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Cuando a David Delfín, diseñador de moda prácticamente desconocido para todos, se le ocurrió, en la concluida edición de la Pasarela Cibeles de Madrid, hacer desfilar a sus modelos con la cara cubierta, el escándalo se desbordó. La asistencia abucheó al diseñador e, incluso, los hubo que, muy dignos, decidieron abandonar la sala. ¿Mujeres con el rostro cubierto? Ni hablar, por el amor de Dios... El ensañamiento con Delfín ha sido desproporcionado, brutal y, lo más grave, tosco y zafio hasta la náusea. Una vez más, la repulsiva costumbre de recurrir a lo políticamente correcto ha prendido en los prohombres del arte y de la cultura. Y no han mantenido la boca cerrada. En el orgásmico deseo de enjuiciar antes de reflexionar, tan torpes e ignorantes como siempre, han hecho presa sobre el pobre Delfín y no lo han soltado hasta después de un buen rato. Su apetito por la indignación ante lo que se considera inadecuado es voraz y canalla. La equidistancia desaparece y, claro, una turbia mezquindad aflora cual trozo de mierda flotando en un estanque. Y es que resulta que, al parecer, cubrir la cara de una mujer en una pasarela de moda, es obsceno, indecente y pornográfico. Todos esos que se indignan ante tamaña sandez, deberían tener en cuenta algo esencial: eso que vemos encima de una pasarela no son mujeres, aunque pudiera parecerlo. No, no lo son: son objetos, en el sentido más banal y pueril del término. Su humanidad, eso que a las personas nos convierte en seres dotados de una dignidad que todos entendemos como inviolable, la han dejado en los camerinos. Porque cuando se desfila en una pasarela, los cuerpos se objetualizan y no son otra cosa que trozos de percepción creativa en manos de diseñadores más o menos inspirados. Como se comprende que el hecho de aceptar el abandono de la humanidad, y, con él, el de la dignidad, en la puerta, es un acto voluntario que nadie realiza con una pistola en la sien sino que, al contrario, es retribuido con generosidad, toda la palabrería en torno a la supuesta vejación de las mujeres en el gesto de Delfín se convierte en zarandajas. No existe denigración hacia la mujer por el hecho de cubrir su cara con un paño, ya que dicha mujer se halla encaramada a una pasarela que, por serlo, le destituye de cualquier condición humana. Y aunque nos parezca horroroso y, desde luego, políticamente incorrecto, defender la objetualización de los cuerpos en las peanas no puede abordarse desde un punto de vista ajeno al arte sin caer en la chabacanería moral, en las conductas ordinarias y en la bobería ñoña y militante. |
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