Sección: OPINION
Serie: Desde dentro
Título:
Antes era la absenta
Autor: Mari Carmen Imedio
e-mail: imedio@espacioluke.com

nº 26 - Marzo

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“Absenta… es el afrodisíaco del yo”, le dice Drácula a su enamorada Mina mientras añade agua y azúcar al licor, que parece una nube verde encerrada en la copa.

La absenta o Fée Verte (Hada Verde) la inventó un médico suizo en 1782 mezclando alcohol, un terpeno de nombre tujone, y absenta o ajenjo, planta medicinal que los griegos dedicaron a Artemisa, diosa de la fecundidad. En el XIX era la bebida favorita de escritores y pintores. Hemingway la llamó “alquimia líquida que cambia las ideas”. Unos dicen que Oscar Wilde explicó que “después del primer vaso ves las cosas como te gustaría que fueran, tras el segundo las ves como no son en la realidad, y después del tercero las ves tal como son, y eso es lo peor de todo”; según otros, dijo que “la primera etapa es muy normal, como cuando se bebe cualquier alcohol; en la segunda uno empieza a ver monstruos y cosas crueles; y en la tercera uno ve las cosas que desea ver, las maravillas del mundo y cosas curiosas”. Verlaine le disparó a su amigo Rimbaud, Van Gogh amenazó a Gauguin con una navaja, Wilde estuvo encarcelado por motivos amorosos… Quienes bebían absenta en grandes cantidades sufrían el síndrome del absintismo: hiperexcitabilidad, alucinaciones y espasmos. Eran personas que no seguían las normas sociales; vivían lejos de cuanto no fuera libertad, belleza, verdad y amor, como muestra el filme Moulin Rouge. La relación de la bohemia con la absenta hizo que entre 1912 y 1915 algunos países la prohibieran, entre ellos Estados Unidos y Francia. En 2002 se vende una absenta de menor graduación que la bebida original, y el placer del aperitivo sigue teniendo forma de hada, porque el término castellano vermut procede del alemán vermouth y éste del inglés wormwood, que significa absenta.

Hace cuatro meses los científicos Jakob Hein, Lars Lobbedey y Klaus-Jürgen Neumaerker sostenían que “con el renacimiento de la absenta surgirán serios problemas sanitarios y sociales” y abogaban por disminuir la información sobre la absenta y por cubrir el vacío legal existente. Por un lado, hoy Marta Galán habla del teatro como sistema que sirve “para disparar la imaginación de la peña en unos momentos de parálisis social” y dice que “hay que abrir una brechita que permita ver más allá de lo que te dejan ver, que vaya más allá de lo que te quieren inculcar”; por otro, Estados Unidos impulsa una reforma para vigilar el rendimiento de los alumnos, una adolescente se queja de que un artículo periodístico sobre determinado evento televisivo “no dice nada malo acerca de este programa”, y asistimos al nacimiento de la ley seca para los jóvenes que beben y hacen ruido en la calle en medio de una situación que alguien denomina “de descontrol”, aunque los policías se quejan de que no cobran las horas extras tocando las bocinas de sus coches durante la madrugada.

Antes era la absenta lo que provocaba algunas de las agitaciones que conducían al malestar. ¿Será que ahora todo nos empuja a padecer ese desasosiego?, ¿o será que hoy necesitamos absenta para crear la ilusión de que nos convulsionamos? Me pregunto si no estamos a tiempo de variar el rumbo del dios cronos, de hacer como si los comienzos de este siglo XXI fueran en realidad los de aquel XIX. Y pongo mi cerebro a trabajar pensando en esto mientras miro la copa a medio llenar de un líquido color verde esmeralda de dulce sabor amargo.