ISSN 1578-8644 | nº 38 - Abril 2003 | Contacto | Ultimo Luke
El quintacolumnista
"Cuando ya no nos quede ni París"
luis arturo hernández

Capital de la gloria, de Juan Eduardo Zúñiga

“Será el horror del olvido.”
M. Duras, Hiroshima mon amour

La retransmisión en directo de la reciente invasión de Iraq –lo mismo que la que tiene lugar en la República Centroafricana a manos de tropas francesas, por citar tan sólo dos ejemplos- permite, si no por simpatía, cuando menos por empatía, ponernos en el lugar del Otro, participar de la incertidumbre y la zozobra del vencido, sentir siquiera sea de forma figurada la devastación del enemigo, gracias a Capital de la gloria, la excelente colección de relatos de J.E. Zúñiga que cierra su trilogía sobre la Guerra Civil Española con el bullir del anónimo personaje colectivo del Madrid bombardeado por la aviación.

Porque, acicateado por el temor a la muerte, el deseo aflora de palabra en personajes masculinos –Las huidas, El amigo Julio-, y de obra en varios femeninos –Los deseos, la noche o Rosa de Madrid-, Eros espoleado por Thánatos, y las pulsiones elementales se desatan en un rompeolas –“capitán del dolor, sembrado de juventudes el Frente”, en una respetuosa paráfrasis de los versos de R.Alberti”-, donde se masca y masculla la derrota.

Ya sea como fuga imaginaria –París como punto de fuga de la huida por la pintura-, ya como rendición del ánimo sin escapatoria alguna –El viaje a París-, ya como traición privada –matrimonial- o pública –a la República-, las ruinas de los edificios riman con la desolación moral de unas gentes que pululan entre los escombros –Las enseñanzas-.

Y junto a estos motivos recurrentes que conectan, aunque sólo sea temáticamente, las distintas historias, la presencia de los objetos de valor sentimental –pulsera, reloj, anillo, lápiz-, que pasan de mano en mano hacia un destino incierto, se carga de valor poético –si en literatura todo objeto es mágico, aquí lo es por derecho propio-, y va comunicando a personajes desconocidos –Patrulla del amanecer, Los mensajes perdidos-, irradiando un aura evocadora que les permitirá transitar del lugar y momento de la acción merced a la analepsis o salto atrás al espacio y tiempo de la memoria, o volver a reintegrarse en el presente mediante bruscas rupturas del punto de vista –de la 3º persona a la 1ª-, como técnica idónea ésta para el desengaño que permite al narrador observar su inocencia de entonces ya objetivada, algo completamente ajeno a él –Las huidas, Anillo de traición-.

Y, enmarcando esa dialéctica entre el pasado y el presente de los personajes, se da un flujo de interacción entre los personajes en alusión al lector que, al tiempo que lo atrae hacia atrás -hacia un espacio y tiempo concretos: “Acaso alguien querrá haber estado aquí esta tarde”-, como un imán en busca de las esquirlas de las pasiones, de las piezas desparejadas de una colección de relatos, de unos “fragmentos a su imán”, le anticipa el futuro, saltando al presente del lector en hipotéticas prolepsis gracias a un cartel–“Ahora ya no vale nada lo que dice este cartel, pero cuando pasen años alguien se preguntará qué sucedió en aquellos meses”, o a una fotografía –“un día aquellas fotografías habrían de servir para juzgar la barbarie y la crueldad de unos años sangrientos”-, y sirva como muestra el homenaje que a los fotógrafos Robert Capa, Guerda Taro y otros -“Guerda disparaba continuamente su Leica”, “y enviaban sus fotos a una revista de París”-, así como a las brigadas internacionales –Los mensajes perdidos-, tributa Zúñiga al final de Ruinas, el trayecto: Guerda Taro; y eso sin descontar la propia escritura –“la historia la habían hecho en el pasado los escribas, los cronistas y no los pintores que reproducían sólo la presencia de lo instantáneo”-, como bien lo confirman estas páginas de sucesos íntimos, las crónicas de sociedad ínfima, la información incontable de la capital en diez relatos de una distanciada compasión por las pobres gentes derrotadas y su sufrimiento.

Y ello porque esa tensión entre el ayer y el ahora que busca un recuerdo en el mañana responde a la dialéctica entre el deseo de olvidar –“Pasarán años y olvidaremos todo, (...) y será un tiempo del que no convendrá acordarse”- y la necesidad de la memoria –“No debía hundir en otro olvido, (...) lo que denunciaban las fotografías que se hicieron, lo que se leería, tiempo después, (...)-. En muy pocas palabras:“para que no lo olvides”, cuando no quede ni ese París al que volaban las fotos de Guerda Taro, caída en Brunete.

Porque luego, tras la Guerra Civil, volvería el garrote vil. Y tras la amnistía, la amnesia.