Sección: LITERATURA
Serie: Bestiario
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Autor: José Morella
e-mail: bestiario@espacioluke.com

nº 28 - Mayo

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Resulta interesante constatar que uno de los temas más y mejor desarrollados por la novela norteamericana durante el siglo XX ha sido la adolescencia. El motivo puede ser simple: quizá todo aquel que quiere destacar en la escritura debe fotografiar su cultura, analizarla, destriparla, y la cultura norteamericana es eminentemente adolescente. Es la adolescencia alargada al límite máximo. Un noteamericano adulto, aunque sea, pongamos por caso, un piloto de bombardero que participara en las intervenciones de Estados Unidos en Afganistán o en Somalia, sigue siendo en el fondo de su alma un crío que disfruta viendo películas de Disney y que divide el mundo en buenos y malos, en Dios y el demonio, en ganadores y perdedores. Ocurre la paradoja de que un niño somalí o afgano es, la mayoría de las veces, una persona sin adolescencia. Un niño viejo. La adolescencia que unos hacen durar toda la vida, otros no la disfrutan jamás. Es paradigmático el personaje de Holden Caulfield en The Catcher in the Rye, de J. Salinger, pero podemos encontrar el adolescente por cualquier parte. El Nick de los cuentos de Ernest Hemingway o los chicos del barrio que describe Henry Miller en su novela Primavera Negra son sólo un par de ejemplos. Incluso Arthur Miller, en Muerte de un Viajante, está hablando de ese fracasado que ha alargado su adolescencia pensando, muy a la americana, que la felicidad estaba en la empresa a la que ha dedicado su vida y en la idea de que el tiempo es dinero. Los americanos hablan de la adolescencia cuando crean personajes adultos precisamente porque los adultos, allí, son adolescentes. Pero eso no es necesariamente malo. A veces consiguen precisamente el efecto contrario, el de enseñarnos la esencia de la adolescencia que en la tradición europea nos habíamos olvidado de buscar, pensando que todo quedó dicho en Romeo y Julieta.

Un cuento fascinante que encierra en sí todos los secretos de la adolescencia masculina y algunos de la femenina es La Breve y Feliz Vida de Francis Macomber, de Ernest Hemingway. En unas pocas páginas aparece el triángulo mágico: el fuerte y seguro, el débil y cobardica, y la chica que está observándolo todo y que certifica la cobardía del débil y la fortaleza del bruto. Este es el esquema típico de la adolescencia que reproduce el cuento de Hemingway con un matiz muy significativo: los protagonistas del relato no son chavales llenos de acné sino tipos que están más cerca de los cuarenta que de los treinta. Los Macomber, una pareja de americanos ricos contratan un safari en África dirigido por un guia inglés. El objetivo es que Francis Macomber pueda cazar las piezas más representativas de la fauna del lugar. El dia más esperado por el matrimonio es el de la caza del león.Todos esperan que Macomber cumpla con su papel y enfrente a la fiera pero llegado el momento entra en pánico, huye y el cazador inglés se ve obligado a salvarle la vida ante la mirada incrédula y furibunda de la señora Macomber. Esa misma noche, la bella señora Macomber se acuesta con el bravo inglés ante la mirada sin sangre del pobre Francis Macomber. Sin embargo, el safari le presenta al americano una oportunidad de cambiar el curso de su vida: al día siguiente Macomber consigue reunir fuerzas de su propia ruina y se enfrenta a un búfalo ganándose la simpatia y el respeto del guía inglés que le despreciaba. Matar el búfalo supone una revelación para el americano, el rito necesario para convertirse en adulto. En ese momento decide dejar a su mujer y empezar una nueva vida. Cuando su mujer se da cuenta de que va a dejarla, lo mata en un aparente accidente con el fusil. Como Hemingway es americano y tiene que ajustar cuentas con sus fantasmas, Macomber acaba muriendo fracasado, pero sea como sea el cuento encierra de un modo magistral el esquema de fuerza bruta que domina la adolescencia de cualquier hombre. O estás entre los fuertes o estás entre los débiles. Si ese esquema es el que sirve para toda la vida, la adolescencia se eterniza, se americaniza. La cultura mediática americana, el cine, la obsesión por el físico, la homogeneidad absoluta de las vidas de todas las personas son las marcas de esa adolescencia eterna.