Sección: ARTE
Serie: ---
Título:
réprobos
Autor: Guillermo Unzetabarrenetxea
e-mail: giller@euskalnet.net

nº 26 - Marzo

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La construcción es descomunal. No sólo con respecto a las de su época, sino incluso a muchos de los enormes bloques actuales. El proyecto era en su momento de una megalomanía exhuberante: construir en el siglo XX una catedral gótica mayor que las medievales, en un pueblito de veinte mil habitantes. El pragmatismo sólo consiguió imponer recortes presupuestarios: la altura de las naves se redujo en diez metros, manteniendo la planta y los cimientos originales, con lo que debe ser el único ejemplar de neogótico en el que la sensación horizontal derrota a las líneas verticales. Las torres previstas para avergonzar a las de Reims jamás se erigieron, y el resultado tiene una rotunda pesadez. Además, es el único edificio de la ciudad que ocupa una manzana entera, y los jardines y calles que lo rodean actúan como un foso que lo aísla de los demás. Todo junto transmite una sensación aplastante, como un portaaviones entre barquichuelas que se mantienen prudentemente alejadas. Debe ser la única cosa inaugurada por Franco que apenas se usa. No es fea.

Está sin terminar. Las docenas de peanas repartidas por los muros aparecen desdentadas sin las estatuas que no llegaron a tallarse. Pero las que sí se hicieron transmiten un mensaje inquietante. Hay imágenes de santos en la portada, anodinas en su áspera piedra arenisca si se comparan con las tallas polícromas de cualquier retablo. Hay escenas beatíficas y edificantes en altorrelieves a diez o veinte metros de altura, que apenas pueden verse. Y a ras de tierra, en las arquivoltas de las ventanas del ábside, las únicas que pueden contemplarse en detalle resultan ser pavorosas escenas infernales: réprobos encadenados, demonios y dragones, esqueletos, cadáveres aún envueltos en el sudario, todo presentado con refinamiento de crueldad en los detalles. Amenazas horrorosas a quien se desvíe del camino de la límpida fe, alternadas con inocentes pámpanos, acantos y florecillas. Que sólo esas escenas estén a la vista de todos no puede ser debido al azar, sino que debe formar parte del mensaje escrito en piedra ad maiorem Dei gloriam.

Pero se registran lo que parecen incoherencias en el tenebroso mensaje. Para empezar, lo explícito de los desnudos, y las estupendas contorsiones, casan mal con la pudibundez del lugar y la época ¿Intentaba el pastor ofrecer a sus ovejas en la misma escena la tentación y el castigo al que conduce? ¿Se trata de un sabotaje de canteros comunistas? ¿O muestra el delirio esquizoide del supervisor religioso que asesoró el diseño de las tallas? Surgen también dudas, digamos técnicas: ¿los escultores trabajaron de memoria o con modelos? Si de memoria ¿tuvieron dispensa eclesial para "ensayar" tan suculentas escenas? Si con modelos ¿Estaban presentes algún tipo de censores durante las sesiones de pose? El dilema entre pecado e hipocresía no parece el mejor cemento ético para los muros de una catedral…

El infierno que plasman nos dice más de las desequilibradas tensiones internas de los salvadores de almas que de los sufrimientos infernales. Resulta un confuso potaje de obsesiones y pesadillas basadas en el sexo: anhelos y aversiones confundidos, el deseo de goce como camino directo al sufrimiento supremo, el desnudo como sinónimo de condenación eterna. Aparte los desnudos, nada hay que muestre cuál ha sido el pecado de los condenados: no se ven asesinos con sus armas, o ladrones con monedas, o blasfemos renegando de la cruz, ni nada que pueda indicarnos cuál fue su infinita culpa. A menos que traten de decirnos que todos los pecados son perdonados, excepto los que se cometen desnudos. Amadísimos hermanos, podéis asesinar si luego os arrepentís, pero que no se os ocurra follar. Si los esqueletos de siniestra sonrisa sin carne son los condenados muertos con anterioridad, no parece un infierno muy temible: toda la eternidad a correrse la juerga de devorar a los réprobos sucesivos dando rienda suelta a los instintos que los han conducido allí. Las posturas en que se entrelazan los ¿cadáveres? sugieren más bien orgías que desgarrar de carnes y crujir de dientes. Otra gran duda: ¿las almas que van al cielo, van vestidas?

Lo más terrible es que, entre tanto hard-core teológico, aparecen dos niños (semidesnudos, claro) dándose un tierno besito. Quizá pretenda simbolizar un modelo de inocencia frente a la eterna corrupción, pero la aterradora compañía sugiere más bien que quien mal anda, mal acaba, y que hay que evitar cualquier muestra de cariño que tenga alguna implicación erótica. Al final resulta que lo bueno es ser demonio: una pareja, macho y hembra, en bolicas y con sonrisa satisfecha bajo sus cuernecillos, se meten mano con fruición, más picaruelos que malignos. La verdad, teniendo en cuenta que no pueden verse las escenas del paraíso, yo espero poder presentar una instancia para ascender aunque sea a diablillo adjunto: he dado demasiados besos para tener esperanzas de salvar mi alma.

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