Sección: LITERATURA
Serie: Bestiario
Título:

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Autor: José Morella
e-mail: bestiario@espacioluke.com

nº 26 - Marzo

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De las lecturas que últimamente nos han caído en las manos, que es con lo que vamos haciendo este bestiario, hay una que nos parece absolutamente recomendable para el que quiera entender hacia dónde vamos en este nuevo mundo donde la imagen, lo superficial y lo instantáneo son los nuevos reyes, que están destronando a la palabra, la profundidad y la lentitud. Se trata de Las Nuevas Enfermedades del Alma, de Julia Kristeva. Desde la perspectiva del psicoanálisis, Kristeva apunta que los cuadros clínicos clásicos (histeria, paranoia, obsesión...) ya no sirven para entender la realidad, cada vez más múltiple y compleja, de los pacientes. Hay un tipo de enfermo nuevo que, tiranizado por la cultura de la imagen y el acto constante, no tiene un discurso sobre su mismidad, no reflexiona sobre sí mismo: “presionados por el estrés, impacientes por ganar y gastar, por disfrutar y morir, los hombres y las mujeres de hoy economizan esa representación de su experiencia que llamamos vida psíquica. El acto y su revés, el abandono, sustituyen a la interpretación del sentido”. En palabras más simples: se sufre de una especie de castración del pensamiento, de la reflexión sobre uno mismo. Cuando aparece la depresión la sociedad da soluciones precarias: el tratamiento farmacológico. Pastillas. Otra solución es el pensamiento prefabricado, libros de autoayuda, orientalismo mal entendido y aplicado en un refrito de best-sellers que sustituyan un alma activa: algo entre una religión y una Macfilosofía. El hombre y la mujer de hoy, según Kristeva, no tienen alma, es decir, no se preguntan por su alma a sí mismos. Las nuevas enfermedades están causadas por la dictadura de la no palabra: la imagen que lo tapa todo, los sueños pseudofascistas de cuerpos perfectos, lo light, el deporte, la burla del conocimiento, la confusión entre información y conocimiento, el estudio como algo “fácil y rápido” en cursos on-line, etc... El psicoanalista de ahora debe ser capaz de extraer una nueva enfermedad, desconocida y única, de cada paciente. Le debe devolver una retórica concreta sobre su caso, una obra de arte hecha, como la literatura, con palabras. Como el paciente no tiene su propia historia verbalizada, el análisis se vuelve poiesis. Si el paciente no tiene ni idea de lo que le pasa, el analista debe devolverle la posibilidad de crear su propia mismidad, que es una narración sobre sí mismo. Cada narración esconde una enfermedad. Se trata de un nuevo tiempo de los melancólicos. Como siempre. Cuando hay movimientos culturales generalizadores, que lo llenan todo, aparece la melancolía, bajo formas diversas, por los resquicios del sistema: en el auge del imperio español, San Juan de la Cruz y su depresión mística, don Quijote y su acedia que le acaba matando, Fray Luis de León, Sor Juana Inés de la Cruz, por nombrar unos pocos. En el diecinueve, en medio del más absoluto reinado del positivismo científico y el realismo literiario, la novela gótica: Poe, Emily Bronte, Stoker, historias de miedo con protagonistas angustiados. En la era de la imagen, los nuevos melancólicos que no encuentran su alma. A riesgo de parecer proféticos, creemos que debe surgir, en la literatura o donde sea, por donde pueda, por donde le dejen, la nueva melancolía. Lo que viene tiene que ser un nuevo tiempo purificador, que nos redima un poco de tanta superficialidad y que nos vuelva a enseñar que el dolor no debe ser escondido. Es necesaria cierta catarsis. El mundo globalizado es un mundo en el que todo está lleno, pero lleno de vacío. Es una nube de humo optimista que lo inunda todo y que no deja espacio. Internet es el ejemplo clave. Podría ser un soporte de conocimiento, pero si intentamos encontrar algo más que las noticias del día, topamos con el propio soporte. Como el soporte lo llena todo y está lleno de vacío, todo lo que no es vacío no cabe. No queremos decir que en la red no haya nada que valga la pena, pero hagan una prueba: prueben a encontrar una sola obra. Sobre lo que sea. Busquen a un autor y encontrarán de todo: fotos, reseñas, fragmentos de obra, citas, bibliografías. Pero si quieren leer de verdad una obra, sin cortes descontextualizados y con todo su matiz, tendrán que hacer lo que han hecho desde siempre. Irse a una librería (real o virtual) y pagar dinero a cambio de un libro, es decir, un objeto con peso, volumen, precio, tapa, papel. Nada virtual: un objeto real. El libro es lo opuesto a internet: es un soporte mínimo que da una profundidad máxima. Internet es un soporte enormísimo que sólo da superficie. Al estar tan cerca de nosotros y ser tan grande, sólo atinamos a ver un gran pegote de colorines publicitarios. Funciona así: con la excusa de tener un soporte para la información, la red se está embutiendo con mensajes publicitarios que den dinero para poder conservar el soporte, para que a su vez pueda seguir conteniendo más publicidad. Un circulo vicioso. Lo que nos queda de todo eso es una obsesión por no perdernos nada de todas las imágenes que, al cabo del día y a toda velocidad, han pasado por nuestros ojos. Mientras más referentes externos tenemos, mientras más nos subyugan con imágenes, modos de vida fácil, recetas mentales, etc, menos alma propia nos queda. El sujeto, en este contexto, quiere no saber quién es. La palabra es eliminada, y por tanto la pregunta “quién soy yo” y el intento de responderla también lo son. El sujeto se vuelve un convulso que sólo quiere acto, acto y acto. La cúspide de la civilización consiste en imitar la actitud de un futbolista o de una presentadora de televisión, y no “comernos la olla” demasiado. La literatura, obviamente, debe tener un papel en todo esto. Por supuesto, no pretendemos dar un mensaje tranquilizador, conservador y fácil, del tipo “hay que leer más” o “antes todo era mejor”. La nueva literatura debe describir la nueva realidad, mostrarnos a esos personajes enfermos, y dar a los lectores más destreza para poder, individualmente, luchar para conservar su propia alma. El trabajo del escritor, en este nuevo tiempo que se espera desértico, debe ser el que ha sido siempre: hacer de lo profundo y lo pequeño su patria. Ese es nuestro trabajo político y creativo. Crear una nueva vía de escape, una medicina no tan fácil, una vuelta inevitable a la palabra.