Sección: OPINION
Serie: ---
Título:
Reencarnaciones y otras ideas
Autor: Agustín Vicente
e-mail: agustin@espacioluke.com

nº 29 - Junio

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En la película The Matrix, hay un personaje, malo pero aparentemente razonable, que traiciona a sus compañeros rebeldes a cambio de una vida llena de sensaciones placenteras en la que no recuerde nada de lo vivido hasta el momento de la traición, incluida, muy especialmente, ésta. En definitiva, tal personaje propone a sus nuevos aliados que terminen con su vida a cambio de que, pasado un cierto tiempo, aparezca en el universo un nuevo ser cuya vida esté colmada de buenas sensaciones. A pesar de lo incoherente de tal deseo, su postura tiende a parecernos razonable. Tal vez nos parece éticamente reprobable, e incluso, para quien no es empirista y tiene un sentido muy robusto de la realidad, desgraciada. Sin embargo, de lo que se trata es de una postura incomprensible.

Lo mismo ocurre con la mayor parte de las promesas religiosas de reencarnación. Normalmente lo que se le ofrece al creyente como consuelo, en estos casos, es que, un tiempo después de que desaparezca definitivamente, vendrá a la existencia algún otro ser cuyo bienestar deberá a lo virtuosa que haya sido la vida del difunto. Dado el poco apego que uno puede tener por un ser que no sólo es de hecho desconocido, sino que lo es necesariamente, no veo qué puede convencer a alguien, en esa tesitura, para que lleve una vida virtuosa. Sin embargo, a mucha gente parece que le importa más el bienestar de ese individuo que el de la gente que le rodea. De nuevo, se trata de algo difícil de entender.

(En este sentido, el cristianismo, por ejemplo, es mucho más coherente, y debería, por ello, ser más convincente, ya que de lo que habla el cristianismo es de que, tras morir físicamente, el alma de uno, esto es, su yo, sigue viviendo. El budismo, sin embargo, mata al yo con la muerte del cuerpo, pues en el individuo conectado causalmente con el difunto no pervive el yo de éste, al haber desaparecido definitivamente su memoria).

En estos dos casos, la incoherencia se produce por una idea equivocada de la noción de yo, y de sus condiciones de persistencia. Hay dudas acerca de si un enfermo de Alzheimer que ha perdido completamente su memoria es o no la misma persona que fue antes de ser pasto de la enfermedad. Sin embargo, parece claro que casos como el del traidor de The Matrix y ciertas formas de reencarnación implican la desaparición de un yo y la generación de uno nuevo. Por esa razón, sólo una representación errónea de lo que sucede en esos casos pueden hacerlos parecer deseables, o hacer que encontremos consuelo en ellos.

(Recuerdo un conocido que decía estar harto de la vida rutinaria, de trabajar cada día para luego no poder disfrutar, y añadía “mira, a mí me gustaría ser piedra, o coche viejo”. Este era una caso extremo de despiste, pero parece que su agobio le llevaba, de vez en cuando, a imaginarse a sí mismo convertido en piedra o coche viejo experimentando la paz que se imaginaba podría experimentar en esa situación. Sin embargo, ser convertido en coche viejo implica, necesariamente, dejar de existir, como también lo implica ser convertido en un doble perfecto de Bill Gates, o de Felipe González).

A veces decimos cosas como “preferiría estar muerto”, o “deseo dejar de vivir”. En este caso, me parece que la angustia nos lleva a no ser conscientes de lo que es la muerte. Decimos “preferiría estar muerto” en un sentido similar al que damos a “preferiría vivir en París”. Nos imaginamos, de alguna forma, que la muerte implica la desaparición del sufrimiento. Sin embargo, la muerte implica tal cosa a través de la desaparición del yo. Decir “ahora por fin voy a descansar” es claramente falso, y revela esa idea errónea acerca de la muerte que a menudo está detrás de este tipo de anhelos nuestros. Simplemente, uno no descansa cuando está muerto porque uno ya no existe.