Sección: CINE
Serie: Sueños en la caverna
Título:
"Sam Mendes, el arma clásica"
Autor: Alex Oviedo
e-mail: alex@espacioluke.com

nº 32 - Octubre

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En estos últimos meses en los que el cine americano ha recurrido al comic para alguno de sus más sonados estrenos (gracias a Jonny Deep pudimos adentrarnos en el Londres victoriano y en los crímenes de Jack El Destripador mientras que el rostro de Tobby Maguire daba vida a un Spiderman mucho más creíble que esos hérores acartonados de muchas superproducciones) no es extraño que Sam Mendes retome este género para la realización de su segunda película. Y lo ha hecho recurriendo a “Road to Perdition”, una historia en viñetas escrita por Max Allan Collins y ambientada en los años treinta, una época en la que en América se vivía la depresión y los conflictos entre gangsters. Con esta base, el director británico construye una película sorprendente y redonda, alejada del primer título que le dio la fama.

Sam Mendes era un director desconocido dedicado al teatro hasta que con su primera película demostró una capacidad inusual para narrar historias. American Beauty era una incursión pormenorizada en la sociedad estadounidense, sus sueños maltrechos dominados por un decadente american way of life, un estudio despiadado sobre la persona, la familia, la sociedad que cree en sí misma pero que resulta autodestructiva. Y finalmente, una reflexión sobre la belleza hecha de recuerdos, confencionada a partir de pequeñas imágenes, la belleza de los sueños imposibles convertidos a la postre en realidad edulcorada.

Había algo de destructivo en cada uno de los actos de ese marido enamorado de la amiga de su hija, de la esposa insatisfecha que buscaba en los brazos de otro hombre lo que no obtenía en casa, o de la hija cansada de sus padres y capaz de anhelar su destrucción.

Ahora Sam Mendes irrumpe en un género clásico a través de este Camino a la perdición y gracias a la magnífica labor de dos grandes actores: Paul Newman y Tom Hanks. Todo está medido en esta huida hacia la nada del padre que quiere salvar a su hijo a través de la venganza, y de ese otro capaz de sacrificar lo que más quiere con tal de salvaguardar el atolondramiento de un hijo egoísta.

Hay momentos de buen cine, hay tensión, credibilidad y sufrimiento en los rostros y acciones de los personajes, hay vida, hay decisiones equivocadas que llevan hacia finales rotos. Hay escenas sublimes rodadas con pasión, contadas con estilo (la matanza bajo la lluvia que tiene algo de épico por lo ineludible pero también por la resignación con la que los personajes aceptan su propio destino), hay violencia en imágenes que recuerdan al mejor Coppola, (aquel director capaz de emocionarnos con la historia de los Padrinos), pero también a aquellas películas del cine negro más clásico, en las que despuntaron los rostros de Bogart, Robinson o Cagney, a esos momentos en los que el argumento de cualquier película se sucedía con un ritmo que conducía indefectiblemente hacia un gran final.