Sección: MUSICA
Serie: Ahopetik
Título:
La misma canción
Autor: Alfonso García de la Torre
e-mail: alfonso@espacioluke.com

nº 31 - Septiembre

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En este país parece ser que la música es un condimento esencial para el disfrute de los meses veraniegos, una fuente de entretenimiento que está presente en todas partes, traspasando ampliamente la supuesta frontera que delimita cualquier actividad etiquetada como cultural. Como elemento dinamizador la música se convierte así en complemento idóneo para las más variadas celebraciones festivas. A la par actividad lúdica y económica capaz de mover mucho dinero y que se nutre especialmente de una época estival en la que el consumo se dispara y el criterio se encasquilla.

Supongamos que un promotor desea organizar un evento relacionado directa o indirectamente con la música y desea darle mayor relieve. Existe un procedimiento sencillo que consiste en agrupar varios conciertos y denominarlo “festival” (añadirle “internacional” es un buen aderezo). A continuación se trataría de clasificar el producto: música clásica, antigua, barroca, contemporánea, jazz, rock, nuevas músicas, folk, etc. Otro aspecto fundamental e imprescindible actualmente estriba en disponer de una maquinaria publicitaria bien engrasada (poner especial énfasis en la presentación, en el envoltorio) y una crítica musical (si es que existe) favorable. Si se consigue una periodicidad anual y se alcanzan varias ediciones el éxito estará asegurado. No hay nada mejor para un festival que la rutina, una costumbre asociada a fechas concretas. De esta forma se logran enmascarar hábilmente contenidos musicales repetitivos (novedades siempre escasas) o mediocres.

Entre los festivales existen categorías ya establecidas según el presupuesto, y el superar cierto margen implica no escatimar el dinero para contratar al precio que sea. Una auténtica bicoca para unos pocos músicos (los de siempre) de “reconocido prestigio internacional” que ya lo saben y aprovechan la oportunidad que se les brinda para: a) cobrar el triple que en otros países. b) evitar los riesgos innecesarios de un nuevo repertorio (se supone que el público aquí es poco exigente). c) exigir toda una serie de requisitos técnicos propios de la realeza (marca del agua, decoración del camerino, etc.) d) suspender el concierto a última hora por “razones técnicas” (fracaso en la venta del papel, oportuna afonía pasajera que permita actuar en otra plaza mejor) ... Muchos de ellos ni se acuerdan del nombre de las ciudades donde estuvieron. Obviamente son actuaciones que no marcan un hito en sus carreras pero incrementan las ventas de discos en la zona. Deberían hacerlo gratis, ya que al fin y al cabo no deja de ser publicidad la que se les ofrece (se podría incluso llegar a negociar el alquiler del local o el precio de las entradas). Son los “inconvenientes” de una apretada agenda impuesta por el agente y la compañía discográfica, asumidos por el intérprete y el organizador, ansiosos todos ellos por coger el dinero y empezar a correr.

¿Es realmente un síntoma de buena salud cultural poblar nuestra geografía con festivales? Por lo visto dan el toque de calidad a las programaciones culturales de las instituciones y tranquilizan las inquietudes esporádicas de un determinado estrato social (siempre diferenciado por su poder adquisitivo) o un grupo de población delimitado por la edad. El hecho de que una figura del mundo de la música pase por la ciudad se considera una buena muestra del gran nivel cultural alcanzado. A veces la excusa es que se contrata lo que pide el “gran público” y finalmente son unos cuantos los que lo disfrutan al máximo. Podemos comprobarlo fácilmente viendo la transformación que han experimentado algunos festivales: en el reino de la invitación el concierto como acto social de especial importancia para todos aquellos que necesitan dejarse ver.

No importa que la programación de la temporada sea un erial o que la enseñanza musical básica esté desatendida pudriéndose en el olvido. Tiene su lógica al ser una buena forma de evitar que el individuo, sea músico o no, adquiera un mínimo espíritu crítico con lo que se le ofrece. Incluso en estos meses también se puede hacer negocio con estas carencias: basta contemplar la abundancia de cursos de verano y clases magistrales que intentan atenuar el desastre educativo. Encontrar un buen curso de música puede ser la vía de escape para numerosos estudiantes desesperados el resto del año. Aunque en ocasiones nos encontramos con que no se cumplieron las expectativas creadas debido a que el gran maestro estaba preocupado por la hora a la que se comía (especialidades nativas) o por el atractivo de una playa cercana (auténtico motivo que decantó la elección del curso, tanto por el profesor como por el alumno). Con la canícula siempre es necesario experimentar nuevas sensaciones.

Son acontecimientos reiterativos cada verano y su número va “in crescendo”. Esta noche intentaré disfrutar con la verbena que hay en la plaza. Aunque sea la misma, es evidente que la canción del verano siempre venderá más que la canción del invierno. Por lo menos esta sí que no miente.