Sección: OPINION
Serie: El paso
Título:
La realidad y la literatura
Autor: José Marzo
e-mail: elpaso@espacioluke.com

nº 28 - Mayo

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Demasiada ciencia es perniciosa para la vida, venía a decir Nietzsche. El conocimiento nos incapacitaría para la acción, convirtiéndonos en boyas zarandeadas por las olas, sin otro fin que permanecer fijas en el mismo punto del mar.

El mejor realismo contemporáneo parece haber oscilado entre los dos extremos del naturalismo y lo social, por un lado, y el nihilismo subjetivo, por el otro; entre la pretensión de transformar la realidad mediante el conocimiento acabado de ésta y la anulación de la subjetividad que su conocimiento profundo implica; entre la ingenuidad y el fatalismo.

En El árbol de la ciencia, Pío Baroja explora esta cuestión. Su personaje, Andrés Hurtado, piensa demasiado, sabe demasiado, pervierte su sensualidad, queda lastrado para el ejercicio de la vida. Finalmente, se suicida. Pero es aquí donde la narración se frustra. Los nihilistas desencantados no se suicidan. El suicidio o es un acto pasional, irracional, o es la expresión de una protesta racionalizada y definitiva, ejemplar, nunca un acto indolente. El siglo XX ha sido rico en tristes apologistas del suicidio que nunca se suicidaron, como Ciorán.

El nihilismo absoluto es psíquica y lógicamente imposible. La manifestación literaria del nihilismo es ya un acto vital, pues convierte al paciente nihilista en un actor que se expresa. En este sentido, un escritor nihilista que se declara pasivo es o idiota o hipócrita, o ambas cosas.

La literatura nihilista, al despojar a la realidad de sus falsas deidades, de sus mitos y prejuicios, alumbra una realidad libre de imposturas y muestra a un personaje que sólo tiene una opción vital: ser sujeto de su existencia y animar una figura de barro en el vacío.