ISSN 1578-8644 | nº 35 - Enero 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Cartas del Norte
"Rafael Azcona: luces del cine español"

josé luis garcía

Eugène Ionesco

Como casi todos descubrí antes al guionista que al escritor, quizás porque amparado por el desconocimiento, si es que el desconocimiento puede estar avalado por amparo alguno, entendía dicha profesión como una ramificación menor de la de cineasta. Una subescuela oculta, en definitiva. Pero comencé a “ver” cine desde el otro punto de vista, y como no, la figura de Rafael Azcona emergió sola. Porque durante no pocos años Rafal Azcona no necesitaba presentación al menos para aquellos que manteníamos la espartana costumbre de aguantar los títulos de crédito de las películas mientras el resto de espectadores abandonaban la sala aún con esa sonrisa picarona que tan buen sabor de boca dejaban sus filmes, o inmersos en toda una pléyade de improperios para con aquellos, nosotros, que nos negábamos a levantarnos de nuestras butacas hasta que se bajase definitivamente el telón. La espera casi siempre era recompensada y poco a poco, al igual que íbamos reconociendo la firma de quienes traducían las novelas de nuestra juventud, Esther Benítez por ejemplo siempre estará asociada a Italo Calvino hasta tal punto que me es imposible el referirme a uno sin recordar a la otra y Helena Lozano Miralles a Umberto Eco, poco a poco, digo, fueron haciéndose familiares algunos nombres fundamentales de las bambalinas cinematográficas: Teo Escamilla, quien pasó por se uno de los mejores directores de fotografía que haya dado el cine español junto al escolarizado Néstor Almendros, y como no, Rafael Azcona. El Guionista. Y digo El Guionista, así, con mayúsculas, ya que durante largo tiempo uno pensaba que Azcona, como Álvaro Campos o Alberto Caeiro para Pessoa, no era sino un heterónimo de Berlanga, Saura y mas cercano en el tiempo de Trueba. O de todos a la vez, que demonios. Una impostura que se nos colaba domingo tras domingo en las salas de nuestro barrio mezclado con las pipas Churruca y el regaliz rancio. Recuerdo que en nuestra juventud, cuando el visionado de las películas contribuía junto a las lecturas a nuestra definitiva formación como personas, dudábamos de la existencia de Azcona. Sin embargo siempre estaba allí, en los títulos de crédito, firmando algunos de las más entrañables piezas de los últimos treinta años. Así, desde El verdugo hasta Belle Epoque han pasado casi cuarenta años de luces y sombras del cine español, y que duda cabe que con un Oscar a sus espaldas, aunque sea ganado colateralmente, el mismo cine que le encumbró en su día, que se arropó en su pluma aldeconiana, habría de abandonar definitivamente las sombras para sacar de su voluntario ostracismo a quien ya se le considera insustituible como escritor, como creador y como persona. Recientemente Rafael Azcona se ha puesto de moda de nuevo por un doble motivo: uno, la edición de sus obras completas por la Editorial Alfaguara, algo que es de justicia y que muchos esperábamos con ansiedad. Otro, por la adaptación al teatro de uno de sus mejores guiones. Si Belle Epoque habría de marcar una generación, sobre lo que es necesario extender algo más que una duda razonable, dicha afirmación cabe sobre El verdugo por más que algunos agoreros del antiguo régimen se empeñen en lo contrario. Cuesta imaginarse un inquisitorial y grisáceo funcionario visionando la película, pero cuesta aún mas entender el por qué la dio de paso tratándose de una cinta tan cáusticamente irreverente para el régimen. Irreverente porque la historia que cuenta se contrapone con la mordaz realidad del momento en la España de posguerra. Cáustica, porque El verdugo se empareja con la corriente surrealista que cruza Europa. Eso sí, marcada por una hispanidad de inmejorables resultados. La reciente adaptación teatral no desmereció de la cinta original, todo lo contrario. Es posible que Rafael Azcona llevase años imaginándose a Juan Echanove como protagonista involuntario de una parte importante de nuestra reciente historia. Y hasta que el propio actor lo hiciera con igual consideración. Pero seguro que Rafael Azcona nunca hubiera sospechado que un guión que nació con una limitada voluntad crítica, se convirtiera con el tiempo en una película de culto imprescindible para entender nuestra reciente historia nacional e internacional. Y eso si que es globalización.