Sección: OPINION
Serie: El paso
Título:
Esplendor de la existencia
Autor: José Marzo
e-mail: elpaso@espacioluke.com

nº 33 - Noviembre

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A los hedonistas nos gusta a veces pensar que los demás también buscan el placer, la armonía y el equilibrio, que aman la vida e intentan dotar a la existencia de significación profunda. Dos mil años de negación occidental de la vida parecen contradecir nuestros deseos. ¿Cuántos hombres y mujeres han mostrado la espalda a un fruto sabroso y han muerto de inanición con tal de no ser expulsados de un paraíso en el que, sin embargo, les eran negados los bienes que albergaba?

La negación del placer, la armonía y el equilibrio, y el rechazo de la vida y de la responsabilidad de dotar a la propia existencia de significación, también parecen ser constantes humanas; como el niño que, tapándose los ojos, cree que el mundo desaparece, o el adolescente que, incapaz de tomar una decisión, delega su responsabilidad en un grupo de adolescentes irresponsables que tampoco pueden tomar decisiones.

El mito religioso judeocristiano expulsó al hombre del paraíso y lo puso a trabajar; luego llevó el paraíso allí donde el hombre no pudiera alcanzarlo ni regresar para contarlo, a la muerte.

El fundamento de nuestra sociedad continúa siendo el trabajo: el producto del trabajo, la alienación y el comercio del capital producido por el trabajo, la acumulación del capital que el trabajo y el comercio producen, la herencia del capital acumulado. Ha sido capaz de crear incluso un sucedáneo del placer, el consumismo productivo, de modo que cuando creemos divertirnos, compulsivamente, también producimos.

Sin embargo, las falsas dialécticas no se destruyen ni negando ni enfatizando uno de sus términos. La negación del trabajo no puede crear el paraíso porque el paraíso sólo es un mito fundacional. Marx reivindicó un paraíso final y el liberalismo ha reformulado el mito, convirtiendo el paraíso en un destino turístico.

Puesto que el trabajo y el comercio, actividades humanas y necesarias, no se pueden negar, la cuestión sería a qué otra actividad humana, más poderosa, más sofisticada, tan necesaria como ellos, podemos subordinarlos.

¿Serán capaces la racionalidad y los procesos de decisión democráticos de someterlos? ¿Conquistaremos por el derecho un mayor esplendor de la existencia?