Sección: OPINION
Serie: ---
Título:
Crueldad
Autor: Agustín Vicente
e-mail: agustin@espacioluke.com

nº 26 - Marzo

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Últimamente, cada vez que veo un documental sobre el mundo animal, me encuentro con algún sobresalto que podría llamarse moral. Quizás sea la mía un alma muy sensible, o peor, mojigata, pero lo cierto es que los nuevos documentales sobre el mundo animal me resultan, aunque espectaculares, muchas veces crueles. O, por decirlo mejor, si la naturaleza es tal y como la presentan estos documentales, encuentro a la naturaleza sumamente cruel. Antes, según recuerdo, los documentales no tenían este tono, sino que caían más del lado plácido, armónico, de la naturaleza. No sé si los productores han pensado que no pueden competir en el mundo televisivo componiendo escenas armoniosas, o se han dado cuenta de que por fin, después de ver cómo somos nosotros mismos, estamos preparados para saber la verdad sobre el mundo animal: el caso es que la crudeza de algunas imágenes es impresionante. Todo empezó, para mí, con el relato de las andanzas de las orcas, de su modo de cazar en manada, emergiendo una de una ola mientras otra mantiene fija la mirada de la foca a capturar. La imagen de una orca apareciendo tras de una ola, atrapando a una foca, y quedándose varada momentáneamente en la orilla es entre majestuosa y terrible, pero lo que las orcas hacen después con las focas malheridas, esto es, lanzarlas de un lado a otro y jugar con ellas como se supone que las focas hacen con los balones, es, al menos a mis ojos, cruel. Luego he visto una manada de hienas atacando a hipopótamos en la orilla de un río (por lo visto, los hipopótamos no son nadie fuera del agua), o lobos arrancando vientres de ciervos, o gamos, vivos que luego ni siquiera comen. Pero lo más impresionante fue presenciar la progresiva desecación de un río en la sabana y la metódica desaparición de gran parte de los animales de su entorno. Era lo más parecido que el mundo vivo puede producir a un agujero negro. La sequía había atraído a todos los animales a orillas del río, pero éste iba menguando aceleradamente, convirtiéndose en un barrizal, y exigiendo de los animales cada vez un mayor acercamiento, un mayor riesgo también, ya que entre el barro aún vivía una apreciable cantidad de cocodrilos e hipopótamos. Como seguía sin llover, el barro, en progresivo endurecimiento, iba lentamente sepultando a cocodrilos e hipopótamos ya agostados, pero siempre había algún cocodrilo que emergía para atrapar por la cabeza a algún mono, o algún antílope, que prefería (es un decir) el riesgo a la sed. Por ejemplo, en un momento, un cocodrilo ya sin fuerzas cogió entre sus fauces a un mono, pero éste consiguió, después de largo rato, zafarse ayudado de sus manos. No obstante, murió al poco tiempo, por haber quedado lisiado y ante la insolidaridad de sus compañeros de manada. Los monos, finalmente, acabaron atacando a los antílopes, y también matándose entre ellos. No recuerdo si al final llegó la lluvia, o si su llegada sirvió para que alguno de aquellos animales sobreviviera. Me pareció, en cualquier caso, un relato estremecedor, y percibí crueldad en él, como la había percibido en los juegos de las orcas o el comportamiento de los lobos. También sentí, en este caso y en los anteriores, que lo peor era no poder echar la culpa a nadie, la ausencia total de responsabilidad por parte de agente alguno. Una crueldad de ese tipo le deja a uno indefenso.