No hace un mes que ha terminado la vendimia en el hemisferio norte y, un año más, comienza el milagro de la transformación del fruto en vino. Billones de litros y billones de euros, dólares o la moneda que convenga comienzan su recorrido que acabarán en los hígados de bastantes y en los bolsillos de unos pocos. Quienes no disfrutan ni del vino ni de los beneficios son los protagonistas de estas imágenes tomadas en la Rioja alavesa: los temporeros que se encargan de recoger las uvas.

Son rostros ajenos a estas tierras, gentes que vienen del Este y del Sur en busca de un lugar en el supuesto paraíso del Norte, que les ofrece el papel de los nuevos esclavos. Los rostros reflejan un esfuerzo ilusionante, la dedicación a una tarea ingrata con la esperanza de quien viene de un infierno peor. Y, claro, a estos nuevos esclavos no les faltan sus traficantes y capataces que viajan en Mercedes acompañados de mujeres de una belleza insolente frente a las caras arruinadas por la intemperie de los temporeros.

Estos explotadores confirman que en el mundo exquisito de uno de los mejores vinos del mundo, el Rioja, la trastienda huele tan mal como en los distintos lugares en los que se cocinan las zapatillas Reebook o Nike o la última tecnología en ordenadores. La explotación del hombre por el hombre avinagra la sangre de los dioses, pero afortunadamente hay lugares en los que el fruto de la vid se recoge en condiciones dignas, con alojamientos dignos y sueldos dignos. Quizás los vinos que salgan de este trabajo cuenten con un sabor distinto, inapreciable para paladares bastardos, pero que cualquier artesano identifica a la primera, como lo hace con todas aquellas obras que son fruto de un trabajo reconocido.