida en los ojos insultantes del gorrión

en el tejado,

en los pies de los otros que me enseñan, insolentes, sus virtudes,

en la joven que me cuenta que su vida es cosechas y almíbares.

Hay maldad inocente en el gato que arquea

su espalda y me ofrece sus vértebras a cambio de rencores.

Hay maldad hasta en esa espina en la cintura que le duele

a cualquiera.

¿Y el mal de las hormigas que se burlan a seis patas?

¿y la aberración de las moscas que se aparean sin pudor

sobre mis cosas?

¿La porfía de Dios me salvará de todo eso?

Dejad que sonría.

Sólo yo puedo sacudirme el mal despierto que llevo dentro

ese que me hace insufribles las lámparas, los cuadros y sus huellas,

las fotografías, las lágrimas, los espejos, las muñecas perfectamente

empolvadas, las bombillas, los libros ilegibles, los pies y sus virtudes,

las fotos de boda, la joven feliz, el arco del gato, las hormigas y

y sus posibilidades, las moscas impúdicas, la cintura de los demás

con su punzada sensible.

Sólo yo puedo irrumpirme de polvo o nuevo día los enojos

para reconstruirme sobre un punto de conformidad

dos ojos buenos para que la belleza no me sea maldad

o injusticia.

DESEO

"Quiero hacer contigo

lo que la primavera hace con los cerezos"

Pablo Neruda

Quiero hacer contigo

lo que la luna hace con las mareas:

atraerte hacia mí de tal forma

que no puedas hacer nada

excepto dejarte arrastrar

hasta mi orilla.

AUTORRETRATO

Yo no soy más

que una legión de nubes en desbandada.

No me busques luz ni tesoros

abandonados por mis rincones,

pues yo sólo soy un pájaro que huye,

el agua de un arroyo que se marcha,

cansada de los juncos carceleros

de las orillas.

Tengo miedo.

Miedo de esas sombras sin perfil

ni objetos que las proyecten.

Tengo miedo de los bolígrafos vacíos,

del vértigo de las constelaciones.

Tengo miedo de esas aves extrañas

que ululan como los hombres

cuando sufren.

Y no puedo evitar que me sobresalten

los zumbidos

( hay avispas, turbinas y grifos abiertos

alterándome el sueño,

dimensionándome las mañanas ).

No puedo evitar que me sobresalten

los vallados,

las escaleras, los dioses acabados y las fotos

de boda sobre las mesas camillas.

Yo sólo tengo una flor oculta

para ofrecerla en poemas y susurros,

diez uñas para arañar las paredes

de la angustia,

una ventana para escaparme y escalar

los tejados inclinados hacia la tarde

y una antorcha pequeña para desembarazarme

de lo oscuro

No me busques luz ni tesoros.

No tengo nada más.

Huida, huida...

ésa es mi partida, mi cotidiano ajetreo

y mi reposo.

Ando fugada de mí misma, a la carrera.

La realidad dictó contra mí su orden

de búsqueda y captura

pero caducó sin que nada ni nadie

supiera ejecutarla.

( Y puedo ser tan cruel como los tornillos,

como la humedad que arrebata el decoro

a las techumbres ).

Recuérdalo.

Yo no soy más

que una legión de nubes en desbandada,

un horizonte en fuga,

una tempestad siempre amordazada, reprimiéndose

sobre la bondad inocente

de los montes.

ME MIRAS

Me miras,

con los ojos llenos de caricias,

me rozas apenas...

y te me vas sonriendo, corazón adentro,

con la impunidad de un bisturí

o una perversión.

AUSENCIA

“Ausencia” es un vocablo que llegó de la sombra,

es de la familia de “dolor”, “clavos” o “angustia”,

conoce de cerca el deseo y la ternura de los dedos

que ya no improvisan sus caricias,

los labios abiertos en un gesto malogrado.

“Ausencia” es una palabra que no sabe de claridades,

para este vocablo se inventaron las antorchas,

se hace oscuridad en medio de la luz

como un pájaro fúnebre sobre la paz de los almendros.

“Ausencia” es un vocablo que condena la esperanza,

ocho letras para perfilar un presagio malévolo,

es el peso del volumen que desalojas,

es tu silueta recortada sobre el vacío.

Ausencia es lo que queda cuando no queda nada,

sólo eso,

ausencia es lo que tengo, ausencia

y un bastión de recuerdos para sobrevivir

a nuestra historia.

EL VAQUERO

Es realmente apasionante

observar al vaquero cuando hace girar sus espuelas.

Es prodigioso el brillo cromado de sus pistolas,

la forma indolente de ajustarse el sombrero

y esa precaución tan pulcra al recorrer con la mano los botones

de su impecable chaqueta, para comprobar que están todos

abrochados.

Es realmente asombroso

el ademán indolente, y siempre cortés, del vaquero

cuando saluda a los amigos aletargados que le aclaman

al final de la escalera.

Él es generoso en sus sonrisas, sus apretones de mano

y sus bromas,

siempre perfecto hasta en el sudar, el matar y el comer.

Son muchas las miradas que le vigilan los avisos

y él lo sabe,

por eso quiere salir irreprochable en la foto, con los dientes

bien limpios

y sus caballos, sus hormigas y sus vacas al fondo.

La sensibilidad del vaquero se hace patente hasta en su silencio,

Le duelen, dice, los niños pobres de los otros,

sus ojos insoportablemente fijos y el caldo podrido

que no les llega nunca, él llora por ellos, dice,

y por ellos brinda y reza a Dios en sus plegarias teletransmitidas.

Por la paz de los países, dice, se agujerea las palmas de las manos.

El vaquero es desprendido y justo en sus demostraciones de afecto,

bajo la lluvia roja, blanca y azul llora con una emoción erguida

y es tanta su bondad que sacia el hambre de sus perros

con salchichas, honores y galletas.

El vaquero se arrellana en su silla, pone los pies sobre la mesa

y supervisa, arrogante, el progreso de las máquinas,

el valor y la lealtad que esgrimen sus cerdos que sólo hozan

donde él ordena y la sumisión de las vacas que se dejan

ordeñar a cambio de muy poco.

(La granja no es suya, pero está toda a su servicio,

y hasta las mulas aplauden cada decisión que toma).

Al vaquero le brillan las espuelas y las mejillas

cuando ríe un chiste estúpido de algún colega que

le descoloca un segundo,

luego vuelve a su apostura firme, a su elegancia marcial

y refinada,

la elegancia del hombre seguro de que la tierra sólo puede

tener un dueño.

El vaquero, de perfil, se parece a unos de esos artefactos

que asesinan sin estorbar y sin hacer apenas ruido.

Es como un dios vengado con un elevado concepto

de su persona.

Está encantado de conocerse.

Él es el dios poderoso que bendice al Nilo para que crezca

sólo hacia sus sembrados.

(Y el Nilo le obedece, por supuesto, la desobediencia es deshonrosa

y él no quiere ser un río decapitado, licenciado con deshonor).

El vaquero es el hermano protector que salvaguarda

nuestras vidas de los demonios y las palomas.

Es realmente apasionante

observar al vaquero cuando hace girar sus espuelas.

Pero es aún más portentoso ver a tantos indios

bailando a sus alrededor una danza sometida,

encorvadas ante él las espaldas y las voces

para no importunar el pulcro y feroz orgullo

del superhombre sacrificado por su patria.

Y aún es más portentoso ver a algún desgraciado

limpiándole las botas mientras el vaquero deja

sobre su cerviz sumisa

la moneda del liberto para poder tirar de ella y arrastrarle,

a su antojo,

por el fango.

MOON RIVER

A Audrey le pesan los párpados cuando, al amanecer,

Nueva York le tiende la alfombra de sus aceras desnudas.

El flequillo sin forma sobornando al aire para mantenerse

quieto,

el vestido negro, delgado como su sombra,

su andar sereno de reina escuálida, paseando

su desvalida altivez por la avenida.

Audrey paladea la primera luz limpia de dióxidos

a cada sorbo de café desganado, a cada bocado

de un desayuno barato que es cena tardía

tras otra noche

de búsquedas sin sorpresas,

mientras los escaparates de Tiffany’s acogen

con indulgencia la mentira hermosa que brilla

en sus lóbulos, en su pelo y su garganta.

Audrey dobla indolente las esquinas de la ciudad

monstruosa

-domada ya y a sus pies con la mañana –

porque todavía está segura de que algunos sueños

se dejan atrapar si se ejecutan ciertas astucias.

Sólo el cine puede volver blando el hormigón siniestro

de los rascacielos,

volver humilde y sumiso el despego insolente de los gatos,

acogedor el brillo excesivo de los diamantes ajenos,

legitimar el sexo comprado o vendido por una oportunidad

de avance

o anular el esfuerzo de la lluvia por despoblar de besos

los callejones.

Sólo el cine puede volver fácil el amor imposible.

Hay ciertos tonos de luz del alumbrado que estropean el cutis.

Pero Nueva York sólo es bella porque una vez

se enroscó como un feto en los ojos de Audrey,

porque una vez ella paseó por la Quinta Avenida

su alocada elegancia como un cisne malherido

y engulló un desayuno adormilado

(café, croissant y esperanza)

ante los escaparates indulgentes de Tiffany’s.

Pero los violines de Mancini no amordazaron el fragor

esperpéntico de los claxons,

el rifle de largo alcance del psicópata,

el alarido sordo del negro sin mañana,

el tintineo de las monedas en la lata del pordiosero,

el llanto de los desengañados, los desposeídos,

indigesto ya en el estómago el pan prometido

del Sueño Americano.

Nueva York es hermosa porque Audrey lo era.

Ego te absolvo, pues, máquina ciclópea de fabricar hastío.

Redimida quedas de tu insufrible arrogancia

por unos ojos que miraban como milanos nocturnos,

por una lluvia definitiva disuelta en violines,

por un gato manso y sin nombre,

por una guitarra desafinada, a la deriva,

en el río de la luna.

CUANDO ELLA ME SONRIE

(A mi sobrina Gloria, el día que cumplió cuatro meses)

“Es tu risa la espada más victoriosa...”

Miguel Hernández

Cuando ella me sonríe

me sobran todas las argucias que inventé para sobrevivirme.

Me sobran los desiertos fabricados, las palmeras con su sol de trópico

y sus oasis,

las grandes ciudades con sus teatros, sus cavernas y bulevares,

la músicas chirriosas de los bares para adolescentes,

me sobran los sueños que reconozco abatidos,

me sobran los pájaros y la alas inaprensibles.

Cuando ella me sonríe

no me frustra ese lápiz que se me cae al suelo tan lejano,

la tristeza del dios desposeído que se deshizo entre mis dedos,

no me duele el césped saqueado por las ruedas,

las rodillas dobladas en un ángulo inquebrantable,

no me salpican con su inmundicia los dolores de otros días

y que, a veces, regresados, me emborronan la mirada y los folios.

Porque cuando Gloria me sonríe

el pavor, desarmado, rinde todos sus ejércitos a la belleza,

la nada y cuatro meses irrumpe en pañales y reta a lo oscuro

y ningún luto puede ya permanecer incólume,

que no hay pasado irremediable que su sonrisa

no pueda reducir a escombros,

que no hay presente gris capaz de enfrentarse

a la risa perfecta de la inocencia

ni luz que no envidie la ferocidad de su alegría.