Sección: LITERATURA
Serie: Leer a oscuras
Título:
El color de la poesía
Autor: José Lezama
e-mail: jlezama@espacioluke.com

nº 31 - Septiembre

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sobre "Prólogo para un silencio" de Gustavo Vega

Gustavo Vega, uno de los creadores más inquietos e innovadores de la poesía visual española presentó recientemente su último libro, Prólogo para un silencio. Éste, publicado por una pequeña editorial barcelonesa, Zendrera Zariquiey, que se ha atrevido a inaugurar con dicho libro una colección especializada en poesía visual, pone al alcance de quienes no tuvieron la oportunidad de verlos expuestos una serie de poemas que fueron realizados en torno al año 1980.

El autor, que es leonés residente en Barcelona, explora paralelamente territorios que pertenecen al ámbito de lo filosófico, de lo poético y a las artes de creación visual. Son ámbitos que conjuga en el marco de una actividad pluriforme y que frecuentemente sintetiza en obras poéticas de carácter interdisciplinar. En este sentido, Vega menosprecia la esterilidad de ciertas delimitaciones y convencionalismos y prescinde de las tradicionales divisiones en compartimentos estancos del saber y de la creación. Además se vale de una dilatada variedad de recursos y tecnologías; así, utiliza tanto métodos tradicionales –pintura, serigrafía...- como nuevas tecnologías –video, infografía, etc.-.

Prólogo para un silencio está concebido como un viaje del silencio al silencio. Parte de un silencio primero –son sus primeros poemas “materiales de la nada”, metáforas del silencio primigenio, del vacío- y se introduce acto seguido en la gran explosión de la que dicen que nació el mundo –el cosmos-, el lenguaje, el abecedario... Momento que comienza con la letra A, como el abecedario –símbolo del decir humano-, como la palabra amor –motivo nuclear del libro- y que, acto seguido, se recrea en la otra vocal de dicha palabra, la letra O, que visualmente se confunde con el número 0, y que utiliza el autor como metáfora del Todo o de la Nada, la cual se transforma en exclamación –OH- para devenir finalmente en sonido callado -letra H-, “laberinto del silencio”, un silencio final que se oye entre las negras páginas del final del libro y que tan sólo se rompe con una aclaración: “intento decirte algo que no puede expresarse”.

En Prólogo para un silencio se produce una perfecta interrelación entre la palabra y la imagen, entre lo textual y lo gráfico. No se trata de poemas ilustrados sino de composiciones que nos ponen en la pista de Mallarmé, Apollinaire, concretismo y de tantos vanguardistas que han visto en el espacio blanco de la página no un soporte para la escritura, sino un elemento de significación.

Vega asume tales aportaciones históricas como propias, pero con una nueva plasticidad. Precisamente éste es un aspecto que distingue a este autor de otros poetas visuales, su plasticidad. Como podemos observar en esta obra la intencionalidad plástica y poética coinciden. La sensualidad de las formas plásticas se fusiona con el cuerpo de la escritura generando microcosmos significativos. Todo ello traspasado, al mismo tiempo y paradójicamente, por la emoción y por la reflexión. Poesía, plástica y filosofía superpuestas, identificadas.

Desde Simias de Rodas en la antigua Alejandría hay una larga tradición caligramática en occidente, pero salvo muy pocas excepciones tales creaciones fueron monocromas. Rabano Mauro –el autor más importante de laberintos y otras formas difíciles del renacimiento carolingio- utilizó el color rojo para generar formas visuales en el interior de algunas de sus composiciones y Apollinaire, padre del caligrama contemporáneo, en el siglo XX, tuvo la idea de realizar un libro de caligramas coloreados que no llegó a concluir. En este sentido, la originalidad de Gustavo Vega está en utilizar no sólo el color, sino también todos valores de la plasticidad como elementos de creación poética. Formas visuales, texturas y colores semantizados. Así, por ejemplo, en el poema Multitudes en ascenso, composición inspirada en las teorías místico-evolucionistas de Theillard de Chardin, aparece un amontonamiento de informes manchas y de la palabra TÚ -caóticamente repetida- que se metamorfosea hasta convertirse ante los ojos en exclamación: “OH”. Se trata de una composición de tendencia caligramática –al igual que otras de este libro- que, utilizando la terminología creada por el autor en su tesis doctoral, podemos calificar como “caligramas pictográficos”.

Algunos poemas visuales aquí presentados están realizados, además de con pintura, también con objetos. Así, en el poema Escritura poética, uno de los más reproducidos del autor, varios elementos objetuales –un lápiz, un piedra, una letra y un tornillo- se conjugan generando un microcosmos significativo con otras formas gráficas, pictóricas y espaciales. Tanto los objetos como las palabras funcionan al mismo tiempo como elementos plásticos y como elementos semánticos, lo que les convierte en auténticos poemas visuales.

El libro, magníficamente presentado, viene precedido por un prólogo de Joaquín Marco en el que dice que Gustavo Vega provoca a su alrededor nuevas experiencias juveniles y que juega a inventarse, a inventarnos, a desinventarlo todo. Siendo en su “taller de poemas”, como dijera Paul Valéry, donde el artista se properga.