ISSN 1578-8644 | nº 45 - Diciembre 2003 | Contacto | Ultimo Luke
"Sobre la represión sexual"
riforfo rex

Supongo que es un tema trillado, pero supongo también que por eso conviene sacarlo de vez en cuando y volverlo a moler visto que por más que se trille no hay manera de obtener pan de él.

Me refiero a la absolutamente desquiciante inquina que tiene la sociedad occidental contra el libre disfrute del sexo. Y digo occidental porque desconozco realmente las otras sociedades y además sospecho que en ellas no se manifiesta esta absurda aversión.

Digo, también, sociedad, porque iba a decir religión occidental (cristiana básicamente), pero en este aspecto la sociedad se comporta siguiendo los dictámenes de la religión que impera.

Desquiciante, porque no concibo cual pudiera ser la razón que lleva a vetar, o como mínimo condenar, el goce sexual, tratándose ésta de una actividad íntima y personal que no repercute en la sociedad salvo en el hecho de que los individuos regresan de la experiencia mucho más relajados y satisfechos.

Se puede pensar que en otros tiempos, las prácticas sexuales tenían el inconveniente de la procreación involuntaria. Pero ésta sólo tiene lugar cuando se realizan prácticas sexuales entre individuos de distinto sexo, nunca cuando los sexos son del mismo género o cuando se practica con uno mismo. Pudiera entonces comprenderse que hubiera anatema contra la práctica heterosexual, pero ¿a qué viene prohibir la homosexualidad y la monosexualidad?

Al parecer los griegos y los romanos no tenían estos problemas. Nadie condenaba a nadie por acariciar a cualquier otro, supongo que con tal que el otro consintiera; y no sé si hay documentos escritos que condenen o ponderen la masturbación, aunque dudo que nadie se dedicara a meterse en estos asuntos tan personales. Ignoro cómo se comportaban los judíos a este respecto y si los cristianos hemos heredado de ellos esta afición a negarle al prójimo los placeres carnales. Por lo tanto creo que es exactamente la iglesia cristiana la que introdujo esta modalidad de represión, pero de nuevo ¿con qué objeto?

Podríamos pensar que la religión, que al fin y al cabo es también legisladora, y sospecho que el origen de toda legislación, ha decidido legislar en contra del disfrute carnal para proteger a las gentes de sí mismas. La mayoría de las leyes están encaminadas a esto, a proteger unas gentes de otras. Pero la práctica sexual connivente no causa daños, o como mínimo estos son consentidos y por lo tanto aceptados. Y en este caso, lo que diría la iglesia es algo así como que se prohíben determinadas posturas porque el hombre o la mujer sufren o no disfrutan adecuadamente.

Pero no, lo que la iglesia prohíbe es la totalidad de la práctica.

¿Cuál será la razón?

Estoy leyendo un libro (*) sobre las herejías en España. Me voy a quedar en los primeros siglos, porque el libro es muy gordo. En torno al tercer siglo nació, creció y se reprodujo con buena salud una herejía comandada por un tal Prisciliano. No era original, ya habían sido combatidas otras desviaciones de carácter gnóstico. La mayoría de estas herejías tenían por común el desprecio por el cuerpo físico, al que consideraban una cárcel del alma, que, tal vez por haber pecado, caía en él. Algunos grupos se negaban la reproducción por considerarlo contrario a los designios de Dios. Pero sin embargo eran promiscuos. O al menos así los veían desde la iglesia tradicional, porque admitían indistintamente en sus celebraciones a mujeres y a hombres. Estas celebraciones tenían lugar en lugares ocultos y al aire libre, en contacto con la naturaleza.

Y probablemente no exigían más hábitos que la piel. Además, y esto no tiene nada que ver con lo que tratamos, se negaban a consumir carne, esto es, practicaban la alimentación vegetariana.

Lo importante es que estos grupos heréticos se distinguían por llevar una vida distinta de la considerada tradicional, sobre todo en las relaciones interpersonales. En aquellos tiempos, todavía muy próximos a los grandes tiempos del imperio romano, y algo más alejado, pero menos que ahora, de las influencias griegas, la práctica sexual todavía no era tabú, o al menos lo era menos de lo que lo es ahora. No creo que se hubiera muchos escrúpulos a la hora de elegir entre una doncella y un efebo, menos si éstos eran esclavos, que ni siquiera tenían la completa consideración de personas. Sin llegar al extremo de que se tiraran unos sobre otros por las calles, la práctica sexual se realizaba, presumiblemente, de una forma libre y sana.

Ahora bien, si esta libertad era realizada en nombre de una herejía que se oponía a las creencias oficiales y que podían poner en peligro su dominio, entonces se convertían en peligrosas y reprobables. Y aquellos que no querían ser acusados de herejes debían comportarse de manera manifiestamente diferenciada y por lo tanto llevar una vida decente tratando a su mujer y a sus hijas como a esclavas y practicando a escondidas el acto sexual, entre otras actitudes. Tal vez esta sea la clave.

Tal vez la condena de las prácticas heréticas, que también las realizaban los no herejes, aunque sin tanta ceremonia, obligó, en los concilios, a crear una de aquellas normativas:

“Si se dijere que practicar el sexo de forma libre y gozosa es cosa buena a los ojos de Dios, sea anatema”. No por nada sino porque aquellos contra los que se legislaba eran herejes y ellos practicaban el sexo, quedó el sexo anatematizado para siempre.

Esta pretende ser tan sólo una vaga teoría que explicaría de alguna manera esa inconcebible antipatía que la Iglesia Cristiana ha manifestado durante siglos contra el sexo, lo que ha convertido una práctica saludable y buena en una acción oscura, generadora de culpabilidades y entorpecedora de las relaciones interpersonales. Que hoy día, dos mil años después, todavía nos lleva a discutir si la homosexualidad debe o no ser una relación lícita, si la fidelidad carnal debe o no ser exigida, a considerar que las mujeres promiscuas son putas, y los hombres promiscuos son donjuanes, que la masturbación es un acto miserable, que las gallinas les están vetadas a los hombres rectos de espíritu, que la red esté llena de páginas de pederastas. Y sobre todo, a que la práctica del sexo esté sometida a un mercadeo ilegal y peligroso en muchas ocasiones.

(*)Historia de los heterodoxos españoles
Marcelino Menéndez Pelayo

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