ISSN 1578-8644 | nº 38 - Abril 2003 | Contacto | Ultimo Luke
Leer a oscuras
"La mirada de la muñeca hinchable"

borja de miguel
Siguiendo con su frenético ritmo de publicación –uno, dos o más títulos por año desde 1990 y cerca de 40 libros desde que apareciera su primera novela en 1967- Javier Tomeo (Huesca, 1932) acaba de presentar “La mirada de la muñeca hinchable”. Juan Benet decía de las novelas de este escritor que no estaban mal pero que eran como croquetas, muy parecidas unas a otras, y es que en algunos casos se puede decir que es cierto el tópico de que uno no hace más que escribir una y otra vez el mismo libro. Tomeo afirma que esto no le preocupa y en esta nueva entrega recurre otra vez a sus personajes casi esperpénticos –un camarero con un ojo más grande que otro, una soprano húngara de enormes pechos, una Condesa que practica sexo en los palcos de los teatros mientras se representa la función...- y a sus eternos temas: la soledad, la incomunicación, la locura y lo absurdo inmiscuido en la vida cotidiana.

“La sonrisa de la muñeca hinchable” es una historia sin apenas argumento que se desarrolla en una gran ciudad anónima. El narrador –Juan P, un hombre de edad indeterminada que subsiste gracias a “unas rentillas que mi padre me dejó al morir”- cuenta cómo transcurre su día a día, desde los ejercicios de gimnasia matutina que realiza o las botellas de ron que compra en el supermercado hasta las obras de teatro que va a ver por las noches o las fiestas a las que le invitan. En esta vida cotidiana parece imprescindible su amigo Torcuato -un jubilado de orejas grandes y separadas que sueña con sartenes y lechuzas y con el que Juan va a comer casi cada día a Casa Leonor-, pero lo cierto es que nunca queda claro si lo que les une es auténtica amistad o sólo la necesidad que ambos tienen de no estar solos. Otra vez la mezcla de dos visiones, una humorística y otra pesimista, vuelve a convertirse en la clave de este relato de Tomeo. Y así, aparentemente sin razón de ser, nace y muere el libro, entre manecillas de relojes que avanzan hacia atrás, chimeneas de fábricas imposibles de contar, programas de televisión que se repiten eternamente, manchas de humedad que crecen y decrecen en el techo, mucho ron, una muñeca hichable que a veces habla y que termina arrojada por la ventana, un vecindario casi surrealista y una ciudad que parece funcionar sin tener en cuenta a la gente como Juan P.

El libro es breve –162 páginas a letra grande- y muy fragmentado –86 minicapítulos de no más de tres páginas cada uno. Las frases y los párrafos son cortos, algo que, según Tomeo, tiene que ver con la purificación y la depuración y que ocurre también a las cosas que pasan por el fuego, y quizás esto se debe a que el escritor opina que “las novelas deben presentar batalla a otros medios más dinámicos como la radio, la televisión o el cine”. Pero, a pesar de ello, lo cierto es que donde más repercusión han tenido sus textos ha sido en el teatro: desde que en Francia Jean Jacques Nichet decidiera llevar sus obras al escenario el reconocimiento de Tomeo ha ido creciendo tanto en España (candidato al Premio Nobel en 1999) como en el resto de Europa, donde se le considera un autor de culto. También hay que recordar que algunos libros suyos han sido llevados al cine, como sucedió con “El crimen del cine Oriente” (Pedro Costa, 1997), y que entre sus otras facetas se encuentra la de dibujante, aunque reconoce que “aquélla fue una gracia que no quiso darme el Cielo”.

De momento nos quedamos con sus novelas, unas obras que no están pensadas para el gran público pero que generan fervientes seguidores. Porque de esto también es consciente Tomeo cuando dice que ha encontrado un público más de calidad que de cantidad. Una recompensa ganada a base de años de trabajo.