ISSN 1578-8644 | nº 38 - Abril 2003 | Contacto | Ultimo Luke
"El Dios desnudo"
enrique gutiérrez ordorika
Este no es un artículo de opinión sino el simple registro de unas cuantas anotaciones para rellenar una página de un obituario, y es que hay existencias que hablan por sí solas sin necesidad de palabras con demasiado adorno. Pertenecen a hombres que son eternos como los niños, hombres que –como diría Vladimir Holan-, al igual que la alondra, cantan por encima de todas las batallas.

El pasado 12 de marzo murió uno de esos hombres y lo hizo –como si fuera el guardián de la dignidad de un viejo meridiano- en su casa de Old Greenwich, en Connecticut, a la edad de 88 años intensamente vividos. Escribió más de 80 obras de distintos géneros y, curiosamente, su última novela, publicada en el año 2000, se tituló Greenwich, como el lugar desde el que comienzan a medirse las longitudes terrestres.

Su verdadero apellido era Fastov, pero se le conoce por el nombre de Howard Fast, aunque también firmó novelas policiacas con seudónimos como E.V. Cunningham y Walter Ericsson. Decía que él sólo tenía un problema y era que tenía mucho más material en la cabeza del que podía llevar al papel en toda una vida. Una vida repleta de avatares y de un inquebrantable testimonio moral.

Howard Fast nació en el Lower East Side, un barrio de emigrantes judíos pobres de New York y, como muchos de los judíos americanos de su condición, desde muy pronto asumió ideas de izquierda que le acarrearon numerosas persecuciones. Fue corresponsal de guerra durante la II Contienda Mundial, dramaturgo, escritor de éxitos cercanos al "best-seller" e incluso candidato al Congreso de EE.UU. Denunció los procesos de Moscú de 1933 y 1938. Abogó por el fin de la discriminación racial en su país. Apoyó a los Cheyennes en la lucha por sus tierras de Wyoming y a los japoneses norteamericanos encarcelados después del ataque del imperialismo nipón a Pearl Harbor.

Víctima de la "caza de brujas" macarthysta, por negarse a identificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas a quienes habían ayudado a construir un hospital para quienes combatían al fascismo en Francia, sufrió cárcel por desacato. Pasó algún tiempo en el exilio en México. Aunque fue galardonado con el Premio Stalin de la Paz en 1953, como crítico del stalinismo rompió sus relaciones con el Partido Comunista tras la invasión soviética de Hungría en 1956, escribiendo un libro inquietante: El Dios desnudo.

Sus obras fueron retiradas de las bibliotecas públicas y de las librerías, retenidos sus derechos de autor, y obstaculizada su publicación por requerimiento expresó del FBI. Hollywood, debido a la prohibición efectuada por el mismísimo Edgar Hoover de que se hiciera cine de sus novelas, le pirateó varias películas, entre ellas una versión de La última frontera (El otoño de los cheyennes) dirigida por John Ford. Algunos editores, como los de la Knopf, le devolvían los manuscritos sin abrir, acompañados de una nota en la que se decía que no querían mirar "la obra de un traidor".

Debido al insistente rechazo editorial hubo de autopublicarse Espartaco, novela que más tarde daría lugar al conocido film del mismo título de Stanley Kubrick, protagonizado y producido por el actor Kirk Douglas, con guión de otro insigne perseguido llamado Dalton Trumbo. Pero me temo que enumerar todos los hechos que constituyeron a lo largo de su insobornable existencia ejemplos de integridad y coraje excede con mucho la brevedad de este espacio.

No sé pero quizás, en estos tiempos obscenos en los que hay políticos que patrocinan la barbarie y la guerra en nombre de Dios, sea bueno recordar que hay hombres que viven su vida con tal honestidad que desnudan a los dioses injustos, hombres que hasta en su despedida siguen siendo incómodos para la falsa divinidad, porque dejan testimonios vitales que no pueden silenciarse ni aunque existan Tribunales Supremos que condenen a su alma a vivir en el infierno.

En una conocida secuencia de la película de Kubrick, cuando el gendarme de turno del Imperio pregunta a los prisioneros quién es Espartaco, una muchedumbre de esclavos contesta que Espartaco son ellos. Pero Espartaco era él, sí, era él, aunque cuando escribía libros firmaba con el nombre de Howard Fast. Descanse en Paz.