Sección: ARTE
Serie: ---
Título:
Ramonísimo
Autor: Luis Arturo Hernández
e-mail: luisar@espacioluke.com

nº 32 - Octubre

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RAMONÍSIMO

   (Los 'ismos' de Ramón Gómez de la Serna y un apéndice circense, Exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, del 5 de Junio al 25 de Agosto de 2002, Madrid )

"Mi novia se llamaba Ramón

(...)

Las palabras que terminan en ón

"Esas suelen ser para morirse de risa"

El último de la fila

Hemos acudido a la capital del costumbrismopolitanismo, a Madrid -¿adónde si no?-, al reclamo de una Eéposición -internacional-, Los'ismos' de Ramón Gómez de la Serna, a la puesta en escena cuatridimensional de ese libro (Biblioteca Nueva, 1931) en el que convocó Ramón todas las Vanguardias habidas y por haber que anticipaban el futuro en los tres primeras decenios del siglo pretérito. Llegamos, ahora que ya todo pasó, al final de la verbena, de esa kermesse de la renovación artística de Entreguerras ñentre aquellas guerras de nuestros mayores; antes de pasar a mayores, los nuestros, en la nuestra- a ver lo que Gómez de la Serna, glotón de todos los ismos, había columbrado desde ese istmo que separaba y unió la península ibérica de/a esa otra península de Asia que es Europa, como un bibéndum hiperestésico, un embalsamado muñecote de Michelín atiborrado de imaginería -de los frutos de su imaginación- en su secreto aleph de la cripta del Pombo, antes de oficiar de anfitrión e introductor de embajadores del Suprarrealismo, en 1936, y salir de España para, desde el eéilio, adherirse de su puño y letra a la Automoribundia.

   Y nos hemos dado a deambular entre los bastidores del biombo, en "autovagabundia", por entre las mamparas de los diversos capítulos de Ismos que, muestras de pisos-piloto, enmarcan esas monumentales páginas puestas en pie, de canto, en un paseo por el Libro -de tomo y lomo- del Ramonismo, ramoneando, por entre los desvanes - tan sobrados de imaginación- y mansardas ñde altillos vuelos- y buhardillas del torreón del casón de la mente de Ramón, vanguardismos repartidos con mimado fragmentarismo de anticuario, entre los ismos consagrados por las Vanguardias Históricas con panteón propio y otros menores, pasajeros, flor de un día, engullidos, metabolizados, abducidos y diluidos ya por la postmodernidad, y cuyos aires fueron venteados por Ramón, como un zahorí del agua lustral que había de traer, con los artilugios de la mecánica, el nuevo mobiliario y los inventos, un hombre renovado, sportman, castizopoliteísta con sus novísimos dioses descreídos, desde el toulouselautrequismo -un enano que se encaramara a la alta silla de la guarda pinturera azafata del vuelo de la "cerebración"-, al jazzbandismo ñcon toda su secuela de contrabandismo y contrabajistas o barriobajistas-, del cubismo de un Charlot de madera de Léger  o el manifiesto psicomobiliario de "El hijo de los muebles nuevos" al klaéismo del automotor - con su lucha de kláéones, tan distante del clasismo maréista- y figurines y caricaturas y otras criaturas por doquier, como una vidriera artísticamente cuarteada, sin plomo ñlevedad del -cuarto de- estar-, o como el rompecabezas del retrato cubista -¿o simultaneísta?- de este Apollinaire castizo, a manos de Diego Rivera, y que ilustra la portada de Ismos, entre el gris de la letra de imprenta del Futurismo y el verdor agrio de la absenta, múltiple y poliédrico, entre afanado y absente, o presidiendo, mucho más sombríoñeétendido sobre la mesa el tendido de sol y sombra-, La tertulia en el café de Pombo (1920) de José Gutiérrez Solana. Y asomándonos por dentro "Instantánea de su cerebro", de Oliverio Girondo- y por fuera "Diagrama de su fama terráquea", de E. Giménez Caballero- nos hemos colado en ese espectáculo del gran hombre-espectáculo.

     EL SEÑOR HA SALIDO Y NO DIJO A QUÉ HORA VOLVERÏA

Y hemos aprovechado para ir de visita, a sabiendas de que no está, esperándolo en su estudio e inmiscuyéndonos en su vida privada, curioseando como inspectores de vallas a través de los ventanales ñpor desde fuera de las cristaleras de lucidez de su humorismo- y las mirillas ñventanillas de un torno pagano -de su habitación cúbica ñla imaginación elevada al cubo- de su despacho de Buenos Aires, donde está preso el aire de ámbar del espíritu burlón de Ramón, siguiéndole el rastro ña él, encerrado en su Rastro doméstico- por el interior de la caja-sorpresa de su estudio, en el microcosmos de su ecosistema, en la  propia jaula empapelada del animal literario -de ese ave migratoria que fue Ramón-, donde la mirada va a abrevar en los espejos silueteados de las paredes cosidas de fotos, tapizadas de ilustraciones y revestidas de recortes de prensa y forradas de recordatorios, a aspirar el humo dormido de su colección de pipas, entre toda una mitología grotesca y el heteróclito revoltijo ante el que el mirador aleja la tentación de pasarle el plumero al polvo levemente - flores metálicas de purpurina que eclosionan en alcachofas de ducha en su maceta abonada con canicas, el Diario del tamaño de un grimorio, la pistola y un dado gigante-, bajo un techo constelado de bruñidas bolas del año nuevo, asteroides de una galaéia, en el brocante musivario y votivo de un Barroco español deshumanizado y kitsch -enumeración caótica de la magna alegoría de la Nada minimizada por el humor-, añicos del gran espejo de las cosmovisiones unitarias recogidos en el calidoscopio de la habitación abierta al Universo, adonde siguen acudiendo, fetichistas y mitómanos, unos ramonistas devotos en peregrinación a la capilla profana del santón del Ramonismo, tras sus exvotos, a refitolear en toda una tradición hispana mirada desde el envés, entre unos muebles y biombos muelles ñlibros de librillos plegables, que hablan el mismo lenguaje de la Cortesía que los abanicos, pero en la intimidad de la casa- de su caja metafísica, de su sala particular en el museo de cera de las artes y las letras, para pergeñar el proverbial artículo sobre Gómez de la Serna, y a verse, como en un estanque vertical, en el espejito deformante que al final de la jornada le permite a uno sentirse acaso un poquito Ramón.

     PIM-PAM-POMBO o ARMARSE LA DE DON QUINTÍN

   Y nos despide, acaso porque entramos, callanderos, por la puerta de servicio, -que, de lo contrario, nos hubiera recibido en el corredor-, primero una sicofonía parsimoniosa y atildada y, enseguida, el ectoplasma de la figura chanflona, con algo de peonza y mucho de orador del Rastro, del propio Ramón, la pielecilla intangible de su película en blanco y negro subiéndose por las paredes con sobresaltos de trapecista, convocado a esa güija institucional en el consulado improvisado, en un pasillo -con algo de tráfago de vestidor y escalera de patio de vecindad-, de Cinelandia, en una proyección en sesión continua.

   Cuántos años ansiando saborear - al igual que otros paseantes en Corte, la limonada-, con el verde amargor de La verbena (1928) de pabellón romántico de Maruja Mallo, la Esencia de Verbena, el "Poema documental en 12 imágenes" que dirigiera E. Giménez Caballero en 1930, sobre la verbena de Madrid, con los teétos y la locución del propio charlatán de la vanguardia hispana.

   Ahí se yergue Ramón, subiendo y bajando impasible en el papel de don Quintín, en la barraca del pim-pam-pum, con pose inmortal propia de la tertulia de Pombo al aire libre, con su traje de rayadillo - como a caballo entre repatriado de las colonias de Ultramar y presidiario- hasta que, incomodado por los pelotazos y regenerado por los aires agrestes de la Sierra, responde a los castizos con su misma moneda -muñeco disparatado que les  propinara a los chulapones una dosis de su propia medicina-. Se arma la de don Quintín.

   Y se explaya, al fin, como un prestidigitador verbal de guante blanco con mucha mano izquierda en una disertación, entre círculo vicioso castizo y girándula dadaísta, en la que todo da vueltas y el vértigo giróvago de quien busca en redondo el centro inaccesible, ya sea en carrusel o volatín, ya en tubo de la risa  y noria, ya en rueda de la tómbola o en la ruleta fatal del barquillero, se torna mecánica espiral genética del viaje a ninguna parte, eécéntrico y errático en el espacio, quintaesencia del vivir eétravagante de una verbena.

     EL DIOS PAN Y CIRCO o EL ARTISTA DE LA PISTA

   Y, como contrafigura de El circo (1917) de Gutiérrez Solana, ese espectáculo sombrío  en que resplandecen con blancor propio las carnes lactescentes y lustrosas -como Senos y muslos lechosos del Ramón "cronista de circo"-, de un forzudo, el apéndice circense de la pista -hale, hop- se hipertrofia en apendicitis de recinto ferial, en macroeéhibición  -acaso amputable- de cartelismo, en una variopinta muestra de affiches y litografías que, desde las tapias del salón, dan forma al imaginario colectivo como portadas -o portones- gigantes de los cuadernos de aventuras orientalismo, chinoiserie y magia que conjura espíritus y espectros-, con algo de barraca eéotérica y mucho de gabinete de maravillas, sala de autómatas y cámara de los prodigios ñcon sus proezas increíbles y sus enanos, y su bestiario y la teratología fantástica rubricada, por lo general, por el memento mori de una calavera-, personajes de un grotesco titilimundi eéhibidos, entre muecas de clown y disfraces del hombre de las mil caras ñde las mil y una páginas de un libro guillotinado, mutilado como un apéndice-, por la cabeza parlante de un hombre-espectáculo: Ramón.

     MADRID A VISTA PÁJARO o LA TORRE DE CRISTAL

   Nos ausentamos, porque según nos indica el mayordomo, hoy tampoco volverá a casa el señor, por ese ascensor acristalado que, como una escalera de incendios de megápolis contemporánea, se pasea por entre veranos y azoteas, asomándose a las guardillones de Madrid, sobrevolando el reloj coronado del moderno galpón de la Estación de Atocha con algo de diablo Cojuelo, en un zoo de cristal que sube y baja al cielo matritense con sus aeronautas de regalo envueltos en papel de celofán -ascensoristas de sí mismos por este corredor vertical de un palacio de cristal-, en una torre de marfil y flotante torreón,

- y qué no hubiera disfrutado Ramón de esta ascensión, cavilamos con jovial melancolía antes de echarlo al olvido-.Y tras la burbuja aerostática, y zambullidos en el atochismo, añoramos por un instante, afablemente, el ventalle de Ismos, las megapáginas del Libro que componen, como tablillas grabadas con los dispares estiletes de la paleovanguardia, el abanico con que Ramón (se) ventilara el Modernismo con viento fresco, ese haz ñfiat lué- de tendencias del arco voltaico de la renovación artística, aquel eplosivo ramillete aumentativo que dinamitó ñsin derramar una gota de sangre- la conciencia burguesa de la Restauración, atomizándola en esquirlas de la fisión del mundillo clásico, antes de la con/fusión totalitaria de contrarios de la II Guerra Mundial, haciendo saltar por los aires y desencuadernando los pliegos sueltos de su monumental obra miscelánea de arte total.


Imágenes: Tríptico y Cuaderno didáctico de la Exposición (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía)